Enseñanzas políticas de una elección política
Hugo Mora Poltronieri
La pasada elección, en la que el partido Liberación Nacional eligió a la persona menos favorable para nuestras aspiraciones, no debe pasar simplemente como un hecho consumado. De ello, quienes formamos parte de esta minoría, deberíamos extraer las debidas conclusiones y, a partir de ellas, planear nuestra estrategia para el futuro, cuando en las elecciones de 2010 se llegue a los resultados políticos definitvos.
Ante todo, una aclaración: he preferido hablar de la minoría gay, y no de la comunidad, como hacen otros. Lo ideal sería poder hablar de una comunidad gay, pero ésta no existe como tal. Al menos, por ahora, digámoslo con sentido optimista y constructivo. Pero sí que debería existir, si es que queremos ser tratados como un grupo con el que se debe contar para todo y en todo. En otro artículo anterior, me refería a la necesidad de convertirnos en un grupo de presión, como lo son los empresarios, los taxistas, los sindicalistas, los maestros, etc. Cuando estos grupos se plantan ante algo que no les conviene, tiemblan las autoridades, corren los políticos, se pisotean los derechos de los débiles y se hacen y deshacen leyes para quedar bien con los grupos de presión. Sobre tales agrupaciones, bien enterado está nuestro actual presidente de la República, quien años ha (1971) escribió una obra titulada “Grupos de presión en Costa Rica”.
Pero volvamos a lo nuestro. Siglos de represión y castigos atroces, hasta de pena de muerte, han hecho que los fervientes de este “amor que no se atreve a decir su nombre” (cito a Alfred Douglas, el descocado amante del infortunado Oscar Wilde) hayamos aguzado el ingenio de mil maneras para pasar inadvertidos en sociedades educadas en la homofobia y en sus consecuencias: el escarnio, la discriminación, la persecución, la cárcel, el castigo en todas sus formas y, quizá, lo más cruel: la imposibilidad de hacer oír nuestra voz a través de los tiempos, el ahogamiento de todo aquello que en el arte, en la literatura, en las ciencias, en la filosofía, incluso en la vida diaria, diera expresión libre y creadora a este aspecto de la cultura pasada, presente y futura de una minoría tan peculiar. Desde luego, algo ha perdurado, pero no queda la menor duda de que la obra de numerosos censores, apoyados fundamentalmente en instituciones religiosas, ha hecho su trabajo mutilando esta particular manera de ser, de sentir y de crear de quienes somos tan personas como los demás.
Consecuencia de lo anterior es la dificultad aún existente como para sentirnos parte de un grupo. Quien más, quien menos, todos hemos pasado por situaciones penosas y humillantes en nuestros hogares, en nuestras escuelas, en nuestros trabajos, en fin, en todo cuanto signifique alternar con otros seres humanos, que nos han estimulado a ser muy privados, poco o nada expresivos acerca de nuestros sentimientos, y hasta desconfiados de aquellos que conocemos o intuimos como nuestros semejantes en estos sentimientos.
Por fortuna, los tiempos han cambiado. Pero no porque sí. Es porque ha habido gente, inicialmente en otros países, que con su lucha frontal ha abierto la puerta para que ahora, hasta en la conservadora Costa Rica, nosotros también irrumpamos con paso combatiente. Existe aquí y ahora, más visible que antes, una minoría gay que se hace notar, pero a la que le falta todo para convertirse en una verdadera comunidad que se haga sentir como fuerza de presión.
En este país, a diferencia de lo que ocurre en la mayoría de nuestros vecinos, nos jactamos de vivir en un Estado de derecho. Este es un país en que todavía puede lograrse mucho por medio pacíficos, mediante el cabildeo en los lugares y con las personas afines o, al menos, simpatizantes con una causa que puedan identificar con los derechos humanos. Este es un país en que, de una manera u otra, todos nos conocemos o tenemos un amigo o un pariente común con quienes establecer los contactos adecuados. Este es un país en que, por medios políticos, pueden lograrse cosas que, en otras latitudes y con otras tradiciones, serían inalcanzables.
Yo llamo con este artículo a la unidad, a la lucha política bien entendida; no a la lucha politiquera que todos conocemos de fidelidad incluso con aquellos que nos atizan duro. Tenemos una causa: conseguir nuestros derechos civiles plenos o, por lo menos, hasta donde lo permita el tira y afloja de la lucha política. Pero ante todo: unidad de todos, llamémonos gais, lesbianas, bisexuales, travestis, intersexos. Hagamos a un lado las pequeñas diferencias que puedan separarnos y luchemos por la causa común.
