LA TEOLOGÍA DEL ODIO
Luis Paulino Vargas Solís
El cristianismo –en sus distintas denominaciones- es una religión a la que se adscribe aproximadamente un tercio de la población mundial. El resto de la gente –cerca de un 70%- sustenta una fe distinta –islámica, budista, hinduista, judaica u otra- o no profesa creencia alguna ¿Qué significa esto? Que si miramos a la humanidad en su conjunto, no existe ninguna religión que sea mayoritaria. Ni siquiera el cristianismo. Sabemos que el respeto por la fe de cada quien –o por la ausencia de tal fe- es un principio indispensable para el sostenimiento de la paz y el entendimiento civilizado entre las distintas comunidades de seres humanos alrededor del mundo. Este principio adquiere mayor validez a la luz del hecho contundente de que no existe ninguna religión mayoritaria.
Lo anterior llama, a su vez, a otra conclusión necesaria: la persona que profesa una fe cristina y ve en la Biblia un libro sagrado, debe comprender que alrededor del mundo muchísima otra gente considera que éste es un libro como cualquier otro. Con seguridad, un cristiano bien educado mira el Corán con los mismos ojos con que lo haría un musulmán con parecido nivel educativo respecto de la Biblia. Probablemente será una mirada respetuosa pero carente de todo sentimiento reverencial.
Emerge, entonces, otra conclusión que, creo, podemos expresarla en dos partes. Primero, cada quien tiene derecho a profesar libremente su religión y venerar con devoción el libro o escritos que considera la base sagrada de su fe. Segundo, nadie debería pretender imponer esa fe a otras personas que poseen una fe y unos textos sagrados distintos, ya que estas son opciones que merecen igual respeto. Y, sin duda, el mismo principio vale en caso de que sea alguien que decidió no tener fe alguna y para quien ningún texto es sagrado. Esto simplemente nos lleva de vuelta sobre lo que dije más arriba: la convivencia respetuosa de las distintas religiones o concepciones sobre la fe es requisito indispensable para la paz y el entendimiento.
Formuladas estas prevenciones tan elementales, otra muy básica advertencia debería ser tenida en cuenta por cualquier persona cristiana responsable y respetuosa. La de que, independientemente del estatuto divino que se le atribuye a la Biblia, está tiene contenidos e ideas que necesariamente deben ser interpretadas en su contexto. De otra manera, se corre un riesgo gravísimo: el de causar daño y sufrimiento a personas inocentes, cosa que violaría directamente el principio ético fundamental estatuido por Jesús (amar al prójimo como a uno mismo).
La interpretación literal y descontextualizada de la Biblia llevaría a cosas tan aberrantes como las siguientes: se restituiría la esclavitud (Levítico 25, 44); podría un hombre vender a su hija y ser polígamo (Éxodo 21, 7-10); se restablecería pena de muerte contra quien viole el descanso sabático (Éxodo 35, 2); ninguna persona con algún problema físico podría acercarse al altar (Levítico 19, 17-21). Incluso la relación sexual con una mujer que está menstruando se castigaría con la muerte (Levítico, 20, 18). Ninguna persona razonable y justa querría devolverle vigencia a tales normas. Y ello seguramente vale también para quienes profesan una fe cristiana sincera. Incluso muchas de las cosas que Pablo planteó, exigen ser reinterpretadas a la luz de las condiciones contemporáneas, como parte del proceso del reconocimiento de los derechos de las mujeres. Siendo esto tan básico y evidente, ¿Por qué en cambio se insiste en una interpretación literal y descontextualizada de la Biblia cuando de la homosexualidad se trata?
En apoyo de sus tesis homofóbicas, el fundamentalismo cristiano –católico, evangélico o de otras denominaciones- cita literalmente partes de la Biblia y las interpreta de forma retorcida. Un popular ejemplo de ello es el del pasaje de Sodoma y Gomorra (Génesis 19, 1-11). El pecado que ahí se describe se origina en la violación del deber de hospitalidad. Ello se reafirma en Mateo 10, 12-15. Nada tiene que ver con la homosexualidad.
