martes, 19 de enero de 2010

Matrimonio homosexual: ¿por qué les da tanto miedo?

Matrimonio homosexual: Entre la doble moral liberal y el conservadurismo*

• Una entrevista con Eric Fassin**
Carlos Bonfil


México DF

¿Cuáles son las paradojas del discurso liberal frente al tema de los derechos de las minorías sexuales? En esta entrevista exclusiva para Letra S, el sociólogo francés Eric Fassin habla de la naturaleza del prejuicio y la necesidad que tiene hoy la Iglesia católica de modernizar su mensaje y construir una teología democrática. Analiza también cómo la derecha política francesa busca a su vez modernizarse defendiendo, en materia sexual, las mismas tesis que hace diez años sostenía una izquierda conservadora. El matrimonio gay, un tema controvertido que sigue dividiendo las opiniones, encuentra hoy en Fassin a uno de sus comentaristas más lúcidos y desprejuiciados.

¿En qué medida la persistencia de prejuicios morales, en el campo de la sexualidad, obstaculiza en América latina el desarrollo de una democracia sexual?

Al hablar de prejuicios nuestra visión suele confundir la ilusión y la realidad. Consideramos que si la gente conociera la realidad, pensaría de otra forma. En esta visión liberal, la ignorancia es nuestro adversario. Tal vez sea cierto, pero eso no lo es todo. En Estados Unidos vemos que la gente es más tolerante con respecto a la homosexualidad si conocen a alguien que es gay. Hay un aspecto político en la salida del closet, pues cambia la homofobia al hacernos pensar que esos homosexuales bien pueden ser cualquiera de nuestros amigos, un primo, una hermana, etc. Conocer a los homosexuales puede cambiar los prejuicios.

Creo también que existe algo que podemos llamar una educación. Hay una educación escolar para las cuestiones sexuales que aborda los problemas de la homofobia y el sexismo. También existe esa educación en los debates públicos. Estoy convencido que el debate sobre el PACS en Francia, a finales de los años noventa educó a la sociedad francesa. Personas que jamás habían reflexionado acerca de la homosexualidad, de modo diferente a lo relativo al aspecto puramente sexual, tuvieron que reflexionar y concluir que los homosexuales no reducían su vida únicamente a la sexualidad. Tienen también una vida social y lazos amistosos y amorosos.

Los prejuicios existen y hay que combatirlos de diversas maneras, pero también hay desacuerdos políticos sobre la organización de la sociedad. Los adversarios de quienes creemos en los valores de la libertad y la igualdad en materia sexual, no son necesariamente ignorantes, pueden conocer también a homosexuales, pero consideran que no es legítimo legitimar la homosexualidad. Un ejemplo de ello es la iglesia católica, la cual conoce la homosexualidad, en parte porque en la Iglesia hay muchos homosexuales. Por ello eligió excluirlos de manera activa de su seno mediante un reglamento del 2005.

No hay en realidad ignorancia, simplemente una decisión de tipo político. Es preciso combatir a la ignorancia porque que la mayoría de la gente no tiene una opinión definitiva sobre la homosexualidad. Nuestros adversarios no los convencerán, pero nosotros sí podemos esperar convencer a aquellos cuyo pensamiento no se articula en el rechazo abierto de la democracia sexual.

¿Los conservadores luchan por el mantenimiento del orden simbólico y del orden social?

Yo preguntaría, ¿por qué todo esto les molesta y les perturba? En lugar de plantearnos cómo hacer para que la gente sea más abierta, tendríamos que preguntarnos por qué se cierran. ¿Qué tienen que perder? Creo que lo que los conservadores y reaccionarios, incluida la izquierda conservadora, piensan perder es primeramente un privilegio.

Cuando eres heterosexual, o blanco, u hombre, es decir, cuando estás del lado de la mayoría, eres una persona normal, y no tienes porque reflexionar a propósito de la norma. La inquietud que puede surgir frente a la democracia sexual es reconocer que el orden de las cosas no es necesariamente normal. No hay razón alguna para que la heterosexualidad sea mejor que la homosexualidad. Cuando estamos colocados del lado de la norma, de la mayoría, se produce un malestar, pues pensamos que posiblemente la heterosexualidad no es, por sí sola, normal.