Veamos: nunca se ha hecho un real censo de los que somos “diferentes” en este país. Algunos aseguran (no sé cómo) que anda alrededor del 10%. Pero este es un cálculo demasiado conservador si tomamos en cuenta la realidad que todos conocemos. Digamos, a ojo de buen cubero, que la cifra real ande más bien cerca del 20% (todavía, algo conservador el número, tomando en cuenta que con nosotros no están ni todos los que son, ni todos los que no están). Supongamos también que una gran mayoría, cercana al 15% de este grupo de “diferentes”, se hubiera hecho presente en las urnas. Otra sería la historia: hoy tendríamos un candidato presidencial favorable a nuestra causa, y con altas posibilidades de triunfar en el 2010. El problema está, justamente, en la falta de madurez política dentro de nuestra supuesta comunidad que, o bien simplemente no participó en el proceso a pesar de ser abierto aun para los no liberacionistas, o bien votó por la candidata que, claramente, decidió mostrarse tan homófoba e insensible para nuestra causa como la vimos y oímos.
Antes que seguir siendo una simple minoría, invisible y sin ningún interés ni respeto por parte de los políticos, mi llamado es para que desde ahora empecemos a tomar las medidas necesarias para llegar a convertirnos en el grupo de presión que debemos constituir urgentemente.
De ninguna manera debe interpretarse esto como un llamado partidario-politiquero. Pero todos y cada uno de nosotros, los “diferentes”, debemos establecer una serie de prioridades para las siguientes elecciones: no importa si yo he votado siempre por el partido X y pienso hacer lo mismo en el 2010: ya no. Demos nuestro voto al partido XX, que es el único o el que mejor se ha manifestado a favor de nuestros derechos, a pesar de que discrepo de su ideología en esto o en aquello. Quien vaya como candidato presidencial en el partido XX es determinante, dado el poder que han tenido siempre nuestros presidentes. Pero hasta es posible que los diputados de su lista contengan nombres de personas influyentes con quienes podríamos también contar. Muy bien: allá van también nuestros votos. Pero también podría darse que debiéramos dividir el voto, porque es otro el partido que, por primera vez, tiene en su lista de diputados elegibles a algún abanderado o abanderada de nuestra lucha. En fin, son cábalas. Pero lo importante y lo deseable es que nos organicemos más para no desperdiciar nuestros votos en candidatos indiferentes u hostiles, ni tampoco dispersarlos innecesariamente.
Las cosas están ahora así: la candidata liberacionista ya elegida, totalmente hostil, por la que no debemos votar de ninguna manera; luego, de los otros dos partidos también mayoritarios, el PAC y el libertario, hay promesas bastante positivas; pero habrá que esperar a que se desenvuelva el rollo completo. En cuanto al PUSC, nada se sabe, pero tal como han ido las cosas con esta agrupación en los últimos años, todo parece indicar que seguirá en declive. En cuanto al PASE, paradójicamente un partido “por la accesibilidad sin exclusión”, votar por él equivaldría a la peor ceguera y al mayor desperdicio del voto puesto que se ha alineado con las fuerzas religiosas más cavernarias a favor de un referendo (que perderíamos) para que se nos nieguen los derechos que perseguimos. El Frente Amplio siempre se ha mostrado abierto y amigable y debe considerarse en la elección de diputados, siempre que los ponga en un lugar con posibilidades de triunfo. Sobre los otros partidos minoritarios, es poco lo que puede decirse y esperarse, sobre todo en el caso del partido de ese diputado actual que confunde política con religión en su más fundamentalista expresión.
Desde luego, si alguno de los partidos postula en lugar elegible candidatos a diputados o síndicos, abiertamente de nuestras filas o, por lo menos, altamente simpatizantes, se trataría de una oportunidad que deberíamos explotar al máximo, haciendo gala de una unidad y una fuerza de la que hemos carecido hasta el momento.
Está en nuestras manos no perder el tiempo. Está en nuestras manos unirnos, organizarnos, reunirnos, tomar decisiones y actuar como un solo bloque. En suma: actuar como comunidad, mostrando la fuerza política que somos y negociando con los políticos como el grupo de presión en que debemos convertirnos si no queremos seguir siendo invisibles y “mantequilla” en estos ajetreos políticos en que nos jugamos todo.