En todo caso, esta homofobia galopante que domina por igual a obispos y pastores evangélicos, se vuelve imposible de justificar de cara a las enseñanzas y la práctica vital del Jesús evangélico. El Jesús que acoge en su regazo y abraza y protege al pobre, al desvalido, al leproso, al rechazado. A la mujer adúltera y a la prostituta igual que al tenido por pecador. El Jesús que expulsa del templo a los mercaderes y enfrenta a los poderosos y denuncia la hipocresía de quienes se decían dueños de la palabra de Dios. De estos dijo que eran sepulcros blanqueados. Y a los llamados pecadores los amaba como hermanos.
Obispos y pastores evangélicos. Cómplices del poder, de los privilegios, de la explotación, del dinero. El Jesús de la gente pobre, desvalida, marginada, discriminada, despreciada ¿Qué diría ese Jesús de estos señores?
Ellos señalan, enjuician y condenan. Y las personas homosexuales han devenido ahora blanco favorito de su odio y de su temor morboso. Aseguran que es antinatural algo que la naturaleza misma creó porque le dio la gana. Y si así lo hizo ha de haber sido porque Dios mismo le dio permiso de hacerlo. Y lo hizo entonces muy a su manera: diverso, multicolor y complejo. Un tigre jamás es igual a otro; ni las nubes en el firmamento son esta mañana iguales a las de la tarde de ayer. Y hasta los ríos optan por lo diverso cada vez que deciden abrir caminos nuevos por donde discurrir. El mundo y la naturaleza son multiformes. También los seres humanos. También la sexualidad humana ¿Natural o antinatural? Es obviamente natural. En cambio, nada es tan antinatural y aberrado y corrompido y perverso como la homogeneidad, la uniformidad, el gris invariable y monótono ¿Eso quieren ustedes, obispos y pastores? Perdón, señores, pero entonces los antinaturales son ustedes.
Además hacen escandalosa exhibición de ignorancia. Hablan de las personas homosexuales –hombres y mujeres- como si de seres venidos de Kriptón se tratara. Engendros y fenómenos, con todo el poder de Supermán, pero invertido: para destruir la sociedad y la familia, corromper a los niños, romper la paz social, establecer el reino del terror. Obispos y pastores ¿es tan grande la ignorancia que ni siquiera se han detenido a pensar que muchas, pero muchas veces habrán conversado con un hombre homosexual o una mujer lesbiana? Y, cosa curiosa, al cabo el asunto habrá concluido de la forma como usualmente lo hacen todas las cosas donde dos seres humanos entran en comunicación. Nadie salió lesionado ni herido. Simplemente cada quien siguió su camino.
En fin, decía al principio de este artículo, la religión debería ser cosa que se maneje con mucho respeto. Respeto, también, hacia las minorías. Si usted tiene su fe religiosa y una moral asentada en esa fe, por favor no pretenda imponérsela a nadie más. Usted tiene todo el derecho a vivir esa fe y esa moral, pero exactamente el mismo derecho asiste a cada una de las demás personas. Y si usted es heterosexual y prefiere amar a alguien del otro sexo, entienda que esa no es, necesariamente, la mejor solución para algunas otras personas. Haga usted en su intimidad lo que quiera y con la persona que prefiera, pero no niegue ese mismo derecho a los demás.
Y construya usted su familia de la forma que mejor se le acomode, y ojalá sea una familia basada en el respeto, el amor y la solidaridad, pero entienda que otros también tiene el derecho de construir su propia familia y hacerla de la forma que mejor les resulte y alimentarla también de amor y respeto y solidaridad. Y que las diversas formas de familia pueden convivir, respetándose y en armonía. Y que todas esas familias deberían ser merecedoras, por igual, de la tutela y la protección del Estado y las leyes. Y que este Estado y estas leyes deberían cobijar sin distingo a todos y todas, independientemente de la fe religiosa o la orientación sexual de cada quien.
sábado, 26 de julio de 2008
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1 comentario:
Un EXCELENTE articulo! Como me encantaría verlo publicado en un medio de gran circulación, para abrirle los ojos al monton de fundamentalistas que usan la biblia a conveniencia para tratar de imponer su vision y sus creencias a los demas.
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