lunes, 29 de septiembre de 2008

Ciencia y religión, al igual que Estado y religión. Mejor cada cosa en su lugar; respetándose y sin revolverse

La barrera entre ciencia y religión
Jeudy Blanco Vega
*jeudyx@gmail.com

Mucho se debate actualmente sobre conflictos entre ciencia y religión alrededor del mundo. Podemos verlo en la lucha entre la enseñanza de la Evolución versus el Creacionismo (llamado ahora Diseño Inteligente) en las escuelas estadounidenses, tema sobre el cual no me referiré más allá de su mención dado que otros lo han hecho con mucha más propiedad, sin embargo, es importante exponer algunas razones que expliquen por qué hay una barrera entre la ciencia y la religión y el conflicto que existe entre ellas.

Si analizamos los pilares sobre los que se fundamentan ambas, vemos que éstos resultan diametralmente opuestos. La ciencia se basa en la experimentación como base para la confirmación o refutación de las hipótesis planteadas. La evidencia aportada por observaciones directas o indirectas de un fenómeno puede derrumbar cualquier teoría que anteriormente fuera plenamente aceptada y cuyos postulados sean incompatibles con dicha evidencia. Esto hace que la ciencia sea dinámica, siempre abierta a correcciones y mejoras, aunque como toda creación humana, imperfecta. La religión (limitando el término a las tres grandes religiones monoteístas prevalecientes: Judaísmo, Cristianismo e Islam) se fundamenta en la fe, que es la capacidad de creer en algo sin necesidad de ningún tipo de prueba, dado que ese “algo” (que varía según la religión particular) es de procedencia e iluminación divina. La fe ha llevado a que cada credo establezca dogmas, que son afirmaciones incuestionables que se toman como verdaderos sin posibilidad de réplica. Podemos ya vislumbrar a partir de esto grandes diferencias entre ambas.

Algunas de las señales iniciales de conflicto entre ciencia y religión se remontan a los grandes descubrimientos de los siglos XVI y XVII (algunos de ellos, curiosamente, realizados por personajes religiosos). Por primera vez, la observación cuidadosa y la recolección minuciosa de datos permitieron dar una explicación racional a los fenómenos cotidianos. Sin duda una de las más grandes revoluciones en el pensamiento humano fue el descubrir que el planeta Tierra no era el centro del Universo, idea condenada violentamente en particular por la iglesia católica y su “santa” Inquisición. Quizás el caso mas conocido es el de Galileo, quien defendía la teoría de Nicolás Copérnico que ponía al Sol, y no a la Tierra, como centro del Universo —idea ya hace tiempo descartada gracias a nuevos descubrimientos— y quien fue obligado a retractarse y a vivir el resto de sus días encerrado en su casa. Otros casos menos sonados, como el de Giordano Bruno, un italiano que a puro razonamiento planteó la idea de la infinitud del Universo, y de que las estrellas eran soles como el nuestro con planetas a su alrededor (esto último, confirmado el 12 de octubre de 1995 al observarse el primer planeta orbitando una estrella diferente de nuestro Sol) terminaron de forma más trágica: Bruno fue quemado vivo en la hoguera por órdenes del papa Clemente VIII.

Estas y otras ideas nacidas en el seno de la ciencia significaron un duro golpe para las ideas religiosas de la época que centraban, de manera absoluta, al ser humano como centro y razón de ser del Universo y reaccionaron condenando a sus propulsores y levantando listas de libros prohibidos.

Desde luego, sería injusto no mencionar ejemplos de grandes aportes a la ciencia moderna realizados por personas a la vez científicas y religiosas, como es el caso del sacerdote católico y físico Georges Lemaitre, quien postuló la teoría que actualmente se acepta como el origen del Universo: La Gran Explosión. Esta teoría es un buen ejemplo de cómo a pesar de sus diferencias irreconciliables en cuanto a la forma de tratar sus planteamientos, la ciencia y la religión pueden coexistir, dado que es actualmente aceptada en alguna medida por católicos, musulmanes progresistas, budistas, hinduistas y algunas ramas del judaísmo.

La asimilación de los nuevos descubrimientos de la ciencia por parte de las religiones es un proceso lento y conflictivo —pero nunca impuesto— que ha requerido grandes reformas en la concepción que cada una tiene de su respectiva divinidad. Por otro lado, aunque no es la intención de la ciencia meterse en asuntos de religión, es inevitable que con sus avances y descubrimientos cada vez haya que apelar menos a la intervención de algún ser sobrenatural para explicar el mundo que nos rodea. Es quizás ahí donde está la amenaza que representa el avance científico para las religiones: en la relegación del papel de sus dioses a un lugar cada vez más abstracto y menos cotidiano con el cual sus fieles se vean identificados y por ende, a la pérdida de poder para las jerarquías religiosas que una perspectiva mas amplia de la existencia, apoyada por hechos científicos demostrables, representa.

Así pues, la barrera es real y entendible, pero no necesariamente impenetrable. La coexistencia entre ambas es posible y con un enfoque adecuado, la humanidad puede beneficiarse de los aspectos positivos que tanto ciencia como religión tengan para ofrecer.

* Estudiante de Astrofísica, UCR

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