Entrevista a Marta Alanís, líder de la ONG Católicas por el Derecho a Decidir
“Hay un desacato silencioso a la Iglesia”
La titular de la ONG de mujeres católicas afirma su postura a favor del aborto. Cómo compatibiliza esa militancia con su fe religiosa. Sostiene que la mayoría de las mujeres en América latina desobedece en silencio los preceptos prohibitivos de la jerarquía eclesiástica.
Por Mariana Carbajal
Marta Alanís describe en la entrevista cómo fue modificando su posición frente al aborto.
Hace 41 años que está casada “y con el mismo hombre”, se encarga de aclarar, medio en broma, medio en serio. “Me casé por Iglesia”, dice Marta Alanís, con su hablar pausado y enumera que está bautizada, tomó la comunión y también la confirmación. “Soy católica desde niña”, apunta, por si quedaban dudas. La tonada cordobesa delata su terruño. A los 60 años, esta mujer de convicciones profundas lidera en el país la organización Católicas por el Derecho a Decidir y es uno de los motores de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto, una red de más de 250 organizaciones que acaba de presentar en el Congreso un proyecto de ley para sacar al aborto de la clandestinidad, con el respaldo de legisladores de un amplio arco político. En una extensa charla con Página/12 Alanís contó cómo fue cambiando su posición personal en relación con el aborto, planteó cómo se puede ser católica y defender la despenalización, cuestionó las posturas de la jerarquía eclesiástica y del Vaticano y se mostró esperanzada en que finalmente pueda discutirse el tema en el ámbito legislativo. “Si las católicas y católicos que son funcionarios, legisladores, integrantes de comités de bioética o médicos conocieran lo que dice el Derecho Canónico no dudarían en que tienen que crear políticas públicas, legislaciones y atender correctamente a cada mujer que demanda un aborto legal”, argumentó. Y sostuvo que en realidad “la mayoría de las personas en el país son católicas por el derecho a decidir”, porque practican “un desacato silencioso a las posturas oficiales” en materia de moral sexual.
La mañana es luminosa. Es 25 de marzo, justo el Día del Niño por Nacer, una celebración instaurada por decreto en 1998 por el ex presidente Carlos Menem para congratularse con el Vaticano y su militancia antiabortista (aunque él también –valga recordarlo– como tantos otros que se resisten al debate haya apoyado que su ex esposa abortara, según contó la propia Zulema Yoma varios años atrás a esta misma cronista). Pero Alanís ni menciona la fecha o al menos, ésa. Cuenta, mientras ofrece un café en un pequeño departamento que alquila en el barrio de Congreso, que quedó muy conmovida por el discurso de la presidenta Cristina Fernández, en la ex ESMA, durante la conmemoración del Día de la Memoria.
Ha sido activista, dice, de muchas causas, desde la ecología hasta el cambio social, la democracia en la Iglesia Católica, los derechos humanos, los derechos humanos de las mujeres y la educación sexual. “En mi juventud me impulsó al compromiso social la Teología de la Liberación que, a su vez, permitió también que surgieran otras expresiones del pensamiento teológico desde diferentes lugares de opresión”, comenta, rememorando su historia personal.
Hace dos semanas estuvo en Nueva York, en las sesiones del Comité de Derechos Humanos de la ONU, donde el Estado argentino presentó su informe nacional. La legislación restrictiva de acceso al aborto fue uno de los ejes principales de los cuestionamientos que recibió la delegación oficial.
–¿Se puede ser católica y defender el derecho al aborto?
–Sí, por supuesto. De hecho, la mayoría de las personas en América latina y en Argentina se definen como católicas y si tenemos en cuenta que hay en el país alrededor de medio millón de abortos, esta cifra nos está diciendo que en la vida privada no se tienen en cuenta las posiciones del Vaticano y de la jerarquía local. O sea, existe un desacato silencioso a las posiciones oficiales. Las mujeres católicas optan por el aborto como último recurso, igual que las no católicas. Los temas de moral sexual no son dogmáticos, son discutibles. Ante un dilema ético, la persona tiene el deber de decidir tomando como base su propia conciencia. Si no, estaríamos hablando de que en la Iglesia Católica prima la obediencia debida y no la libertad de conciencia. Durante el Concilio Vaticano II se abrió una puerta en la Iglesia Católica para el encuentro con las diferencias y la igualdad de todas las personas ante Dios.
–En España y Uruguay, en los debates por la legalización del aborto, la jerarquía católica amenazó con la excomunión de los legisladores que votaran a favor. ¿Qué dice el Derecho Canónico al respecto?
