Tolerancia
Paúl E. Benavides Vilchez
La tolerancia si es de verdad duele, arde, es compleja e intensa. No es para cobardes, quiero decir. Debe de superar el propio prejuicio, vencer el estigma que asignamos a los otros, derrotar el odio o resentimiento que se acuñó en el fondo de nuestra conciencia, aún sin nuestra culpa. En el plano personal es la forma de esquivar los zarpazos de la bestia que todos - sin excepción - llevamos dentro; es aplacar su instinto destructivo y dar paso, luego de una batalla nada fácil, al animal comprensivo y bondadoso que también nos habita. En materia de las emociones humanas no hay absolutos. Nadie está exento de sentir odio o resentimiento. Al final del camino tanto la bestia como el animal bueno abrevan en el mismo río. Ya dependerá de cada uno si damos el zarpazo o admitimos la heterogeneidad zoológica, múltiple y variada de la especie humana. Con amor y agrado. Es la vieja pugna entre la armadura dogmática y la tolerancia, entre el Eros y el Tánatos, que se prolonga para no acabar nunca y que F. Fukuyama no pudo ver, entretenido como estaba decretando el fin de la historia.
En el plano de la tolerancia los costarricenses tenemos más sombras que luces. No fuimos educados para el verdadero arte de tolerar, por que no fuimos educados en el verdadero arte de la aceptación de la diferencia, de la polémica y de la confrontación dura pero respetuosa de las ideas. Tres o cuatro puyazos en una discusión y el costarricense los resiente como un ataque al cuerpo, que devuelve con la indiferencia o la descalificación ad portas. La idea del consenso democrático que fue una forma de convivencia más o menos real, nos incapacitó a la larga para integrar la confrontación como una dimensión necesaria de la convivencia social. Rápidamente el consenso pasó a ser mito y a ser parte de la iconografía democrática con la que se podía discrepar, pero sin hacer mucho ruido. Esta visión concensuada de país, fue posible mientras existió unanimidad en la concepción de la democracia, de la religión, de la cultura, de la sexualidad, de las fórmulas “naturales” hechas a la medida para resolver los impulsos que amenazaban el orden instituido. El problema arranca cuando otros que siempre estuvieron allí, en silencio, comenzaron reclamar a viva voz el derecho a ser reconocidos en su diferencia y en su dimensión plenamente humana. La historia de este país durante todo el siglo XIX y bien entrado el siglo XX, fue una lucha entre los derechos de la ciudadanía exigidos por el pueblo y las tendencias autoritarias que impedían su reconocimiento. La conquista del voto directo frente al voto censitario; la conquista del voto de la mujer costarricense frente a su invisibilización como ciudadana y ser humano, pueden leerse como la victoria de la tolerancia frente a la intolerancia, que existe y existirá siempre entre nosotros.
El pensamiento político anglosajón fue capaz de separar la esfera de la política de la esfera religiosa, para que los asuntos del César no coincidieran con los de Dios. Gestado en las guerras religiosas que desmembraban a Inglaterra entre protestantes y católicos, Roger Williams (1603, Londres) redactó en el año 1644, El sangriento dogma de la persecución por causa de conciencia que es uno de los primeros esfuerzos doctrinales de la modernidad para justificar la libertad de conciencia y la neutralidad del Estado en materia religiosa. Posteriormente John Locke inspirado en Williams, escribió en el año 1685 su Carta sobre la Tolerancia, texto que distingue las competencias entre el mundo religioso y el mundo político, y establece que la salvación de las almas no compete a la autoridad política sino a las iglesias. Además la pertenencia a una u otra iglesia se dejaba a la libre elección. Toda esta tradición filosófica se plasma en la Primera Enmienda de la Constitución Federal Americana denominado Bill of Rights de 1791: “El Congreso no dictará ley alguna por la que adopte una religión como oficial del Estado o se prohíba su libre ejercicio…” La sabiduría del pensamiento político anglosajón pretendía que los actos perversos del César no utilizaran a Dios como mampara o justificación. Pese a que el Bill of Rights fue un avance para su época, no impidió siglos después que la política en los Estados Unidos usufructuara de la religión con la contundencia con que lo ha hecho.
Es una sociedad liberal y pluralista como es la costarricense - si los hechos no me engañan - la moral religiosa debe convivir junto a otras éticas de carácter secular, frente a otras concepciones de la moral, del amor, de la vida y de la convivencia, igualmente respetables por el solo hecho de ser defendidas por seres humanos. El no compartir estas formas de convivencia me obliga, si se me declaro miembro de una sociedad liberal, pluralista y democrática, a respetar a las personas que practican maneras distintas de asumir las relaciones afectivas o familiares, pese a que en lo personal no las comparta. La tolerancia no sólo me obliga a no rechazar a los que no sienten o piensan igual que yo, sino a ver la diferencia como necesaria y vital en la convivencia humana.
Frente a la homosexualidad aflora el filón mas intolerante de la conciencia colectiva de nuestro pueblo. Es una derrota de la cultura y de la educación que se resuelve finalmente en una derrota como sociedad. Esta reacción instintiva que niega al otro la posibilidad de convivir en paz y armonía, antes que amainar renace como flor venenosa, cada vez que se habla sobre los derechos de las personas homosexuales. El proyecto de Ley sobre la Unión Civil entre personas del mismo sexo que se debate en la Asamblea Legislativa, es uno de los temas - entre otros - más sensibles e importantes en el plano de los derechos humanos de los últimos años. No lo es sólo por el número de personas que forman parte de este colectivo humano, sino porque que ha sido un tema tradicionalmente vedado y prohibido para la deliberación pública. El sólo hecho de discutirlo es en sí mismo un paso verdaderamente trascendental.
Si se quiere contribuir a que la sociedad costarricense sea más tolerante y respetuosa, este debate deberá de estar libre de una visión moral que se imponga frente a las demás; libre de verdades teológicas; libre de absolutos biológicos; libre del estigma; del viejo y añejo prejuicio machista arraigado en la parte más oscura de la Costa Rica profunda. Pero cada vez que lo escucho de cerca, abundan los estereotipos, la marca de cierto aldeanismo que descalifica con enorme facilidad, la desacreditación que se expande como un gigantesco y viceral lugar común.
TRIBUNA DEMOCRÁTICA, 1 de Enero de 2009
http://www.tribunademocratica.com/2009/01/tolerancia.html
domingo, 4 de enero de 2009
El principio de la tolerancia en perspectiva histórica y frente a las realidades costarricenses actuales
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