EN DEUDA CON LA IGUALDAD REAL
Por Giovanni Beluche V.
Este artículo está dedicado especialmente a la dirigenta sindical Alicia Vargas, perseguida política de la administración del Presidente Oscar Arias Sánchez
Llega un nuevo 8 de marzo y lejos de lanzar campanas de celebración, deberíamos reflexionar sobre la enorme deuda que como sociedad tenemos con la igualdad real y la equidad de género. Es una deuda con nosotros mismos, porque una sociedad equitativa conlleva una mejor calidad de vida para las mujeres y los hombres, para las niñas y los niños. Todos y todas somos responsables de que esa oprobiosa brecha de género siga expandiéndose.
Nos corresponde propiciar condiciones de equidad en nuestras familias, en nuestros centros de trabajo, en las comunidades, en las organizaciones sociales y políticas. A nadie le podemos traspasar la responsabilidad por lo que hemos hecho o hemos dejado de hacer para vivir en un mundo que destierre las aberrantes prácticas machistas y patriarcales que carcomen nuestra cotidianidad. Indudablemente tenemos una responsabilidad individual que no se agota con poses y discursos de igualdad.
También tenemos responsabilidades colectivas y políticas para construir una sociedad donde impere el respeto a las diferencias y la igualdad de oportunidades para las mujeres. Las luchas que han dado tantas mujeres y sus organizaciones han traído como resultado avances significativos, nos corresponde cuidar esos logros, profundizarlos y alcanzar nuevas conquistas. Las gestas han sido duras, se ha luchado contra una cultura que se resiste al cambio y una institucionalidad patriarcal, construida al servicio de los intereses de un sistema capitalista que lucra con las inequidades de género.
Hoy más que nunca hay que enfrentar la amenaza de una crisis económica causada por el modelo de acumulación imperante, que pone a la gente al servicio de la economía y no la economía al servicio de la gente. La clase trabajadora en general y las mujeres pobres en particular, cargan sobre sus espaldas una crisis que no propiciaron. En épocas de vacas gordas nunca fueron convidadas a la repartición de un pastel que se comieron los ricos y los empresarios. Se cuentan por millones las y los trabajadores que han perdido sus empleos en todo el mundo, la OIT calcula que el número de desempleados en el orbe llegará a 190 millones de personas. Costa Rica no es la excepción, apenas encontraron el pretexto de la crisis muchas empresas demostraron la lealtad que tienen hacia quienes demagógicamente llaman “nuestros colaboradores”.
Actividades que concentran mucha mano de obra femenina están entre las más vulnerables con la crisis: maquilas, textiles, turismo, comercio, servicios financieros, agroindustrias, microempresas. Sectores donde trabajan sus compañeros también son muy afectados por los despidos, como la construcción. Las medidas (y falta de medidas) que adoptan empresarios y gobierno están condenando a la miseria absoluta a miles de familias, pues en muchos casos han perdido ambos ingresos.
¡Qué podrán celebrar las mujeres pobres este 8 de marzo!, si son doblemente oprimidas, por su condición de clase y por su condición de género. Esos empresarios y su gobierno, que le piden a las mujeres que renuncien a sus derechos laborales, que chantajean a los trabajadores y trabajadoras con que acepten medio salario “para no perderlo todo”, ¿acaso están dispuestos a renunciar a la tasa de ganancia que les dejan sus negocios? Esos grandes comerciantes e industriales que ya han despedido a miles de costarricenses, que claman por rebajar los salarios a la mitad, ¿acaso están dispuestos a que se rebaje y congele el precio de los alimentos y demás productos de la canasta básica?, ¿cuántos yates, casas de playa, autos de lujo, posesiones en el extranjero que adquirieron con la plusvalía extraída en sus empresas han vendido para demostrar que ellos también se socan la faja?
Es un 8 de marzo triste, porque en muchos hogares impera la incertidumbre, porque no se sabe si los hijos e hijas podrán seguir en la escuela, porque la plata no alcanza para darle de comer a la familia, porque no saben con qué pagarán el alquiler a fin de mes, porque muchas mujeres se quedaron sin el empleo que generaba el único sustento de la casa.
En vez de Plan Escudo, que feminiza más la pobreza, el gobierno debería garantizar el respeto a los derechos sociales y laborales de las mujeres trabajadoras. No valen los discursos demagógicos de diputadas y jerarcas, si aceptan el recorte del presupuesto de las universidades, de la educación y de la salud pública. Hay que exigir guarderías en los centros de trabajo, congelación de los precios de la canasta básica y salarios ajustables con la inflación, financiamiento de oficinas de la mujer en todas las municipalidades e instituciones, crédito accesible y subsidiado para las agricultoras y empresarias de la microempresa, subsidio de desempleo para las trabajadoras y trabajadores despedidos por la crisis, comedores infantiles.
El gobierno debe desarrollar un gran plan de obras públicas que genere empleo, construyendo carreteras, escuelas, EBAIS. Y que no digan que no hay plata, porque el mismo ministro de hacienda se pavonea diciendo que tuvimos superávit fiscal. Son muchas las medidas que se pueden adoptar para que la crisis no la paguen las mujeres pobres, para que vayamos saldando la enorme deuda que tenemos con la igualdad real.
Hombres y mujeres debemos construir verdaderas alternativas políticas para que no sigamos gobernados por quienes feminizan la pobreza. Tenemos que encaminarnos hacia una sociedad donde impere la equidad de género y la justicia social, en la que hagamos realidad esa aspiración de que otro mundo es posible.
Costa Rica, 8 de marzo de 2009
jueves, 12 de marzo de 2009
Con profunda sensibilidad, un hombre escribe sobre los derechos de las mujeres
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