domingo, 18 de julio de 2010

Entretelones de un triunfo de los derechos humanos, la justicia y la democracia

OPINION
La república empatada


Voces de lectores y de senadores sobre una noche inolvidable. La disputa del sentido común. La mano involuntaria que dio la jerarquía católica, su táctica futura. La dudosa palabra de Negre de Alonso, sus lágrimas y otras más estimables. La transversalidad y el encanto de una agenda mestiza.

Por Mario Wainfeld

“Estuve en la Plaza hasta muy tarde, casi de madrugada, portando sobre mi pecho el cartelito que calenté varios días y en distintos sitios: ‘La cultura no es natural/se construye y se naturaliza/Ahora le toca a la igualdad’. Me dormí con la radio sobre la almohada y desperté en otro país (más feliz que el de James Baldwin). Me siento casi deslumbrada. Abro Página en mi compu, la leo, festejemos.” Judith Szapiro, quien se describe como “hétero sesentona”, en correo electrónico enviado a este diario.

La senadora correntina Josefina Meabe (Frente de Todos) fundó su voto contra el matrimonio entre iguales en “el orden natural”. Dijo haber mamado esas verdades en el campo, mirando a los animales, sanamente divididos entre “machos y hembras”. Como todos sabemos, añade este cronista, los animales son monógamos, guardan fidelidad vitalicia a sus parejas y tienen sexo sólo pensando en formar una familia.

El senador Eduardo Torres (Entre Ríos, Partido Renovador) le retrucó señalando (sin segundas intenciones políticas) que hay pingüinos homosexuales.

Son botones de muestra, que se contraponen con minoritarias exposiciones de calidad. Pero, en promedio, el debate en Senadores fue de mediocre hacia abajo, incluso muy inferior al de Diputados. No es apenas derivación del número de legisladores, es cualitativo. En Diputados hay más diversidad ideológica y cuadros políticos de mejor bagaje y con mayores destrezas para hablar en público. El Senado como regla (que reconoce excepciones encomiables) es la Cámara donde se arrumban dirigentes vetustos, muchos en la faz declinante de su carrera, representativos de rancios poderes provinciales.

De cualquier modo, la gran polémica se desplegó por afuera, antes y después. En los medios masivos, en ámbitos académicos, en las propias audiencias senatoriales que recorrieron el territorio nacional. Como sucediera con la ley de medios audiovisuales, las audiencias fueron un artilugio de la derecha resistente, que le salió mal. La intervención masiva, la participación ciudadana desbordaron el corsé y el formato impuesto, que perseguía hacerles sentir a los senadores el pressing de las corporaciones eclesiásticas, como otrora las mediáticas. La senadora sanluiseña Liliana Teresita Negre de Alonso (de la que se hablará bastante, pero jamás lo suficiente en esta columna) manipuló la agenda, limitó el acceso a las organizaciones de la comunidad homosexual y, ya en el recinto, presentó una supuesta síntesis en un video, totalmente sesgada. Con ese referí inclinando la cancha, sus adversarios ganaron la disputa del sentido común porque tenían razones, apoyos calificados de militantes, trabajadores de la cultura, sindicalistas de variadas vertientes, estudiosos serios del derecho y gentes de a pie, en número creciente.

El arte de sumar

Un ejemplo acaso pequeño pero demostrativo fue la discusión que mantuvo el martes María Rachid con el diputado peronista federal salteño Alfredo Olmedo, en la señal de cable C5N. Olmedo parecía una parodia del fascista de manual: agresivo, descalificador, sobrador, ignorante. Rachid pasó de largo sus faltas de respeto, su intolerancia, su ostensible empeño en sacarla de quicio. Tenía internalizado algo muy difícil para una representante de una minoría perseguida y estigmatizada: su misión no era hablar con él, ni sólo para los convencidos militantes de su sector, sino dirigirse a la audiencia. Interpelar a los dubitativos, a los prejuiciosos, a los que no terminaban de entender. En ese trajín, la dirigencia comunitaria fatigó las provincias, tragó saliva, fue sumando.

El sentido común ciudadano se fue pregnando. Un ejemplo micro, es narrado por un lector de este diario en uno de los numerosos correos electrónicos llegados a la casilla de este cronista. Juan Carlos González se describe como maduro (54 años), es abogado y peronista. Y relata: Hasta las diez de la noche del día de la sesión opiné en contra de la ley. En los últimos días me asustaron realmente los personajes que acordaban conmigo. A su vez, admiraba a quienes estaban a favor. Ayer, a las 22 horas, mi hijo menor (18) me habló con fundamentos indiscutibles. Me enorgullecí y acordé con él, me di vuelta, estuve a favor. Las mayorías debemos respetar y hacerles la vida posible a las minorías. Máxime cuando esas minorías no son las golpeadoras de puertas de cuarteles ni defensoras mediáticas de represores. Qué joder!!!! Los jóvenes criados en democracia, piensa desde hace rato el cronista, entran a estas contiendas más liberados de prejuicios, más habituados a la diversidad.

Entre tanto, Negre de Alonso se alarma: ¿habrá que enseñar en las escuelas a los chicos qué es un gay, un transexual? Socios de la oscuridad, los cruzados no advierten que, se hable o no, los pibes darán con esas realidades en la calle, coexistirán con ellas.

El cronista no se arroba con las encuestas, pero hasta los sondeos on line de La Nación arrojaron mayorías inimaginables años atrás a favor del cambio. La tozudez e intolerancia de varias Iglesias, la Católica a la cabeza, dieron una mano inestimable.


El cardenal de Hierro

No hay novedad, sucedió igual con el matrimonio civil en el siglo XIX o el divorcio vincular durante la presidencia de Raúl Alfonsín. La jerarquía católica se empeña en cerrarles el paso a la secularización, a la evolución de las costumbres, a la institucionalización de mutaciones ya producidas en el cuerpo social. Según la narrativa de sus exégetas orgánicos, en este caso primó la fracción más conservadora encabezada por el obispo Héctor Aguer contra el sector más moderado, encarnado en el cardenal Jorge Bergoglio. Más allá de los conciliábulos internos, es evidente que el cardenal Bergoglio se sintió confortable en el rol de inquisidor. Sus alusiones a “la envidia del demonio” y su proselitismo en pro de la “guerra de Dios” no son minucias.

Tampoco es la primera vez que Bergoglio se muestra cruel, a más de intolerante. Baste recordar cuando envió, por la suya, un sacerdote a darle la unción de los enfermos a Néstor Kirchner. Lo hizo sin consultar a la familia y, por lo visto, mal informado acerca de la condición de salud del ex presidente, actual diputado.

Tanto derrapó el cardenal que recibió cuestionamientos (ex post, con el resultado puesto) entre sus propias filas. Mariano de Vedia, usual columnista en temas eclesiásticos, fulminó en La Nación su difundida carta como “un error estratégico”. En su última intervención formal en el debate, Negre de Alonso (ya llorosa, seguramente por la derrota en ciernes) intentó explicar que la susodicha carta, dirigida a las Carmelitas Descalzas, era una suerte de documento interno, no pensado para la opinión pública. Nadie puede poner en duda el sigilo y el secretismo de las monjas en cuestión. Así que habrá que concluir que fue el propio Episcopado el que se encargó de la frondosa divulgación de la carta, que se repitió en muchos púlpitos y se escribió en muchos carteles de la marcha del martes al Congreso.

La movilización de las escuelas confesionales fue precedida de pedidos de adhesión a cartas colectivas. La presión fue grande, muchos padres la sobrellevaron. No es sencillo desafiar el peso de la autoridad, menos en colegios subsidiados por el Estado donde muchos alumnos estudian merced a becas manejadas discrecionalmente por las respectivas autoridades.

La batalla continuará. En el terreno discursivo ya se habla de “pseudo matrimonio”, se azuza a abogados “del palo” a promover improbables demandas judiciales y se incita a la “libertad de conciencia”.

Pero, según chimentan conocedores de los pasillos de la Curia, el embate buscará otras temáticas. Convencidos de que su adversario es el Gobierno (y no una coalición transpartidaria y ciudadana, como efectivamente fue), la jerarquía tratará de descalificar al oficialismo con uno de sus caballitos de batalla: la pobreza. En pocas semanas se celebra a San Cayetano. Será ocasión pintada para denunciar al kirchnerismo. Quizás el primer paladín sea el obispo de San Isidro, Jorge Casaretto, que se mantuvo distante de la furia episcopal, seguramente por discrepar con su tono. Menos desgastado, Casaretto podría (perdonando la expresión) salir del closet en que se encerró en estos días.

Lágrimas diferentes

Negre de Alonso prorrumpió en llanto cuando Miguel Pichetto, titular del bloque del Frente para la Victoria (FpV), describió como “propias de un régimen totalitario” y aun “nazi” la cláusula de objeción de conciencia incluida en el impresentable proyecto de unión civil impulsado por la senadora, con apoyo de un arco variado de colegas de otros partidos. La sanluiseña se dio por ofendida y explicó que dicha objeción no obstaba al derecho de los administrados, porque la norma garantizaba que otro funcionario otorgaría el acto. Mentía, de nuevo. Esa salvaguarda no existe en el respectivo artículo 24 del proyecto que dice, textualmente: “Se garantiza el derecho a la objeción de conciencia a cualquier persona que tuviere que intervenir en actos jurídicos o administrativos vinculados con el objeto de la presente ley”. De los derechos del administrado, ni media palabra.

Otras lágrimas corrieron cuando el tablero electrónico anunció el resultado, el suplemento Soy de Página/12 contiene numerosos, inolvidables testimonios. Lloraban, conmovidos y sorprendidos, argentinos privados de derechos básicos, discriminados, forzados a disimular sus preferencias vitales. Despojados de protecciones sociales, previsionales, derechos civiles o hereditarios legales que cualquier pareja o familia necesita en un estado moderno. Y, primero que nada, menoscabados.

Gabriel Rugiero, otro lector de este diario contó así su vivencia, a Soy y a este cronista: Cuando yo era chico uno tenía que ocultar que era gay. Ser homosexual (puto, trolo) era objeto de insultos, burlas, agresiones. (...) Crecer gay, en una sociedad discriminatoria, avasallante, con una mayoría heterosexual, no fue fácil. Uno siempre se siente menos que los demás, por debajo, se nos enseñó a sentir vergüenza por nuestra identidad sexual, a sentirnos culpables, desubicados, a esconder cualquier tipo de manifestación sobre nuestra sexualidad. Incluso entre los homosexuales nos autocensuramos con frases como “no se me nota” (que soy gay). (...) Los gays (hombres, mujeres, trans) no la pasamos bien. Muy pocos crecimos en un ambiente de aceptación y cariño, por lo general lo hicimos en un clima de desaprobación y desigualdad. Crecimos marginales (al margen). En mi juventud, este derecho, esta Ley, hubiera sido impensado, tal vez un sueño anhelado, pero muy difícil de concretar. Los gays no se casaban. Ibamos a los casamientos de los otros, veíamos a las novias de blanco, sabiéndonos condenados a estar excluidos de ese mismo derecho, a ser solterones, a llenar formularios diciendo que éramos “solteros” aunque conviviéramos con nuestra pareja homosexual. Hoy todo eso ha cambiado. Hoy la ley nos reconoce y ampara nuestros derechos. Hoy ser homosexual no es mala palabra. Hoy los medios hablan de nosotros, se solidarizan con nuestra causa, reconocen nuestra identidad sexual y ponen en un plano de igualdad a todas las personas que habitamos el suelo argentino.

Sigamos citando

Seguimos citando, porque esta nota recoge conceptos que se fueron hilvanando entre muchos. La senadora Blanca Osuna (FpV) recordó cuántos de sus comprovincianos entrerrianos se vieron obligados a emigrar a las grandes ciudades porque les era insoportable ser el homosexual del pueblo. El radical catamarqueño Oscar Castillo compartió esa mirada costumbrista.

Ahora comienza una etapa más propicia para ir socavando rencores y desigualdades. Nuevas modalidades de familia, ya tangibles pero ahora con mejor cobijo legal. En verdad, la familia clásica es apenas un caso entre muchas otras. Juan De Nava, “ciudadano de a pie” referencia: Por mi barrio –Laferrère– hay muchos hogares, en los cuales conviven una madre y cuatro o cinco chicos, cada uno con un apellido distinto. Fue una pena que el ofuscado obispo guerrero no los haya invitado a la marcha que tenía por lema “los chicos deben tener una mamá y un papá”. Se hubiera incrementado el número de participantes de la misma. La explosión de familias monoparentales, mayormente con mujeres como jefas de familia, es un fenómeno extendido en toda América del Sur. Se hizo palpable en la Argentina cuando se abrió el Plan Jefes y Jefas de Hogar y las mujeres desbordaron la matrícula. Ni siquiera todas son “madres”, hay abuelas a cargo de los nietos. En las clases medias y altas, cunden las familias ensambladas. Chicas jóvenes o adolescentes buscan en el embarazo un proyecto de vida que no encuentran en una sociedad hostil. Viven con sus hijos en la casa de los padres, no bien pueden se mudan a un techo propio, por modesto que fuera, con o sin un hombre al lado, sea o no el papá de la criatura.

La agenda mestiza

La aprobación pudo naufragar o, al menos, diferirse. Los contados radicales que apoyaban la ley pensaban proponerle reformas en la discusión en particular. La noticia llegó a las organizaciones, que se movieron en consecuencia. Ernesto Sanz, el presidente de la UCR, se reunió en su despacho con la diputada Vilma Ibarra, una de las promotoras del proyecto junto a la hoy ex diputada socialista Silvia Augsburger. Una de las mociones de los radicales era reemplazar la palabra “matrimonio” por la “unión familiar igualitaria”, para todos los ciudadanos. Se pretendía, acaso, moderar la sensibilidad de la Iglesia. Ibarra explicó que eso afectaría a la comunidad gay, sin conformar a los opositores a la igualdad. Y recordó que cuando se legisló el divorcio vincular ya se había alterado sustancialmente la esencia del matrimonio católico, sin apelarse a enojosos cambios de denominación. Los radicales cambiaron de parecer, votaron con la mayoría en general y en particular.

El nombrado mendocino Sanz y el santacruceño Alfredo Martínez fueron los oradores más consistentes del radicalismo. En el FpV se destacaron el porteño Daniel Filmus, el neuquino Marcelo Fuentes y la ya mencionada Osuna. Por terceros partidos lucieron el socialista Rubén Giustiniani, la cívica María Eugenia Estenssoro y (si se tiene transigencia con su compulsión por el chiste) el cordobés Luis Juez. La reseña da cuenta de la transversalidad de la movida, que permitió una victoria ajustada.

Impresiona el reducido número de radicales que votaron por la ley. En el peronismo (federal y hasta kirchnerista) hubo enormes resistencias. Una señal digna de resaltar para quienes añoran, sin beneficio de inventario, un bipartidismo que tiene muchas deudas en su historia reciente.

La norma será promulgada por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner el miércoles, en una ceremonia en la Casa Rosada. El oficialismo fue decisivo para empujar la ley y para acceder al número necesario, aun traccionando y desafiando a buena parte de su dirigencia, gobernadores a la cabeza. He ahí una de sus complejas virtudes: tomar el repertorio de otros, hacerlo propio, construir coaliciones que hagan realidad las demandas hasta entonces minoritarias o testimoniales. Varios logros institucionales, que enriquecen el patrimonio colectivo y trascenderán a este gobierno y a los que vendrán: la reestatización del sistema jubilatorio, la ley de medios, la Asignación Universal, ahora el matrimonio igualitario. Cuando enriquece su repertorio y apela a las propuestas de otros, el kirchnerismo es acusado con argumentos psicologistas o menores. Se le imputa, como grave cargo, ambicionar ganar elecciones. Esa ansia es el lubricante del sistema democrático. Ningún dirigente político de primer nivel está exento de ese afán, ni debería estarlo. ¿O acaso Mauricio Macri o Felipe Solá o Julio Cobos piensan que lo importante es competir o el jogo bonito o hacer fulbito sin meter goles?

Como ocurrió con los juicios a los represores o con la ley de medios la Argentina se ranquea como pionera. Ya la seguirán, más pronto que tarde, otros países de la región... los buenos ejemplos cunden.

mwainfeld@pagina12.com.ar

PÁGINA 12, Argentina, 18-7-2010
http://www.pagina12.com.ar/imprimir/diario/elpais/1-149729-2010-07-18.html


OPINION
Derrota de Bergoglio y triunfo de la democracia

Por Edgardo Mocca

¿Qué quiere decir monseñor Bergoglio cada vez que, rodeado por las principales figuras de la oposición (la última fue hace poco más de un mes en la Universidad del Salvador) exhorta al “diálogo sincero” y a “dejar de lado la confrontación entre diferentes sectores de la sociedad”? No es de menor importancia la dilucidación de este enigma porque el jefe católico se ha convertido durante el último período en el gran articulador político de los principales dirigentes de la oposición de derecha.

No éramos pocos los que sospechábamos que detrás del enunciado conciliador se escondía la intención de sacar de la agenda política todos los puntos que comprometieran intereses y valores de los sectores más poderosos de nuestra sociedad. Sin embargo, en la etapa política que siguió a la larga saga de la protesta agraria pareció que el reclamo de una política más moderada y menos “crispada” se convertía, ayudada por visibles torpezas del Gobierno, en una tendencia irrefrenablemente mayoritaria en la sociedad argentina. Poco a poco se fue insinuando un curioso clivaje político que diferenciaba a “dialoguistas” y “polarizadores” y dejaba en suspenso toda discusión sobre el contenido de las políticas, o, dicho más directamente, toda discusión realmente política.

Ya se sabe que ese curso entró en crisis. Para sintetizar la naturaleza de esa crisis, habría que decir que es una crisis de proyecto alternativo. El diálogo no puede ser, en sí mismo, un proyecto alternativo y eso es lo que está en el fondo del apreciable declive de las figuras más emblemáticas de aquella ofensiva antigubernamental, la principal de ellas el vicepresidente Cobos. A la hora de los enunciados políticos, la constelación opositora fluctúa entre un progresismo declamativo y autocontradictorio (como el que sustenta el reclamo del 82 por ciento móvil en combinación con la baja de las retenciones a las exportaciones agrarias) y la agitación de denuncias previamente publicadas en las portadas de los principales diarios. Escaso material para sustentar una promesa política que justifique la apuesta al cambio en una etapa social y económicamente bastante favorable.

El proyecto de ley de matrimonio igualitario para parejas del mismo sexo no parecía, en principio, destinado a encrespar las aguas políticas en el país, aunque era lógico esperar una considerable resistencia de los sectores más conservadores de la sociedad. Sin embargo, en las últimas semanas previas al tratamiento en el Senado, después de su aprobación en Diputados, asistimos a un brusco cambio del lenguaje de la discusión, a una dramatización existencial de la cuestión. Curiosamente, en la sesión reciente del Senado, algunos opositores atribuyeron el cambio de clima a la voluntad confrontativa de Cristina y Néstor Kirchner y reclamaron la necesidad de discutir temas tan agudos en un marco de “paz y concordia”.

Veamos ahora qué dijo el cardenal Bergoglio, máxima autoridad del catolicismo argentino, unos días antes de la decisiva sesión del Senado, en una carta dirigida a las monjas carmelitas que alcanzó una enorme difusión. “No se trata de un mero proyecto legislativo (éste es sólo el instrumento) sino de una ‘movida’ del padre de la mentira que pretende confundir y engañar a los hijos de Dios. Jesús nos dice que, para defendernos de este acusador mentiroso, nos enviará el Espíritu de Verdad”... “Recordémosles (a los senadores) lo que Dios mismo dijo a su pueblo en un momento de mucha angustia: ‘esta guerra no es vuestra sino de Dios’. Que ellos nos socorran, defiendan y acompañen en esta guerra de Dios.”

