REPORTAJE:
Divorciarse a los 70 años, ¿por qué no?
La mayor convivencia tras la jubilación conduce a las parejas menos estables a la ruptura conyugal - La elevada esperanza de vida ha disparado las separaciones una vez cumplidos los 65
JOAQUINA PRADES
Son cada vez más. El aumento de la esperanza de vida, la convivencia obligada de los jubilados y una fe inquebrantable en el amor romántico hacen que año tras año ciudadanos con los 70 ya cumplidos se planten ante el juzgado con una demanda de divorcio.
Son cada vez más. El aumento de la esperanza de vida, la convivencia obligada de los jubilados y una fe inquebrantable en el amor romántico hacen que año tras año ciudadanos con los 70 ya cumplidos se planten ante el juzgado con una demanda de divorcio. ¿Qué lleva a un hombre o a una mujer a decir adiós a medio siglo de matrimonio y afrontar una realidad incierta en el último tramo de sus vidas? Los expertos aseguran que hay notables diferencias de género en la decisión, si bien a unos y a otras les une el deseo de vivir sus últimos años manteniendo a raya el fantasma de la infelicidad. En general, las mujeres buscan tranquilidad; los hombres, muchos, alegría para el cuerpo -la Viagra hace milagros- y compañía para la mente.
"Sí, quiero tener una novia. Primero, la salud y el nuevo piso pagado, y después una mujer, que la soledad es muy mala", dice Jesús del Valle, un jubilado con un recuerdo amargo de sus casi 30 años de matrimonio, del que no se atrevía a salir porque divorciarse, a su edad y en un pueblo pequeño de Castilla-La Mancha, estaba mal visto. "Aguanté porque no me atrevía a decirle a mi hermana que quería separarme. Ella es muy tradicional, y en el pueblo, eso de romper matrimonios... Te miraban casi como a un criminal", reflexiona este ex empleado de Peugeot, que redondeaba ingresos para su familia -mujer y dos hijos- limpiando cristales en ratos libres.
Del Valle se atrevió a dar el paso cuando la convivencia se volvió tan imposible que su deseo de escapar superó el miedo a las habladurías. La esposa se afilió a una religión minoritaria y le negaba la palabra y la comida cuando él iba a misa por una boda o a las procesiones de Semana Santa. "Pudo más la desesperación que la vergüenza", dice, y también le animó el hecho de ver cada vez más hombres y mujeres de su edad divorciados sin que se hundiera el mundo.
Ahora dice que los bailes de jubilados y los viajes del Inserso están de lo más animado, y que de allí, probablemente, saldrá su nueva pareja. "O si no, buscaré en Internet", comenta esperanzado después de que un amigo, también sexagenario, haya encontrado novia chateando por la Red.
Las mujeres, al menos en su mayoría, no caminan en esa dirección, según apuntan los especialistas. Ellas se divorcian para librarse de un marido mezquino o, en el peor de los casos, de un maltratador. Y no suelen plantearse nuevas relaciones, sino disfrutar más de sí mismas y de sus hijos y nietos. "Como por su edad han asumido casi en solitario la crianza de los hijos, estar con ellos, aunque sólo sea los domingos a comer o hacer de canguro de vez en cuando les resulta muy gratificante", apunta Charo García, responsable del despacho de familia García Mariscal.
Altamira Gonzalo, la presidenta de la Asociación de Mujeres Juristas Themis, abunda en esa idea: "Las mujeres mayores decididas a separarse suelen llegar ante el abogado y decir: 'Lo único que quiero es que me dejen en paz. No soporto vivir ni un día más teniendo que dar explicaciones por todo lo que hago, ni siquiera aguanto tener que tragarme el fútbol de la tele".
Los maridos, por lo general, se quedan estupefactos. "Ellos te dicen: '¿Pero a esta mujer qué le pasa? No la pego, no me emborracho, le doy todo el dinero, no voy con otras mujeres, ¿qué quiere? No lo entiendo'. Lo que quiere la mujer", añade Altamira Gonzalo, "es quitarse una losa de encima, salir de un encierro que la asfixia ahora que los hijos ya están independizados. Pero eso la mayoría de los hombres no lo entiende".
Las tensiones, disimuladas a lo largo de años por la presencia de los hijos en el hogar y porque la actividad laboral les permitía a ambos descansar unas cuantas horas al día de la presencia mutua, saltan en pedazos cuando uno de los dos se jubila, generalmente el varón, ya que las mujeres que rondan los setenta han sido preparadas en su mayoría para desenvolverse como amas de casa.
Si el matrimonio no está sólidamente asentado, es difícil que resista. "De pronto te encuentras cara a cara con una pareja de la que ya te habías acostumbrado a prescindir. Y muchos no aguantan la nueva situación", comenta la letrada Mercedes Hernández Claverie. "Antes era infrecuente tramitar separaciones a esas edades, pero últimamente nos llegan con cierta asiduidad. Este invierno hemos llevado en el despacho más de 70 casos de cónyuges que tenían entre los 60 y los 85 años".
Según la estadística oficial, durante 2008 se divorciaron 12.991 españoles de este tramo de edad, cuando en 2005, por ejemplo, apenas sobrepasaban los 10.000.
La esperanza de vida, cifrada actualmente en 77,7 años para los hombres y 84,1 para las mujeres, el tedio de la convivencia y el "irreductible deseo de felicidad", como dice la abogada Charo García, estimula la búsqueda de nuevos rumbos en los años finales de la vida. En ocasiones, los hombres no resisten el canto del cisne de la naturaleza y generan el inevitable sufrimiento en las mujeres que han sido abandonadas para ser sustituidas por compañeras más jóvenes.
