jueves, 18 de junio de 2009

Aclarando las falsedades que propala el fundamentalismo religioso

Biblia y homosexualidad (II Parte)
Carlos Bonilla Avendaño (*)


Un conocido aforismo entre quienes estudiamos la Biblia es el que dice que “un texto sacado fuera de contexto, es un pretexto”. Citar versículos fuera de contexto nos lleva a lo siguiente: si aceptamos que Levítico 18: 22 debe ser entendido y aplicado literalmente, la consecuencia de tal “abominación”, en el versículo 29, también debe ser entendida y aplicada literalmente: “El que cometa cualquiera de estas infamias, será eliminado de entre su pueblo.” A ver, ¿quién tira la primera piedra? Pero la cosa va más allá: en el versículo 19 se enuncia otra “infamia” que amerita la pena capital: “No tengas relaciones con una mujer en su período de menstruación”. En este caso, “los dos, el hombre y la mujer, deben ser eliminados de entre su pueblo.” (Lev. 20:18).

Traducciones literales, consecuencias absurdas. Así, una comprensión literalista del texto bíblico nos lleva a consecuencias absurdas y alejadas de la praxis de Jesús.

Las “listas” de infamias y abominaciones del Levítico se inscriben en un momento en que Israel apenas comenzaba a consolidarse como pueblo, luego de ser un conglomerado de tribus errantes en el desierto, y ahora rodeado de pueblos paganos cultural y militarmente muy poderosos. El derrame seminal fuera de la función procreadora –de “hombre con hombre” y con mujer menstruante- se veía como abominación sancionada con la pena máxima, porque atentaba contra el crecimiento demográfico, en un tiempo en que el poder militar y el desarrollo económico estaba estrechamente ligado con el número de combatientes y de jornaleros. A ello se suman preocupaciones sanitarias en un contexto complicado para la higiene y para la profilaxis, enmarcadas en el pensamiento teocrático semita, que no sabía ni podía distinguir leyes divinas de legislaciones humanas, tal como ocurre hoy con sociedades teocráticas musulmanas. Aparte de estas consideraciones culturales, el Levítico, con sus reglas de santidad y pureza, nos sigue recordando la especial vocación a “vivir para Dios” de quienes nos decimos creyentes, sea cual sea nuestra orientación o preferencia sexual.

Problema de traducciones. Aunque lo mencioné en mi artículo anterior, debo insistir en el problema de las traducciones. Retornando a I Corintios 6:9, en muchas versiones modernas se usa la palabra “homosexuales” para traducir “arsenokoitai”, y la palabra “afeminados” para traducir “malakoi”. Sin embargo, “Malakoi” se refiere a blandura, a fragilidad, sin que quede claro el sentido de lo que Pablo quería excluir del “Reino de los cielos”. Los traductores, hijos del Patriarcado, concluyeron que tales eran “atributos femeninos”, y que los “excluidos” serían los “afeminados”.

La palabra “arsenokoitai” también es de difícil traducción. Es una especie de “pachuquismo” paulino en I Cor. 6:9 y parece ser un concepto combinado entre “macho” y lecho (con connotación sexual: plural koitai: lechos, camas, y de ahí coito). Así pues, “macho en diversas camas” se refiere a promiscuidad, no a homosexualidad. Según Pablo, son los promiscuos, homo o heterosexuales, quienes no entrarán al Reino de los Cielos, aunque Jesús, en tema de exclusiones, de quienes habló fue de los ricos, del camello y del ojo de una aguja. La homofobia de los traductores –consciente o no-, vertió aquí la palabra homosexual, cerrando la puerta a millones de personas que fueron creadas, al igual que las y los heterosexuales, “a imagen y semejanza de Dios” (Gen.1). El relato de la Creación amerita un comentario aparte.

*Pastor Iglesia Luterana Costarricense.

DIARIO EXTRA, Costa Rica, 16 de junio de 2009
http://www.diarioextra.com/2009/junio/16/opinion11.php

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