¿Este orden sería entonces algo particularmente frágil?

Al manifestarme en Francia a favor de las uniones homosexuales algunos colegas dejaron de hablarme, alguno de ellos me dijo incluso que los homosexuales querían tenerlo todo, a la vez el goce y el reconocimiento de las instituciones. Lo que él quería decir en realidad es que los homosexuales que obtuvieran el reconocimiento de la institución, no deberían procurar además el goce. Existe la inquietud de que si la heterosexualidad no se instituye como norma, nada nos asegura de que la gente tendrá ganas de seguir siendo heterosexual.

Esta inquietud es por supuesto absurda, pero creo que es la razón por la que muchos resisten, incluso aquellos relativamente liberales y abiertos. En el fondo temen que la heterosexualidad sólo mantenga su vigencia por el hecho de ser una institución. No imaginan un instante lo que sería la heterosexualidad de no ser lo que hoy es: la norma. Esta inquietud es psicológica. Hay también, de parte de los reaccionarios, una inquietud política. Para ellos (y esta es la posición de la Iglesia y el Vaticano), si comenzamos por alterar la norma heterosexual, ninguna otra norma parecerá ya absoluta.

No es únicamente la homosexualidad la que está en cuestión, sino también el papel de las mujeres, y de manera general el papel de la Iglesia, que consiste en ofrecer un fundamento a la norma social. Si las normas sociales, incluso las más naturales, dejan de ser naturales, esto quiere decir que no existe ya un fundamento absoluto para la norma. ¿Cuál sería entonces el papel de la Iglesia? ¿Podemos decir que el único papel de la iglesia es el de ofrecer principios absolutos y trascendentes?

¿Es posible pensar en la democratización de la Iglesia?

Lo que tendríamos que preguntarnos es si es posible concebir una teología democrática. ¿Acaso la única manera que tiene la iglesia de pensar la verdad es haciéndolo al margen de la Historia? Si existen verdades por encima de la Historia y que la sociedad no puede cambiar, entonces la Iglesia está condenada a estar siempre en contra de la democracia, ya que ésta consiste en que los individuos decidan la manera en que la sociedad debe organizarse. Si la Iglesia dice: no son los hombres los que deciden, sino Dios y la Naturaleza, la Iglesia está inevitablemente en contra de la democracia.

¿Puede entonces la Iglesia crear una teología democrática? Yo respondería que el cristianismo no está, después de todo, mal situado para pensar la cuestión históricamente. El cristianismo es una religión revelada, en la que la verdad tiene una historia. Según la teología cristiana, Dios ha estado siempre presente, pero hay también un antiguo y un nuevo testamento. La verdad no fue entonces revelada de una vez por todas y para siempre. De otra manera, no habría habido necesidad de un Jesús. Si esto es cierto para la revelación, también lo es para toda la teología. ¿Qué hace la teología? Interpreta, relee en función de una Historia.

Todo lo contrario del fundamentalismo que sólo busca regresar a los orígenes y anular la Historia. La iglesia católica está en contra del fundamentalismo. Su dilema es decidir si elige el fundamentalismo (la negación de la Historia), o asume las consecuencias de su carácter histórico y trabaja constantemente para obtener la verdad. La teología es un trabajo constante de reinterpretación.

Me parece que esa es una posibilidad para que los teólogos se reconcilien con la democracia, pues ésta tiene como tarea afirmar que las verdades no son jamás definitivas. En Francia la Iglesia católica intenta desde hace cuarenta años reparar su error histórico del siglo diecinueve, que fue haberse manifestado en contra de la modernidad y el progreso. Desde los años sesenta esta Iglesia intenta reconciliarse con la modernidad.

En Europa, las iglesias, y de modo particular la iglesia católica, no controla ya la vida cotidiana de la gente, sobre todo en lo relativo a la vida sexual. Sabemos que en Francia la contracepción es algo normal, el aborto es relativamente normal (lo que no quiere decir que la gente piense que está bien, pero muchas personas recurren a él). La iglesia católica no influye sobre las prácticas sexuales en Francia y en Europa. La iglesia dice lo que quiere sobre la sexualidad, la gente escucha con un oído distraído, y hace otra cosa. En Europa el Estado es algo importante. El individualismo está ahí muy ligado a la presencia del Estado.

