martes, 1 de junio de 2010

Colombia: la historia de los movimientos LGBTI

ENTREVISTAS
La transición gay en Colombia. Del “ambiente” a la ciudadanía


Estudio sobre sociabilidad gay y lésbica en la Bogotá de los años setenta y ochenta
Centro Latinoamericano de Sexualidad y Derechos Humanos / NotieSe

Bogotá, Colombia

Silencio, discreción, códigos de reconocimiento mutuo, resistencia a los ataques policiales, desconocimiento de la penalización formal de la homosexualidad son algunas de los aspectos abordados por el historiador Piero Pisano en su estudio sobre sociabilidad gay y lésbica en la Bogotá de los años setenta y ochenta.

En un trabajo de corte histórico sobre sociabilidad gay y lésbica en la Bogotá de los años setenta y ochenta, el historiador Piero Pisano relaciona experiencias de ese periodo con cuestiones actuales del campo de los estudios sobre sexualidad, especialmente las relativas a la política y a los derechos de las minorías sexuales. Pisano es historiador de la Universidad de Trieste, Italia, y candidato a Magíster en Historia de la Universidad Nacional de Colombia.

En términos generales, cuéntenos en qué consiste su trabajo y la metodología utilizada.

Se trata de una investigación exploratoria que inicié sobre sociabilidad gay y lésbica en los años setenta y ochenta en Bogotá. El trabajo se centró en tres aspectos: el lenguaje, la sociabilidad en lugares de encuentro (bares, discotecas) y la sociabilidad en espacios abiertos.

La investigación está basada en entrevistas biográficas a personas mayores de 50 años, por dos razones. La primera de ellas es que en Colombia es bastante complicado acudir a otro tipo de fuentes: no hay prensa específica para ese periodo y es difícil conseguir revistas dirigidas para público homosexual, aparentemente la primera de este tipo fue Ventana gay, en 1980. La segunda cuestión es que se ha trabajado muy poco en Colombia sobre la homosexualidad desde el punto de vista histórico. Con excepción del trabajo de Walter Bustamante, es poco lo que se ha hecho al respecto en historia contemporánea, además de algunos estudios aislados sobre el periodo colonial. Y los escasos trabajos que hay se centran más en las representaciones institucionales sobre la homosexualidad, y menos en la manera en que hombres y mujeres homosexuales vivían su condición. Mi interés es recoger la voz de las personas que vivieron en carne propia la condición de ser gay o lesbiana en esos contextos.

¿Qué puede decirnos sobre los aspectos del lenguaje?

Es importante destacar el papel del lenguaje a la vez como mecanismo de protección pero también como mecanismo de acercamiento entre personas homosexuales, muchas veces en contextos no homosexuales. Las personas entrevistadas lidiaban con el asunto de ser o no descubiertos y así evitar la discriminación, que en el caso de los lugares podía llevar incluso hasta el arresto, por lo menos hasta 1980 cuando fue despenalizada la homosexualidad en Colombia, aunque ese riesgo continuó después de la despenalización.

Una cosa que emerge en casi todos los relatos es que casi no se usaban categorías como ‘homosexual’, ‘gay’ o ‘lesbiana’, ni para definir a otros ni para autodefinirse, sino que se utilizaban otro tipo de expresiones: “te gustan los hombres” o “te gustan las mujeres” en el caso de ‘gays’ y ‘lesbianas’ respectivamente, y esto en ambientes donde ya se tenía la seguridad de estar teniendo un contacto con otra persona homosexual. En otros contextos, se utilizaban expresiones más neutras como ‘ser de ambiente’, expresión bastante ambigua que podría interpretarse como ser homosexual, ser alegre o disfrutar el estar en compañía. Así también se usaba ‘amigo’ para presentar la pareja en contextos donde no se conoce la orientación sexual de la persona con quien se habla o para justificar ante familiares la convivencia con la pareja, expresión que por cierto se sigue utilizando.

Ahora, ese código compartido no necesariamente tuvo siempre el efecto buscado, pues estaba latente el peligro de ser descubierto. Según mis entrevistados, en los años 80 llegó un momento en que la expresión ‘amigo’ dejó de ser eficaz ya que empezó a existir mayor conciencia entre personas no homosexuales de que ese lenguaje encubría la existencia de una pareja homosexual. Esto fue común entre arrendatarios, lo cual hacía difícil que una pareja gay alquilara un apartamento.

¿Qué cuestiones emergen cuando se indaga sobre los lugares de encuentro?

Hay referencias de lugares de encuentro para homosexuales en Bogotá probablemente desde los años veinte, especialmente bares. Algunas noticias de prensa relatan la llegada de la policía a estos sitios en ese periodo. Pero es a partir de la década de los sesenta cuando hay una presencia relativamente importante en dos zonas de la ciudad: el Centro y Chapinero, esta última concentra la mayoría de lugares actualmente. Además de los bares y discotecas existían cines porno, residencias para personas homosexuales y parques, donde se destacan el Parque Nacional y el de La Independencia.

