La Iglesia y Bush en guerra con los homosexuales
Ignacio Solares
Revista Proceso (1397, 10-08-2003) México DF.
Según la teoría jungiana de la sincronicidad, todo lo que es afín se atrae de una y otra forma. Cualquier encuentro casual podría entonces volverse una cita. Por eso, en ocasiones, basta abrirse a tales posibilidades para que frecuentes analogías acudan extramuros y salten la tapia de lo cotidiano y establecido, eso que se da en llamar coincidencias, hallazgos concomitantes, piezas complementarias -siempre complementarias- de algún modelo para armar. Por ejemplo, el modelo para armar de las “coincidentes” declaraciones -apenas con unos días de diferencia- del presidente Bush y del vocero del Vaticano en contra de las parejas homosexuales:
“Un documento de 12 páginas redactado por la Congregación para la Doctrina de la Fe y aprobado por Juan Pablo II, pide utilizar todos los medios posibles para evitar la aprobación de leyes que reconozcan las uniones entre personas del mismo sexo”. El objetivo del texto es “iluminar (sic) a los políticos católicos y darles líneas de conducta coherentes con la conducta cristiana”. Una campaña contra las parejas homosexuales que -también coincidentemete- se da apenas unos días después de que en estas mismas páginas (Proceso 1394) el padre Alberto Athié declaraba en relación con los abusos sexuales cometidos por el padre Marcial Maciel y tantos otros sacerdotes, denunciados y conocidos ya ampliamente: “Para salvar a la Iglesia, la jerarquía debe reconocer sus pecados”. Bueno, por fin, tal parecía que en el Vaticano habían escuchado la sugerencia de Athié... sólo que le entendieron mal y la hicieron en un sentido del todo contrario a como él la planteaba. Con una hipocresía de la que es difícil encontrar antecedentes en la propia historia de la Iglesia.
Por otra parte, para Bush, “el matrimonio es una institución sagrada entre un hombre y una mujer y no transigirá en la cuestión del matrimonio entre homosexuales”, según declaró el portavoz de la Casa Blanca, Scott McClellan.
Por el momento y las circunstancias en que se dan, la campaña del Vaticano en contra de las parejas homosexuales se vuelve abiertamente política, y la del presidente Bush se vuelve ...abiertamente teológica. Unidas conforman el que, quizá, será el modelo para armar de la divinidad en el siglo XXI. Cada época y cada pueblo tienen al Dios que se merecen. Baste recordar la ya célebre anécdota que cuenta David Frum en The right man: the surprise presidency of George W. Bush. Durante una reunión en la oficina oval de la Casa Blanca, ante un selecto grupo de clérigos de las congregaciones religiosas más importantes de Estados Unidos, Bush dijo, en un tono especial emotivo, con lágrimas en los ojos: “Saben ustedes, yo tuve un problema muy grave con mi manera de beber alcohol. Llegué a pensar que nunca superaría el problema. De ser así, yo debería de estar, ahora mismo, emborrachándome en un bar de Texas y no en esta oficina oval para salvar al mundo. Estoy convencido de que sólo existe una razón por la que estoy aquí, en la oficina oval, y no en el bar de Texas: encontré a Dios, no hay otra razón”. Es ese mismo Dios el que , con toda seguridad, lo “ilumina” sobre la identificación del eje del mal, lo lanza a ciegas a una “cruzada” en contra del pueblo iraquí, lo enfrenta a las parejas homosexuales y lo obliga a consagrar el matrimonio como una institución sagrada. Parafraseando a Santa Teresa de Jesús, Bush podría decir: “No yo, sino Dios en mí”. Aunque, cabe pensar, Santa Teresa nunca relacionó a Dios con los ricos yacimientos petroleros iraquíes.
De tal manera, si de veras todo lo que es afín se atrae, resulta manifiesto que a partir de esta coincidente guerra contra los homosexuales -comprendida quizá como parte de la guerra antiárabe-, el Dios de Juan Pablo II y Bush tendrá cada vez más afinidades, hasta conformar por fin lo que, decíamos, podría volverse nuestro arquetipo divino en este nuevo siglo, bajo el cual podremos guiarnos y ser incluso “iluminados”.
Por lo demás, la jerarquía de la Iglesia católica actual ya venía transitando por ahí desde hace tiempo. Una iglesia comprometida, por una parte, contra los anticonceptivos y, por otra (amplias pruebas ofreció de ello el siglo pasado), a favor del poder económico y las armas. Una Iglesia afanada hasta el crimen en defensa de la vida aún no nacida más que la protección de la vida ya existente. A los ojos de la Iglesia, los pecados más grandes de la humanidad continúan siendo los pecados de la alcoba y no los cometidos en el campo de batalla o en cualquier orden de la injusticia social.
La teóloga alemana Uta Ranke escribe: “San Agustín, el más grande padre de la Iglesia, fue quien consiguió fundir en una unidad sistemática el cristianismo con la repulsa al placer y a la sexualidad, algo que no encontramos en absoluto en Jesucristo. La influencia de San Agustín es decisiva en la moral sexual de la Iglesia y determinó en Pablo VI y en Juan Pablo II su rechazo a los anticonceptivos”.
De ser así, habría que volver a estudiar a San Agustín con relación a esa moral sexual, muy especialmente ante la reciente campaña que ha emprendido la Iglesia en contra de las parejas homosexuales. Por ejemplo, ¿cómo interpretar, cómo excluir, cómo dilucidar el siguiente texto de San Agustín, que por cierto luego citará en varias ocasiones Santo Tomás?
“No veo para qué ayuda del varón fue creada la mujer si descartamos la razón de la gestación de los hijos. Si la mujer no fue entregada al varón para ayudarle en la gestación de los hijos, ¿para qué entonces? ¿Acaso para trabajar juntos la tierra? Si para eso el varón tuviera necesidad de ayuda, entonces la ayuda de un varón sería mejor para el varón. Lo mismo hay que decir del consuelo en la soledad. Es más agradable para la vida y para la conversación cuando son dos varones los que viven juntos que cuando es un varón y una mujer los que viven uno al lado del otro”. (De Gen.Ad litt. 9,5-9).
martes, 19 de agosto de 2008
La Iglesia y Bush en guerra con los homosexuales.- Ignacio Solares
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