Artículo escrito el 12 de junio del 2009 y enviado el mismo día a uniondehechocr@gmail.com, para ser publicado en su sitio http://uniondehechocr.blogspot.com
Hugo Mora Poltronieri
La pasada elección, en la que el partido Liberación Nacional eligió a la persona menos favorable para nuestras aspiraciones, no debe pasar simplemente como un hecho consumado. De ello, quienes formamos parte de esta minoría, deberíamos extraer las debidas conclusiones y, a partir de ellas, planear nuestra estrategia para el futuro, cuando en las elecciones de 2010 se llegue a los resultados políticos definitvos.
Ante todo, una aclaración: he preferido hablar de la minoría gay, y no de la comunidad, como hacen otros. Lo ideal sería poder hablar de una comunidad gay, pero ésta no existe como tal. Al menos, por ahora, digámoslo con sentido optimista y constructivo. Pero sí que debería existir, si es que queremos ser tratados como un grupo con el que se debe contar para todo y en todo. En otro artículo anterior, me refería a la necesidad de convertirnos en un grupo de presión, como lo son los empresarios, los taxistas, los sindicalistas, los maestros, etc. Cuando estos grupos se plantan ante algo que no les conviene, tiemblan las autoridades, corren los políticos, se pisotean los derechos de los débiles y se hacen y deshacen leyes para quedar bien con los grupos de presión. Sobre tales agrupaciones, bien enterado está nuestro actual presidente de la República, quien años ha (1971) escribió una obra titulada “Grupos de presión en Costa Rica”.
Pero volvamos a lo nuestro. Siglos de represión y castigos atroces, hasta de pena de muerte, han hecho que los fervientes de este “amor que no se atreve a decir su nombre” (cito a Alfred Douglas, el descocado amante del infortunado Oscar Wilde) hayamos aguzado el ingenio de mil maneras para pasar inadvertidos en sociedades educadas en la homofobia y en sus consecuencias: el escarnio, la discriminación, la persecución, la cárcel, el castigo en todas sus formas y, quizá, lo más cruel: la imposibilidad de hacer oír nuestra voz a través de los tiempos, el ahogamiento de todo aquello que en el arte, en la literatura, en las ciencias, en la filosofía, incluso en la vida diaria, diera expresión libre y creadora a este aspecto de la cultura pasada, presente y futura de una minoría tan peculiar. Desde luego, algo ha perdurado, pero no queda la menor duda de que la obra de numerosos censores, apoyados fundamentalmente en instituciones religiosas, ha hecho su trabajo mutilando esta particular manera de ser, de sentir y de crear de quienes somos tan personas como los demás.
Consecuencia de lo anterior es la dificultad aún existente como para sentirnos parte de un grupo. Quien más, quien menos, todos hemos pasado por situaciones penosas y humillantes en nuestros hogares, en nuestras escuelas, en nuestros trabajos, en fin, en todo cuanto signifique alternar con otros seres humanos, que nos han estimulado a ser muy privados, poco o nada expresivos acerca de nuestros sentimientos, y hasta desconfiados de aquellos que conocemos o intuimos como nuestros semejantes en estos sentimientos.
Por fortuna, los tiempos han cambiado. Pero no porque sí. Es porque ha habido gente, inicialmente en otros países, que con su lucha frontal ha abierto la puerta para que ahora, hasta en la conservadora Costa Rica, nosotros también irrumpamos con paso combatiente. Existe aquí y ahora, más visible que antes, una minoría gay que se hace notar, pero a la que le falta todo para convertirse en una verdadera comunidad que se haga sentir como fuerza de presión.
En este país, a diferencia de lo que ocurre en la mayoría de nuestros vecinos, nos jactamos de vivir en un Estado de derecho. Este es un país en que todavía puede lograrse mucho por medio pacíficos, mediante el cabildeo en los lugares y con las personas afines o, al menos, simpatizantes con una causa que puedan identificar con los derechos humanos. Este es un país en que, de una manera u otra, todos nos conocemos o tenemos un amigo o un pariente común con quienes establecer los contactos adecuados. Este es un país en que, por medios políticos, pueden lograrse cosas que, en otras latitudes y con otras tradiciones, serían inalcanzables.
Yo llamo con este artículo a la unidad, a la lucha política bien entendida; no a la lucha politiquera que todos conocemos de fidelidad incluso con aquellos que nos atizan duro. Tenemos una causa: conseguir nuestros derechos civiles plenos o, por lo menos, hasta donde lo permita el tira y afloja de la lucha política. Pero ante todo: unidad de todos, llamémonos gais, lesbianas, bisexuales, travestis, intersexos. Hagamos a un lado las pequeñas diferencias que puedan separarnos y luchemos por la causa común.