Este prototipo de mujer, educada para aguantar y sin preparación para sobrevivir económicamente por sí misma, figura entre las que acuden a la empresa de Madrid Coaching para Mujeres Separadas, especializada en combatir el desánimo o incluso la depresión que sobreviene en ocasiones a la ruptura matrimonial. Isabel Sousa, directiva de la firma, señala: "Estas señoras llegan muy mal a nuestros seminarios. No le ven salida al futuro. Creen que el mundo se ha acabado para ellas y que ya están finiquitadas no sólo para las relaciones sentimentales, que ni se plantea, sino para simples relaciones sociales. Vienen de una educación en la que necesitan la aprobación exterior para valorarse y eso las ha ido destruyendo poco a poco. Están acostumbradas a que todo el mundo en el ámbito familiar les pida cosas, y como siempre dicen que sí, no son valoradas por ello. Ni siquiera ellas se valoran. Tratamos de enseñarles a decir no, a poner límites a los demás, a que no carguen en su mochila piedras que les corresponden a otros, porque entonces el peso de la mochila acabará por aplastarlas".
Hay mujeres que recuperan la calma y se enamoran de nuevo, pero es infrecuente. De todas las profesionales consultadas, sólo Altamira Gonzalo recuerda a una septuagenaria de un pueblo de Huesca "vestida de negro y con moño" que se divorció de un marido que le provocaba hastío y pánico, regresó a su pueblo en Andalucía, se reencontró con su primer novio y vivieron juntos y felices hasta que ella falleció, 10 años después. "Es la prueba de que el amor existe a cualquier edad", dice la presidenta de la Asociación de Mujeres Juristas Themis.
Muchos maridos buscan incansablemente amores tardíos, y en muchas ocasiones los encuentran y su vejez se convierte en una etapa plácida y sexualmente activa. Pero también los hay que caen en relaciones imposibles, víctimas de una cierta ingenuidad, cuando no ceguera, o tal vez impulsados por simple vanidad.
María José Varela, abogada barcelonesa con 30 años de experiencia profesional, cuenta: "Esta semana ha venido al despacho un señor de 70 años casado en terceras nupcias con una latinoamericana treintañera. Se casó con ella en su país y la trajo a España con la reagrupación familiar. Ahora que ya está aquí y tiene derecho a una parte de su patrimonio, se ha buscado un abogado y le ha pedido el divorcio. El anciano está hecho polvo. Y sorprendidísimo".
María José Varela sonríe un poco al añadir: "No es ni mucho menos la primera vez que pasa. Tú por fuera pones cara de circunstancias porque para ellos es una desgracia, pero por dentro piensas: hombre, ¿qué esperabas? ¿Por qué crees que se iba a enamorar de ti una chica joven? Cuando empiezan a contarte la historia ya sabes el final. El amor es ciego, está claro".
La abogada matrimonialista Charo García lo sabe bien. En ocasiones, hasta extremos dramáticos: "Uno de mis clientes mayores, casado con una chica inmigrante, empezó a notar que su salud empeoraba de manera inexplicable. Un día nos trajo el contenido de la taza de café que su mujer le había servido durante el desayuno. La llevamos a analizar. Contenía amoniaco. Por lo visto, llevaba una temporada con esas prácticas. No la denunció porque aprovechó su silencio para recuperar parte del patrimonio que con el enamoramiento les había escamoteado a los hijos".
Mercedes Hernández Claverie, con 35 años de profesión como abogada matrimonialista, asegura que las uniones legales entre españoles jubilados y extranjeras jóvenes y sin recursos son uniones frecuentes en los despachos. Y rara vez se dan al contrario, española mayor con jovencito, aunque algún caso hay. Ella lo describe con comprensión: "Los hombres saben que es el último tren y no quieren que se les escape. Las mujeres asumen la realidad de otra forma. Son más inmunes a esas quimeras de ansias juveniles. Además, ellos encuentran inmigrantes jóvenes, atractivas, cariñosas. Una de estas chicas tan encantadoras les llama papito, y ellos se derriten y les ponen el piso a su nombre. En cuanto disponen del patrimonio, la mayoría se larga ¿Cruel? No, no tanto. Ellos lo saben: juventud a cambio de dinero". Un trueque tan viejo como la Humanidad.
A Alicia (nombre supuesto), la decisión de poner fin a los 63 años a un matrimonio lleno de desprecio y de odio le ha salvado probablemente su vida. Ahora permanece recluida en un centro de acogida de víctimas de la violencia machista y sólo se arrepiente de haber tardado tanto en poner punto final a su desgraciada convivencia de pareja. "Sé exactamente cómo te voy a matar", cuenta que le amenazaba el marido cuando la levantaba por los aires o le rajaba las sábanas con un cuchillo si la veía en la cama durante el día. "Aguanté tanto sufrimiento porque desde pequeñas nos han puesto una mordaza, y en mi generación lo normal era sufrir y callar. Tampoco había estudiado ni trabajado. Estaba perdida y temía por las niñas", dice esta mujer de ojos azules. En cuanto se enteró por la televisión de que existían centros y personas dispuestas a ayudar a las víctimas como ella pidió el divorcio. "Nunca es tarde para cambiar un futuro indeseable. Al final, se recupera la calma", dice.
EL PAÍS, España, 21 de marzo de 2010
http://www.elpais.com/articulo/sociedad/Divorciarse/anos/elpepusoc/20100321elpepisoc_1/Tes
martes, 23 de marzo de 2010
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