domingo, 12 de octubre de 2008

Un magnífico artículo de Ana Istarú

Tinta fresca
Sexo, fuego y religión

Es una moral tan impracticable como un traje de baño de hierro forjado
Ana Istarú proa@nacion.com

Tome a un niño. Muéstrele el fuego. Esconda los fósforos. No le enseñe nunca (o poco y mal) cómo, cuándo y en qué circunstancias utilizarlos. Aunque crezca. Aunque llegue a edad de discernimiento. Es muy posible que durante su ausencia dé por fin con la cajita e incendie la casa. Todo porque usted no tuvo fe en la inteligencia de la criatura o en su propia capacidad para educarlo.

Con idéntica lógica actúa la Iglesia. Piensa preservar la virginidad de los jóvenes a punta de ignorancia: a mayor ignorancia de los métodos contraceptivos, menor exposición al fornicio. Y fornicio es, ni más ni menos, casi todo. Cualquier relación sexual fuera del estricto contexto del matrimonio: queda prohibido hacer el amor soltero, hacer el amor divorciado, hacer el amor casado de nuevo, hacer el amor –ni digamos– con alguien del mismo sexo.

La moral sexual religiosa –dicho sea de paso, bastante transgredida por los propios sacerdotes– resulta tan inhumana, tan impopular y tan impracticable como un traje de baño de hierro forjado.

¿Quién la observa, seamos sinceros? ¿Qué porcentaje de la misma grey? En su vida privada pocos le llevan el apunte. Lo espeluznante es que, en el espacio público, la Iglesia haya ejercido el suficiente poder como para entorpecer la educación sexual de todo un país, en un estado supuestamente laico. El resultado salta a la vista: embarazos adolescentes en porcentajes inadmisibles y una cantidad tan abrumadora como invisibilizada de abortos ilegales. Según una estimación de la Asociación Demográfica Costarricense, 27.000 por año; 38 por cada 100 niños nacidos. Y del aborto podremos pensar lo que deseemos, pero todos coincidiremos en algo: nadie quiere uno.

Enseñemos a los jóvenes a prevenir los embarazos, a evitar un inicio precoz de la vida sexual activa, a denunciar la violación y el abuso. (¡Y si los denuncian, escuchémoslos!).

Y si es nuestra convicción profunda, ofrezcamos la castidad como opción, que como cualquier opción individual es absolutamente respetable. Pero razonando con los jóvenes, tratándolos como seres pensantes. Formémoslos e informémoslos. Démosles la posibilidad de escoger por sí mismos. Querámoslo o no, igual van a arrogarse ese derecho. Obtener “virtud” a base de desconocimiento y miedo es tan absurdo como obtener fidelidad del cónyuge impidiéndole salir a la calle.

Enseñemos, pues, a nuestros hijos, que el fuego, como el sexo, es útil y es hermoso. Y que al sexo, como al fuego, hay que tratarlo con cuidado.

Suplemento PROA, LA NACIÓN, 12 de Octubre de 2008

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