No necesitamos depender tanto de la familia y de instituciones como la Iglesia para poder existir. Tal vez en América Latina, con una presencia menor del Estado en la vida cotidiana, la gente debe arreglárselas de modo diferente, por lo que las estructuras de la familia y de la religión se vuelven más importantes. Esto, aclaro, no es más que una hipótesis. Entre más Estado haya, habrá más individuo, y no porque el Estado conduzca la conciencia de la gente o la adoctrine, sino porque las condiciones para existir en tanto individuo están ligadas a esta fuerza relativa del Estado.

Con respecto al matrimonio homosexual, ¿hasta dónde podría llegar la Francia de Sarkozy? ¿Pondrá el presidente un freno a la cuestión o terminará aceptando un pacto de unión civil?

La derecha en Francia está dispuesta hoy a declararse feminista, pero no por ello favorable a la homosexualidad. La izquierda gana un poco de credibilidad cuando aborda los temas de la homosexualidad y la inmigración. Nicolás Sarkozy dice: yo nací heterosexual, mientras la izquierda busca abrir las puertas al matrimonio gay. Hay en este tema una clara diferencia entre la izquierda y la derecha. Por el momento, Sarkozy no está dispuesto a escoger la solución holandesa. No está preparado para decir que los homosexuales deben gozar de la libertad de casarse, aun sí dice que las mujeres deben gozan de la libertad de poder abortar.

Todo esto puede cambiar, por supuesto. Sin embargo, por el momento, el presidente es el primer hombre político de derecha que ha comprendido el error que cometió la derecha durante la discusión del PACS. Desde el verano de 1999, justo antes de la votación de la ley, había explicado a las juventudes de su partido (el UMP), que la derecha se había equivocado al oponerse al PACS, ya que eso le hacía verse reaccionaria. Por otra parte, jamás ha hecho declaraciones públicas homófobas, ya que le preocupa reivindicar siempre la modernidad. Quiere estar del lado de la democracia sexual.

Al mismo tiempo tampoco se opone con vigor a la exclusión de los homosexuales y avala la conducta homofóbica de algunos de sus diputados. El discurso es doble: estar a la vanguardia de la lucha contra la homofobia, pero no sancionar jamás a los homófobos del propio campo político.

En el tema de la homosexualidad, el presidente se encuentra hoy paralizado. Alguna vez dijo: quiero hacer un contrato de unión civil que podría ser como el matrimonio. Y de inmediato añadió, pero nada de niños. Esta era finalmente la solución que defendían los conservadores de izquierda hace diez años. Es la posición actual de la derecha moderna, con posturas que tuvo la izquierda conservadora hace una década. Y Sarkozy no hace nada a favor de ese contrato de unión civil, ya que si intenta avanzar en el terreno de la modernidad, se topará primero con los homófobos de su partido que pondrán el grito al cielo, y luego tendrá que vérselas con las asociaciones homosexuales que dirán que nada de eso es suficiente.

No tiene entonces nada que ganar, pues no dejará a nadie contento. A lo que le apuesta hoy es a figurar como un hombre moderno en el escenario internacional, particularmente al comprometer a Francia en la lucha por la despenalización de la homosexualidad. La conclusión a la que llega es que sólo es posible ser progresista y moderno en territorio extranjero, pues de quererlo ser en terreno propio, habría que ser consecuente y avalar el matrimonio gay. Ser progresista en materia sexual se resume entonces a dar lecciones de modernidad a los africanos o a los musulmanes.

*Publicado en el número 162 del Suplemento Letra S del periódico La Jornada el jueves 7 de enero de 2010.

**Eric Fassin es catedrático en la Facultad de Ciencias Sociales de la Escuela Normal Superior, en París, licenciado en Antropología Social por la Universidad de Paris V, y autor de los libros Au delà du Pacs: l’expertise familiale à l’épreuve de l’homosexualité (1999), L’inversion homosexuelle (2005), y de la recopilación de textos en español, Género, sexualidades y política democrática, publicada en el 2009 por El Colegio de México.

NOTIESE, México, 7 de enero de 2010
http://www.notiese.org/notiese.php?ctn_id=3514

No hay comentarios: