sábado, 6 de septiembre de 2008

A propósito del debate sobre la teoría de la evolución, un teólogo serio explica cómo estudiar la Biblia

Más allá de la evolución o el creacionismo

Miguel Picado

Escuela de Ciencias de la Religión, UNA
I parte

En estos días se desarrolla en la prensa nacional una polémica entre defensores de la teoría de la evolución de las especies de Charles Darwin y los seguidores del creacionismo. Sin el ánimo de atribuirme competencia científica para participar en ese debate, deseo expresar algunas ideas propiamente teológicas sobre la creación.

En el recuadro adjunto defino de modo abreviado las rivales teorías de creacionismo y evolución.

Como estudioso de la teología no comparto la opinión de que el creacionismo deba ser la teoría preferida y defendida por los creyentes, ni considero perjudicial para la fe aceptar la teoría de la evolución. Ambas son teorías científicas, y como tales revisables, corregibles y hasta desechables, de acuerdo con el principio de falsicabilidad o contrastabilidad empírica de Karl Popper, quien propone que una idea adquiere rango científico si es o puede llegar a ser refutable. La ciencia no trabaja con verdades absolutas, incuestionables.

Desde mi acera, la teología, opino que no se honra mucho al Creador poniéndole a intervenir paso a paso en el proceso de la aparición de las especies, como si careciera del poder de dotar a la vida de la capacitad de generar, por procesos internos, el surgimiento de nuevas especies vegetales y animales, incluida la humana. La disputa entre los creacionistas y los evolucionistas no afecta el contenido de la fe, se ubica toda entera en el ámbito de la ciencia y el creyente puede observarla entretenido, como quien disfruta sereno un juego disputado por dos buenos equipos porque no es partidario de ninguno.

El origen (no de las especies) sino del conflicto entre evolución y creación El conflicto entre la enseñanza del Antiguo Testamento sobre la creación y la teoría de la evolución de las especies surgió por la comprensible dificultad que existía en el siglo XIX de deslindar las afirmaciones de la fe de las teorías científicas, cuando Darwin publica su famoso libro El origen de las especies. Por entonces los estudios bíblicos y teológicos no estaban tan adelantados como ahora. Se tomaban los datos bíblicos, en particular los contenidos en los dos primeros capítulos del libro del Génesis, como fuente fidedigna para la historia, la biología, la geografía, etc. La confusión, que conducía a diversos fundamentalismos, era tal vez inevitable por entonces, pero ahora está sobradamente resuelta, con tal de que se renuncie a una interpretación literal (a la letra) del texto sagrado, pues imposibilita distinguir entre datos de la cultura propios de la época (mejor las épocas) en que fue escrito el Génesis y las verdades reveladas que contiene acerca de Dios mismo, el ser humano, el sentido de la vida, la pareja humana, la responsabilidad personal, el mal y el perdón, entre tantas otras.

Desde luego, la operación intelectual de separar el dato revelado del dato cultural no siempre es fácil. Así por ejemplo, lo que se dice del varón y la mujer viene envuelto en las ideas patriarcales de la época, de modo que si alguien se descuida termina perjudicando la fe al atribuirle ideas hoy inaceptables, como la supuesta e incuestionable autoridad del primero sobre la segunda. De modo similar, en el capítulo 1 del Génesis la luz es creada antes que el firmamento, con lo que alguien desprevenido podría preguntar ¿cómo es que la luz existe antes que las estrellas, si sabemos que éstas generan la luz? Tal pregunta sólo indicaría que quien llegare a formularla lee el texto bíblico con mentalidad casi científica. Digo “casi científica” porque en este caso la actitud científica debe abarcar, además de los principios astronómicos, elementos sobre lectura y comprensión de textos religiosos antiguos. De igual modo hay que renunciar a todo tipo de concordismo, que procura una forzada relación entre los seis días de la creación de que habla el Génesis y las edades del universo, la tierra y la vida. Ese ejercicio es inútil.

El esfuerzo debe estar orientado a entender el relato bíblico en su contexto cultural donde se originó, en lugar de someterlo a nuestras apetencias; para evitarlo se cuenta con distintos procedimientos. Como es natural, los métodos para lograr éxito en la comprensión de textos antiguos poseen su complejidad y sería imposible intentar reseñarlos en esta ocasión. Sin embargo, en las líneas que siguen procuro exponer un resultado de la aplicación de uno de esos métodos: la historia de las religiones. Esta disciplina permite conocer y comparar varios relatos sobre el origen del cosmos (cosmogonías) y de paso descubrir y resaltar la originalidad bíblica.

(Semanario Universidad)

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