La verdad es que el documento tiene un alto valor como revelación del verdadero perfil del líder eclesiástico y pone negro sobre blanco el significado de las frases rituales que convocan al diálogo y la moderación. Porque en este caso, como en muchos otros, las iniciativas legales que despertaron radicales enconos en ciertos sectores de la sociedad fueron impulsadas en el contexto de un amplio debate público; es difícil, por ejemplo, mencionar una ley que haya sido tan profundamente discutida dentro y fuera del Congreso, como la que regula los medios audiovisuales. Cuando se habla de “no producir confrontaciones”, debe leerse que se trata de que la política no se meta con instituciones y prácticas que constituyen una añeja trama de dominio económico, social, político y espiritual en nuestro país. Se trata, en fin, de derrotar y escarmentar definitivamente el intento de poner en el espacio de debate público aquellas cuestiones que no pueden ser discutidas porque conforman algo así como la esencia de la nacionalidad. Ni grandes grupos económicos, ni militares, ni sacerdotes –entre otros grupos– pueden ser alcanzados por otra justicia y por otra legislación que no sea la que rige sus propias corporaciones. Aunque sea un minuto, para no alterar nuestros nervios, podemos escucharlo a Videla reivindicando que es la justicia militar la que lo pudo haber juzgado en su momento. O a la cúpula católica haciendo un sonoro silencio respecto de los funcionarios de la institución complicados en los crímenes de la dictadura, o en los más recientes delitos de pedofilia. O a los grandes empresarios mediáticos afirmando que la mejor ley de medios es la que no existe, porque cualquier regulación ataca a la “libertad de prensa”.

Es un hecho muy relevante para nuestra democracia que la incendiaria retórica del cardenal no haya tenido ecos en la discusión del Senado. Nadie asumió de modo explícito el magisterio eclesial sobre una materia civil como es la legislación sobre el matrimonio. Nadie exorcizó demonios ni amenazó con castigos bíblicos; hasta los más conservadores esgrimieron argumentos sociológicos y jurídicos y no rompieron en ningún momento el principio de la racionalidad política. La cúpula eclesiástica perdió dos veces: por el resultado de la votación y por la casi nula presencia virtual de sus argumentos en el debate. Su influencia fue un poco fantasmal; estuvo más presente en los alegatos de fidelidad católica de muchos senadores que votaron a favor que en los argumentos de quienes votaron en contra.

La Iglesia Católica defiende un monopolio del poder sobre las almas que claramente ya no tiene. La sociedad argentina ha vivido décadas de secularización y ha visto crecer formas populares de religiosidad crecidas en los intersticios que deja el catolicismo. Miles de católicos desarrollan formas nobles y generosas de militancia social sin necesidad de compartir visiones ultramontanas del mundo. Vivimos un punto de inflexión de un ciclo largo de centralidad política de la Iglesia Católica, cimentado en la década del 30 del siglo XX, a partir de una política de influencia en el Estado, urdida a partir del entrelazamiento con el Ejército. Fue entonces donde nació el mito de la preexistencia de la Iglesia y Ejército a la nación misma. No hace falta decir nada sobre las consecuencias de ese mito para la democracia argentina; basta recordar el papel de las principales autoridades de la Iglesia Católica en la preparación del clima social que facilitó el golpe de marzo de 1976 y cuál fue el lugar que ocupó la institución en los años de barbarie que siguieron.

El miércoles pasado se terminó de escribir una página histórica para la democracia argentina, al completarse la aprobación del proyecto originalmente impulsado por Vilma Ibarra y Silvia Augsburger. Somos, desde ese día, una sociedad más libre y más igualitaria. Y fue además un paso decisivo en la puja de la política democrática por ensanchar su autonomía respecto de los poderes fácticos. Cada vez está más claro que ésa es la cuestión que está en el centro de la disputa en esta etapa política.

PÁGINA 12, Argentina, 18-7-2010
http://www.pagina12.com.ar/imprimir/diario/elpais/1-149734-2010-07-18.html

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