lunes, 15 de septiembre de 2008

¿Estado laico o teocracia? ¿Ciencia o religión? Deslindes necesarios alrededor de conceptos que son respetables, pero colocado cada uno en su sitio

Lado oscuro del diseño inteligente
Ciencia y religión no son incompatibles, ni están en conflicto

Juan Manuel Peralta. Department of Genetics, Southwest Foundation for Biomedical Research, San Antonio, TX. EE. UU. peralta.juan.manuel@gmail.com

A la noción de que los organismos que nos rodean no han existido siempre en su estado actual, sino que se derivan de otros organismos que les precedieron se le llama evolución. Esta es una de las más poderosas y elegantes ideas que ha tenido el ser humano: todos los seres que habitan el planeta están íntima e irrevocablemente vinculados entre sí. Toda la diversidad y complejidad biológica que existe y ha existido desde el surgimiento de la vida en el planeta tiene su origen en procesos naturales. Como tal, la evolución es –simple y llanamente– un hecho; ha superado impasible las más duras críticas y la rigurosidad del método científico. La evolución confiere unidad, cohesión y sentido a la Biología, la establece como ciencia y, junto a otras disciplinas, forma parte de nuestra visión moderna del cosmos.

La falsedad ideológica en la que se fundamenta el diseño inteligente, una versión de la doctrina del creacionismo ornamentada con pseudociencia, ha sido expuesta ya por varios académicos (véase el comentario del señor Felipe Mora Bermúdez, La Nación 1/8/2008). ¿Por qué, siendo tan evidente para la comunidad científica que la evolución es un hecho, el tema sigue generando controversia? ¿Por qué refutan con tanta vehemencia los académicos el diseño inteligente? ¿Por qué continúa reclutando adeptos el creacionismo?

Las respuestas no son evidentes pero pueden ser atisbadas al comprender –finalmente– que el diseño inteligente no es una propuesta científica sino un fenómeno social. Quienes pregonan el diseño inteligente han encontrado en el pretexto de que la evolución esta en crisis una herramienta útil para confundir la distinción entre religión y ciencia. Esta es la verdadera meta a corto plazo del creacionismo, y acarrea con sigo profundas implicaciones pues al final de cuentas atenta contra los ideales del estado laico.

Fe y ciencia. En una sociedad democrática la relación que existe entre religión y estado es paralela en a la que existe entre religión y ciencia pues los asuntos de estado, como los de la ciencia, son independientes de la religión. Si, por el contrario, la religión se convierte en la fuerza que gobierna el Estado, estamos ante una teocracia. Confrontar religión y ciencia es, a la larga, desestabilizar la clara separación que existe entre religión y Estado. Puede parecer sorprendente pero varias observaciones sugieren que esta es la senda que transitan los partidarios del diseño inteligente.

Para suscribirse al diseño inteligente en última instancia de lo que se requiere es de fe. La fe es el fundamento de la religión, no de la ciencia. El método científico es la base de la ciencia. Por tanto, se debe tener claro que fe, religión y ciencia son cosas diferentes y cada cual tiene su sitio. Como individuo uno esta en libertad de profesar la fe que uno quiera. En la sociedad quienes profesan una misma fe y acatan los mismos dogmas se congregan bajo una misma religión. La transmisión de la religión tiene su sitio en las clases de religión así como en iglesias, sinagogas, mezquitas y demás. Las escuelas, colegios y universidades son y deben ser los dominios de la ciencia.

Tanto la fe como la religión le son cotidianas a la gente. La ciencia, por el contrario, le resulta más ajena y distante. Si se fomenta la creencia de que la ciencia esta en conflicto con la religión, quién se verá en aprietos es la ciencia y esto es precisamente lo que buscan los detractores de la evolución. Este es el mensaje, a veces casi subliminal, tras el diseño inteligente. Quienes promulgan y promueven el diseño inteligente lo saben y por ello apelan a los sentimientos religiosos de la población y se valen del antropocentrismo y la manipulación de la fe para impregnar e incapacitar las mentes de la gente. La historia nos ha demostrado en incontables ocasiones el inmenso poder que ejerce la religión sobre las personas y los pueblos.

Atrocidades. En nombre de la religión lideres espirituales inescrupulosos han cometido, y aún cometen, terribles atrocidades. Tras el monólogo creacionista se ocultan los intereses, políticos y económicos, de fundamentalistas con vínculos religiosos. Es aquí donde radica parte del peligro. Basta con hojear los antecedentes de los miembros que pertenecen al Discovery Institute, el principal impulsor del diseño inteligente en los Estados Unidos de Norteamérica, para darse cuenta. Por eso es necesario que la población comprenda que, si bien ciencia y religión son entidades diferentes, no son incompatibles ni están en conflicto. La espiritualidad y la racionalidad pueden convivir juntas.

También debemos reconocer que la familiaridad de la fe y la religión reducen al mínimo el esfuerzo que la gente debe realizar para absorber los erróneos preceptos del creacionismo. Los argumentos científicos, por el contrario, resultan mucho más difíciles de comprender pues no sólo es necesario contar con una buena educación sino que es necesario además ser capás de pensar y de razonar de forma independiente.

Meter en las cabezas de la gente la idea de que la complejidad del mundo natural solamente puede ser explicada como el designio de un ser inteligente es trivial en comparación al desafío que representa el aprendizaje de conceptos tales como la Selección Natural de Charles Darwin y Albert Wallace, el Equilibrio Puntuado de Stephen Jay Gould y Niles Eldrege, la teoría Neutralista de la Evolución Molecular de Motoo Kimura, o la teoría Endosimbionte de Lynn Margulis. Tal y como dice el Sr. Alejandro López Solórzano –en relación con otro tema–, “el pensar duele, sobre todo si no se está acostumbrado a ello” (La sociedad de la diversión, La Nación ). Esto explica cómo el creacionismo consigue adeptos con tanta facilidad. Se nutre de la desidia tanto como de la ignorancia.

LA NACIÓN, 14 de septiembre de 2008

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