Eran especialmente lugares para hombres aunque también había espacios para mujeres, inclusive una entrevistada reportó un lugar para mujeres desde los años sesenta. En los ochenta parece que existió un bar llamado Bilitis, ubicado en el centro de Bogotá, nombre que por cierto llevaba también un importante bar gay en San Francisco, California.

En los lugares para hombres, la llegada de la policía representaba una amenaza que era respondida con estrategias diversas como la selección de la clientela, la cual se centraba en reducir los ‘elementos que hicieran visible’ la homosexualidad. Así, las llamadas ‘locas’ y las travestis eran particularmente vetadas, lo cual estaba relacionado no sólo con una representación negativa sobre su peligrosidad sino también con una mayor valorización del estereotipo masculino –como señala también Horacio Sívori en el caso de Rosario, Argentina, en los años noventa. Cabe destacar que según los entrevistados la mayoría de esos lugares estaban dirigidos a la clase media, de hecho el precio de ingreso y la selección en la entrada dificultaban el acceso a personas de sectores medio-bajos y populares, consideradas peligrosas. Seguramente también entraban a jugar en esa selección diferencias étnico-raciales.

En el caso colombiano la cuestión de la visibilidad cobró un valor particular en un contexto penalizado, y en ese sentido, la presencia de ‘locas’ y travestis podía hacer evidente el carácter del lugar, con el consecuente peligro de arresto por parte de la policía. Esta situación no sólo exponía las personas a agresiones físicas incluyendo abusos sexuales, sino que además podía hacer que familiares y la sociedad en general se enteraran de las prácticas sexuales de las personas que frecuentaban esos lugares, dado que, según varios testimonios, la policía llamaba a la casa de los arrestados e informaba que los habían encontrado en un “lugar de maricas”. Efectivamente, cuando llegaba la policía, debían tratar de parecer ‘normales’. Para ello, las parejas del mismo sexo que estaban bailando se soltaban y si había presencia de mujeres en el lugar se conformaban parejas de hombre y mujer. Pero la presencia de ‘locas’ y de travestis arruinaba el simulacro de normalidad, el “hacer teatro”, como refería uno de los entrevistados.

Además de bares y discotecas, ¿con qué otros lugares contaban las personas para conocerse e interactuar?

No todo el mundo frecuentaba bares y discotecas, algunos conocían gente en la calle. Para ello, explicaban algunos entrevistados, el recurso privilegiado era ‘la mirada’, mecanismo basado en un proceso de naturalización de los rasgos que son supuestamente típicos de los hombres homosexuales y que permitía reconocer a otras personas en contextos públicos. Esos contextos eran muy variados, iban desde lugares específicos como los parques que mencioné o la Carrera Séptima (aledaños todos al Centro), hasta buses y fiestas en casa de amigos.

Cabe anotar que ‘la mirada’ es una marca generacional. Tuve la oportunidad de entrevistar sobre aspectos similares a personas que tienen hoy entre 20 y 30 años y desconocen el lenguaje de ‘la mirada’. Las personas jóvenes frecuentan diversos lugares como bares y discotecas abiertamente gay, participan de chats, entonces no necesitan reconocerse mutuamente en la calle porque tienen más recursos de sociabilidad que la generación de la que hablo y que tuvo que desarrollar esas estrategias de reconocimiento. Asimismo, el cruising en los parques es muy generacional.

Me parece también interesante el caso de las mujeres, aunque me fue más difícil encontrar mujeres de la generación que investigo que concedieran entrevista. No obstante, una entrevistada me contó la manera como las mujeres podían tener expresiones de cariño más abiertas en la calle: una pareja podía ir tranquilamente de la mano por la calle o abrazarse en un parque sin el peligro de ser insultadas o agredidas físicamente. Esto se da por una cuestión de representación diferenciada de la sociabilidad femenina, lo que no implica que esas expresiones no estuvieran cercadas de límites o que las mujeres estuvieran completamente preservadas de situaciones concretas de discriminación y violencia.

¿Qué otras diferencias encontró entre hombres y mujeres?

La menor disponibilidad de lugares para ellas es una diferencia fundamental. De hecho, en muchos lugares para hombres prohibían la entrada a mujeres, o se aumentaba el precio de entrada para ellas.

Otra cuestión estaba relacionada con la posibilidad de llevar a cabo proyectos de convivencia. No obstante las dificultades para alquilar eran comunes, las mujeres tenían una desventaja adicional que estaba asociada con la idea de que ellas no eran económicamente independientes, lo cual implicaba más dificultades para que una pareja de mujeres pudiese alquilar un apartamento, pues se dudaba de su capacidad de pago.