–El Derecho Canónico es la ley interna de la Iglesia Católica. La mayoría de las y los católicos creen que nunca necesitarán estudiarlo. No sólo se amenaza con excomulgar a legisladores, también acusan de “herejes” a las mujeres católicas que recurren a un aborto y a activistas católicos que promueven la legalización. No me parece una manera honesta de manejar las diferencias de opinión. El mismo Derecho Canónico establece claramente que exime de culpa y de castigo a quien infringe la ley –y por tanto no le cabe la excomunión– a “quien obró por violencia o por miedo grave, aunque lo fuera sólo relativamente, o por necesidad, o para evitar un grave perjuicio”. Es evidente, entonces, si somos honestos con la realidad, que la gran mayoría de las mujeres que abortan se encuentran en ese tipo de circunstancias. Por lo tanto, ni pueden considerarse culpables, ni caen bajo la excomunión y tampoco deberían caer bajo una pena civil o penal. Los ejemplos de la vida cotidiana abundan; cuando una madre de familia ve con angustia que el embarazo no deseado amenaza la supervivencia de sus otros hijos, o cuando ve gravemente amenazada su vida conyugal porque le dicen “si te quedás embarazada de nuevo me voy y te dejo sola con todos los niños”, está actuando bajo un miedo real grave, y por lo tanto, sin total libertad y responsabilidad. Lo mismo sucede en los casos en que la mujer siente que, ante un embarazo imprevisto, no deseado, la vida se le desploma, sea porque la van a echar de su casa o del empleo, o porque la van a estigmatizar o discriminar en su comunidad. Y mucho más grave es el caso en que una mujer no ve otra alternativa para seguir sobreviviendo social o económicamente con un mínimo de dignidad. Y miles son las situaciones en que ella vive bajo amenaza o presión directa (a veces hasta física) por parte de otras personas de su entorno (pareja, padres, patrón, etc.). Y cuando el embarazo no deseado interfiere en su proyecto personal, aunque sea el caso menos aprobado socialmente. Por eso siempre decimos que la maternidad no puede ser forzada, sino que tiene que ser un acto voluntario, libre y deseado, de lo contrario viola derechos humanos de las mujeres. Si las católicas y católicos que son funcionarios, legisladores, integrantes de comités de bioética o médicos conocieran el Derecho Canónico no dudarían en que tienen que crear políticas públicas, legislaciones y atender correctamente a cada mujer que demanda un aborto legal. Además, si las convicciones religiosas o personales de un funcionario o legislador o médico fueran contrarias al aborto, esas posturas son para su ámbito personal no para imponerlas a todas las mujeres.
–¿Alguna vez tuvo dudas sobre su postura frente al problema del aborto?
–Me formé en un hogar católico como tantos en nuestro país, y en la medida en que fui creciendo fui reflexionando sobre mi fe. Cuando era joven, el aborto me parecía algo imposible, que no podía comprender hasta que fui conociendo la propia vida, circunstancias personales, y me acerqué al pensamiento más liberador de la teología feminista. Desde esa nueva mirada de mujeres haciendo teología se me cae un tremendo velo y comienzo a ver el mundo con otros lentes y cambia radicalmente mi postura en relación con el aborto comprendiendo más las decisiones que tomamos las mujeres ante dilemas éticos que nos atraviesan en la vida.
–¿Por qué prefirió quedarse dentro de la Iglesia Católica cuando las posiciones de la jerarquía son tan conservadoras?
–Porque ser católica es parte de una identidad, de una cultura que vamos conformando desde niñas, con una identificación con el núcleo central del cristianismo, que es el amor al prójimo, que es el valor central del Evangelio de Jesús. Me quedé como católica sin sentirme parte de la Iglesia como institución jerárquica y machista. Me identifico con la iglesia pueblo de Dios, tolerante, comprensiva, inclusiva. La mayoría de las personas son católicas por el derecho a decidir. Nosotras le pusimos nombre. En privado, la mayoría de las personas no toman en cuenta las posiciones fundamentalistas que pretende imponer la jerarquía católica.
–¿Qué plantean desde Católicas por el Derecho a Decidir?
–Asumimos el desafío de realizar un aporte al debate desde nuestra identidad y en la búsqueda de una ética sexual con una perspectiva católica y feminista tendiendo un puente entre lo religioso y la realidad concreta de las personas en nuestra época. Y esta ética tiene muchas preguntas ante el planteo de la verdad única y tiene muchas respuestas ante la necesidad de la gente. No pensamos desde lo correcto o incorrecto de las acciones o decisiones, sino desde el sentido de justicia e incluso de supervivencia de las personas. Para poner como ejemplo, la visión oficial de la autoridad está en la jerarquía, para nosotras en la comunidad; para ellos el sexo es visto como pecado, mientras que nosotras lo reivindicamos como derecho; la jerarquía masculina entiende la ética como un conjunto de leyes y reglamentos y nosotras la entendemos como una construcción colectiva siempre dinámica; ellos hablan de una sexualidad heterosexual y en el matrimonio, nosotras reconocemos varias opciones sin que el objetivo esté en la reproducción; mientras ellos consideran al aborto y al placer como pecado, nosotras denunciamos la injusticia de la falta de opciones producto de la concentración de los recursos. Muchas veces se fundamentan posturas debido a una lectura literal de la Biblia sin considerar el contexto histórico en el que fue escrita. Pasajes bíblicos aislados y fuera de contexto han sido usados para justificar el sometimiento de las mujeres, así como para atacar a los homosexuales, y esa lectura literal es una pata donde se asientan los fundamentalismos más peligrosos y destructivos para las libertades de todas las personas. Aunque los cambios en la Iglesia sean lentos, el rol de las personas y organizaciones que pensamos diferente de la jerarquía y reafirmamos nuestra identidad como católicas/os, como en nuestro caso, permite abrir el debate sobre esas construcciones culturales que dieron forma a una manera de ser varón o mujer y a muchos mandatos que se oponen a la visión actual de los derechos humanos.
PÁGINA 12, Argentina, 29 de marzo de 2010
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viernes, 2 de abril de 2010
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