Veamos: nunca se ha hecho un real censo de los que somos “diferentes” en este país. Algunos aseguran (no sé cómo) que anda alrededor del 10%. Pero este es un cálculo demasiado conservador si tomamos en cuenta la realidad que todos conocemos. Digamos, a ojo de buen cubero, que la cifra real ande más bien cerca del 20% (todavía, algo conservador el número, tomando en cuenta que con nosotros no están ni todos los que son, ni todos los que no están). Supongamos también que una gran mayoría, cercana al 15% de este grupo de “diferentes”, se hubiera hecho presente en las urnas. Otra sería la historia: hoy tendríamos un candidato presidencial favorable a nuestra causa, y con altas posibilidades de triunfar en el 2010. El problema está, justamente, en la falta de madurez política dentro de nuestra supuesta comunidad que, o bien simplemente no participó en el proceso a pesar de ser abierto aun para los no liberacionistas, o bien votó por la candidata que, claramente, decidió mostrarse tan homófoba e insensible para nuestra causa como la vimos y oímos.
Antes que seguir siendo una simple minoría, invisible y sin ningún interés ni respeto por parte de los políticos, mi llamado es para que desde ahora empecemos a tomar las medidas necesarias para llegar a convertirnos en el grupo de presión que debemos constituir urgentemente.
De ninguna manera debe interpretarse esto como un llamado partidario-politiquero. Pero todos y cada uno de nosotros, los “diferentes”, debemos establecer una serie de prioridades para las siguientes elecciones: no importa si yo he votado siempre por el partido X y pienso hacer lo mismo en el 2010: ya no. Demos nuestro voto al partido XX, que es el único o el que mejor se ha manifestado a favor de nuestros derechos, a pesar de que discrepo de su ideología en esto o en aquello. Quien vaya como candidato presidencial en el partido XX es determinante, dado el poder que han tenido siempre nuestros presidentes. Pero hasta es posible que los diputados de su lista contengan nombres de personas influyentes con quienes podríamos también contar. Muy bien: allá van también nuestros votos. Pero también podría darse que debiéramos dividir el voto, porque es otro el partido que, por primera vez, tiene en su lista de diputados elegibles a algún abanderado o abanderada de nuestra lucha. En fin, son cábalas. Pero lo importante y lo deseable es que nos organicemos más para no desperdiciar nuestros votos en candidatos indiferentes u hostiles, ni tampoco dispersarlos innecesariamente.
Las cosas están ahora así: la candidata liberacionista ya elegida, totalmente hostil, por la que no debemos votar de ninguna manera; luego, de los otros dos partidos también mayoritarios, el PAC y el libertario, hay promesas bastante positivas; pero habrá que esperar a que se desenvuelva el rollo completo. En cuanto al PUSC, nada se sabe, pero tal como han ido las cosas con esta agrupación en los últimos años, todo parece indicar que seguirá en declive. En cuanto al PASE, paradójicamente un partido “por la accesibilidad sin exclusión”, votar por él equivaldría a la peor ceguera y al mayor desperdicio del voto puesto que se ha alineado con las fuerzas religiosas más cavernarias a favor de un referendo (que perderíamos) para que se nos nieguen los derechos que perseguimos. El Frente Amplio siempre se ha mostrado abierto y amigable y debe considerarse en la elección de diputados, siempre que los ponga en un lugar con posibilidades de triunfo. Sobre los otros partidos minoritarios, es poco lo que puede decirse y esperarse, sobre todo en el caso del partido de ese diputado actual que confunde política con religión en su más fundamentalista expresión.
Desde luego, si alguno de los partidos postula en lugar elegible candidatos a diputados o síndicos, abiertamente de nuestras filas o, por lo menos, altamente simpatizantes, se trataría de una oportunidad que deberíamos explotar al máximo, haciendo gala de una unidad y una fuerza de la que hemos carecido hasta el momento.
Está en nuestras manos no perder el tiempo. Está en nuestras manos unirnos, organizarnos, reunirnos, tomar decisiones y actuar como un solo bloque. En suma: actuar como comunidad, mostrando la fuerza política que somos y negociando con los políticos como el grupo de presión en que debemos convertirnos si no queremos seguir siendo invisibles y “mantequilla” en estos ajetreos políticos en que nos jugamos todo.
Artículo escrito el 12 de junio del 2009 y enviado el mismo día a uniondehechocr@gmail.com, para ser publicado en su sitio http://uniondehechocr.blogspot.com
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