¿La penalización de la homosexualidad marcó alguna diferencia o era del tipo de leyes que en realidad no se aplican y cumplen más una función moral, como podría decirse del caso de la penalización del aborto?

Traté de averiguar no sólo la existencia de bares, discotecas y otros lugares de encuentro sino también cómo se aplicaba la penalización. Efectivamente, en 1980 se despenalizó la homosexualidad, cuestión que podría haber introducido un cambio en relación a la sociabilidad, pero parece que no fue exactamente así. De hecho, llamó mi atención que muchas personas que vivieron en la época no recuerdan que la homosexualidad estuviera penalizada, y hasta llegan a poner en duda que fuera así. Un entrevistado me dijo abiertamente que eso era un invento de los activistas para victimizarse y que en realidad nunca hubo en Colombia una ley que penalizara la homosexualidad. Y otro por ejemplo, cuando le pregunté si sabía cuándo se había despenalizado la homosexualidad me respondió que con la Constitución de 1991, lo cual es bastante significativo de lo que significó la reforma constitucional como cambio social, pero también de lo poco que en la práctica se aplicaba aquella ley.

De hecho, los abusos de la policía continuaron después de la despenalización, así como el carácter secreto de los lugares. Efectivamente el cambio a una situación más pública de los lugares no estuvo relacionado con la despenalización sino con otros hitos como lo reflejan las respuestas de las personas entrevistadas.

¿Cuál cree usted que es la pertinencia de este tipo de acercamientos históricos en el campo de los estudios sobre sexualidad?

La pertinencia se puede ver en varios sentidos. Creo ante todo que es importante rescatar los acontecimientos del pasado, en particular lo que tiene que ver con la historia de las minorías. Pienso que algunos mecanismos de la sociabilidad en el pasado pueden ayudar a explicar también algunos problemas que se presentan en la actualidad. Por ejemplo, la cuestión que referí de discriminación hacia las travestis en los lugares de sociabilidad se sigue dando hoy en Bogotá, lo cual expresa la permanencia o actualización de mecanismos que dificultan la existencia de unos sujetos sexuales y facilitan la de otros. No es casual que la posición más favorable siga siendo la de los hombres y particularmente la de los hombres masculinos. Y existe una cuestión parecida en relación con lo femenino en la que un modelo de feminidad tradicional es más valorado mientras se estigmatiza la mujer masculina.

Además, es relevante observar cómo esas son dinámicas históricas que todavía hoy persisten y hacerlo en perspectiva hacia el pasado puede ayudar no sólo a entender sino a someter a crítica determinadas concepciones de la masculinidad y de la feminidad.

Es interesante también acercarse a lo que significa el ‘pasado represor’ creado en contraste con un ‘presente de derechos’ alcanzados. Yo creo que en Colombia se está creando una representación de país abierto, incluyente de las diferencias, una idea armónica tanto con la ideología del mestizaje como con la reforma constitucional de 1991. Y esa imagen de contraste es muy útil para esa representación actual. Sin embargo, hay que problematizar ese contraste. Es importante identificar en ese pasado que a pesar del peligro que podía implicar el hecho de ser descubiertos como homosexuales eso no impidió que la gente se encontrara y desarrollara espacios para vivir su sexualidad. Aunque estos espacios a la vez reprodujeron las reglas dominantes de género y sexualidad, también jugaron con eso. En un momento en que las instituciones decían “no pueden existir” ellos y ellas existían; “no pueden tener parejas” y ellos y ellas las tenían, y hasta había matrimonios, no jurídicos, pero sí simbólicos. Es decir, había espacios de resistencia.

La imagen que se crea del presente es en mi opinión confusa, y se centra en el hecho de que ahora las parejas del mismo sexo en Colombia tienen todos los derechos menos el de la adopción. Pero hay que preguntarse qué pasa con los que no pueden hacer uso de esos derechos. ¿Qué pasa con los gays y lesbianas de clases populares? ¿Qué pasa con la violencia que sigue siendo muy fuerte en general y particularmente hacia las travestis? ¿Y con las agresiones verbales?

Esta imagen del presente está funcionando un poco como la idea del paraíso racial con su consecuente negación del racismo, porque ahora parece que en Colombia vivimos en el paraíso de las minorías sexuales, y no es exactamente así. Y de hecho, ante tanta institucionalización del tema LGBT se identifican pocos espacios de resistencia y pocas críticas, no sólo verbales sino en las prácticas sociales del funcionamiento del orden hegemónico. En todo caso, la mirada a estas experiencias ‘pasadas’ va más allá de generar un contraste con el presente; tampoco se trata de idealizar el pasado, se trata más bien de tener miradas complejas cuando comparamos experiencias en contextos históricos diferentes.

NOTIESE, México, 20-5-2010
http://www.notiese.org/notiese.php?ctn_id=3924

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