DOBLE DISCURSO, DOBLE MORAL
Luis Paulino Vargas Solís
En artículos anteriores he propuesto diferenciar varias posibles agendas dentro de un programa unitario que pudiera sustentar una amplia alianza progresista alternativa al neoliberalismo dominante. La quinta de esas agendas es la de cambio socio-cultural. Estoy persuadido de que esta última es la más polémica, porque es donde el posicionamiento ideológico del pueblo costarricense, pero también el de las dirigencias que se suponen progresistas -incluso las de izquierda- se vuelve más problemático, con tintes, incluso, muy conservadores.
Esta agenda está relacionada con procesos de cambio que toman forma en una complejización creciente de las expresiones y proyectos culturales e identitarios y de los movimientos sociales en Costa Rica. Estos procesos se expresan en los movimientos de género y feministas; en la reivindicación de la diversidad en relación con orientación sexual e identidad de género; en los movimientos indigenistas y afrodescendientes; en la explosión de nuevas identidades y expresiones culturales de las juventudes. Hay de común una lógica asentada en el reclamo por la plena vigencia de los derechos humanos. De ahí que también formen parte de estos procesos las reivindicaciones de las personas con alguna discapacidad o condición física especial, las de las personas de la tercera edad, las minorías religiosas, las minorías migrantes, pero también el derecho de las personas ateas a que se respete su posición (hoy violentada por el estado confesional).
A veces hay de por medio un reclamo que rescata y defiende la comunidad y, respectivamente, valores y formas de vida, producción y consumo tradicionales. En general, ese es el caso de los pueblos indígenas, víctimas –hoy como quinientos años atrás- de saqueo y expropiación. Sin embargo, la mayoría de las veces hay más bien una reivindicación de la individualidad y, en especial, de la libertad y el derecho personal a vivir el proyecto de vida que cada quien elija. Las reivindicaciones de género, de diversidad sexual y de laicismo así como las expresiones culturales juveniles en general tienden en esa dirección. Se trata, sin embargo, de un individualismo de los derechos humanos, muy distinto del individualismo neoliberal. Aquel rescata el derecho a una vida digna para cada persona dentro de una comunidad de seres humanos solidarios, libres, diversos pero iguales en dignidad. Este propone un individualismo del mercado, ferozmente competitivo, consumista y despiadado.
Estos procesos de cambio, que en principio son de índole cultural, tienen amplias repercusiones sociales que tocan las estructuras del poder del patriarcado y la religión, pero también las de la organización capitalista de la producción. En otra oportunidad intentaré plantear algunas sugerencias al respecto.
Esto plantea un coctel explosivo que al pueblo de Costa Rica –e incluso a las dirigencias progresistas- se les hace de dificilísima digestión. Ello en parte refleja el poder de la religión conservadora, tanto en su versión católica como en la evangelista, complicado por la profunda interpenetración entre aquella y los poderes económico y político. Así se ha construido un eficaz instrumento de legitimación y estabilización del orden establecido, con profundas repercusiones en la conciencia popular, en la cual pululan oscuros prejuicios y odios que han sido diseminados desde púlpitos y tarimas de predicación.
En todo caso, es seguramente cierto que el patriarcado conserva una tremenda vigencia, de modo que incluso quienes asumen posiciones progresistas y marcan distancias respecto del poder de la religión, con frecuencia muestran grandes dificultades para maniobrar eficazmente frente a estos asuntos. Ello se manifiesta de muy diversas formas. A veces mediante la expresión desembozada del prejuicio, pero más usualmente a través del silencio o la invisibilización, la posposición en las agendas políticas o informativas o, incluso, mediante tomas de posición que se agotan en lo puramente retórico.
Se diría que en el tema género sí han habido avances importantes. Y ello es cierto al menos si la propuesta se agota –como en efecto ha ocurrido- en “permitir” que las mujeres accedan a la educación y salgan a los mercados de trabajo, ojalá para ocupar puestos que en el pasado estuvieron reservados para los hombres (incluyendo la presidencia de la república). Me parece que, a falta de una crítica más profunda, ello modifica la faz del patriarcado sin alterar sus bases de poder más fundamentales. De ahí, por ejemplo, la violencia doméstica y los femicidios, la doble jornada de tantas mujeres trabajadoras o las marcadas diferencias salariales. De ahí, para citar otro caso, que hoy tengamos una Presidenta que abiertamente asume posiciones discriminadoras y promete ejercer el poder (como ya ella misma lo hizo en el pasado) siguiendo los mismos patrones observados por sus antecesores masculinos.
Prevalece el doble discurso y la doble moral. En el tema de la diversidad sexual ello es particularmente claro ¿Quiénes, se supone, son los clientes de los travestis que se apuestan en las calles de San José? Definitivamente no son hombres gay cuyos gustos andan muy por otros lados, sino heterosexuales, posiblemente casados. A esos mismos travestis se les estigmatiza y persigue de forma despiadada y, sin embargo, ¿quién les ofrece una oportunidad que les permita prescindir del trabajo sexual que realizan? Abunda la violencia de todo tipo –en los sitios de trabajo y estudio, en las calles y sitios privados o públicos; violencia física, verbal y simbólica- contra quienes tienen una orientación sexual distinta a la mayoritaria pero, cosa paradójica, siempre queda la pregunta: si tan seguros están de su heterosexualidad ¿qué les compele a reafirmarla mediante el escarnio de quien es diferente?
El asunto del reconocimiento legal de las parejas del mismo sexo resulta un caso patético de doble moral. La oposición –de base religiosa pero con hondas raíces en la conciencia popular- gira alrededor de una falacia: la defensa de la “familia”, entendiendo por tal la tradicional familia patriarcal. Primera mentira: que existe un modelo universal y eterno de familia. Segunda mentira: que la familia de base heterosexual en Costa Rica corresponde a un modelo estable y homogéneo. Tercera mentira: que concederle reconocimiento a las familias formadas por parejas del mismo sexo atenta contra “la familia”. Tres enormes mentiras y un desaforado afán por creérselas.
En el caso de las juventudes los esquemas adultocéntricos prevalecientes colocan a la gente joven en alguno de estos compartimentos: delincuentes, rebeldes sin fundamentos, personas vagabundas o maleducadas. Para el capitalismo son, alternativamente, desempleados o mano de obra barata; símbolo que el marketing manipula o, directamente, su objeto a manipular para inducirles al consumo. Pasa desapercibida la complejidad de las expresiones culturales juveniles y las problemáticas que le son propias, en campos tan diversos como la salud, el esparcimiento, la sexualidad o el empleo.
Podríamos abundar, adicionalmente, alrededor de otros asuntos: el maltrato de las personas de la tercera edad o la estigmatización y explotación de la población migrante nicaragüense, por ejemplo.
Vivimos y protagonizamos esos procesos de cambio socio-cultural. Están ahí, bajo nuestras narices, a la vuelta de la esquina o metidos en nuestra propia casa. Pero se le niega con falso pudor, mientras se finge que el mundo a nuestro alrededor es estático e invariable, cristalizado para todos los siglos por venir, tal cual lo decretan los poderes religiosos.
Costa Rica, 10 de marzo de 2010
domingo, 14 de marzo de 2010
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