Ciudadanos de segunda clase
Los derechos humanos no deben pasar por un filtro religioso
Cristian Solera Publicista
Mi nombre es Cristian Solera, soy costarricense, y ciudadano de segunda clase. Durante años tuve derechos y deberes como todos. Fui el mejor estudiante, trabajador, jefe, y vecino que pude. Cumplí las leyes, fui respetuoso del sistema, y mis deberes como ciudadano los llevé a cabo lo mejor posible. Pagué impuestos, la seguridad social y las deudas.
Sin embargo, nada de esto valió a la hora de tratar de ejercer ciertos derechos, porque en el país, supuesto ejemplo de derechos humanos en el mundo, mis derechos no son completos como los de cualquier otro ciudadano.
Mi delito: ser homosexual. Sí, porque en nuestro país ser gay parece ser un mayor delito que matar conduciendo borracho, golpear a la mujer, ser drogadicto, o demás fechorías; porque estas personas, aún siendo delincuentes y estando presos, tienen derechos fundamentales que a los gais se nos niegan.
Injusticia. El día que me enamoré y quise ejercer mi derecho a formar una pareja estable con los mismos derechos de las demás para mí no era posible. Si yo quería vivir con esta persona lo debía hacer como dos amigos quienes deciden vivir juntos, porque legalmente no constituíamos nada que valiera ante la ley.
Si alguno moría, el otro no heredaría nada, no tendría una pensión por viudez, ni siquiera tendría derecho a un día de luto en el trabajo. No podría asegurar al otro, aun cuando hubiera cotizado toda su vida; si quisiéramos pedir un préstamo con las ventajas de una pareja no lo podríamos hacer. Y en nuestro caso, dado que mi pareja es extranjera, él nunca viviría legalmente en el país “ejemplo de igualdad y libertad de Latinoamérica”. Mi solución: convertirme en inmigrante.
Gracias a Dios –sí, porque yo creo en Dios también– mi pareja es español, y en su tierra todos los ciudadanos son de primera clase. Emigré a España y aquí nuestra unión fue tan igual ante la ley como cualquier otra. Aquí puedo vivir como residente, tener un trabajo legal, y podemos asegurarnos uno al otro, compartir nuestros bienes, presentar la declaración de impuestos juntos, etc.
Me siento feliz de gozar de todos esos derechos en España, pero triste de que en Costa Rica me viera obligado a dejar todo para llegar a ser un ciudadano de primera en otro país. Dejé a mi familia, mis amigos, mi trabajo, y lo peor es que ni siquiera puedo volver con mi pareja, pues allá nuestra unión no va a ser reconocida. ¿Justicia? ¿Igualdad?
Decepción. Y me decepciona aún más ver cómo las cosas no parecen cambiar a corto plazo. Pensé que una mujer en el poder sería más comprensiva y justa, tal vez pensando como una madre quien un día debe decidir si un hijo merece ser rechazado o amado, si es un ciudadano de primera o segunda. Pero según se ve, no será así.
En Costa Rica se sigue debatiendo el tema como si fuera algo religioso, pero los derechos civiles y humanos no deben pasar por ese filtro. Dios se encargará de juzgar nuestras almas cuando llegue el momento, pero el Gobierno debe dar a los ciudadanos los mismos derechos, tal como nos obliga a cumplir los mismos deberes.
Ser homosexual no es un delito, no es un capricho, ni siquiera una elección. Si el temor de la gente es que la sociedad se destruya, yo me pregunto, ¿será que todos los hombres y mujeres son gais y están esperando la ley para “salir en estampida del armario”? ¿Se han destruido las sociedades donde las uniones gais son legales?
Yo vivo en España hace meses y esta sociedad es tan normal como cualquier otra, con cosas buenas y malas que no tienen nada que ver con haber reconocido este tipo de uniones. De hecho, estadísticamente estas representan apenas menos del dos por ciento de los matrimonios totales anuales. Entonces, ¿por qué negar el derecho a una minoría de ser ciudadanos de primera como los demás, ¿son esos los valores cristianos que tanto se pregonan?
Hechos, no palabras
Costa Rica se llena la boca ante el mundo exhibiendo su tradición democrática, y ya es hora de demostrar hechos más que palabras. En Latinoamérica países como México y Argentina ya están dando los pasos necesarios para legalizar las uniones de personas del mismo sexo, y nuestro país no puede quedarse con una mentalidad retrógrada en un tema tan importante como los derechos civiles.
La historia ya ha demostrado errores como la discriminación a las mujeres o la xenofobia, tanto de los gobiernos como de las religiones. Es la hora para Costa Rica de demostrar que la igualdad y libertad son los verdaderos valores que queremos heredar a las futuras sociedades.
LA NACIÓN, Costa Rica 11-5-2010
http://www.nacion.com/2010-05-11/Opinion/Foro/Opinion2367284.aspx
martes, 11 de mayo de 2010
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