domingo, 27 de julio de 2008

El privilegio que se adquiere con el tiempo. Alejandro Zúñiga

El privilegio que se adquiere con el tiempo
Por Alejandro J. Zúñiga Poveda
"Cuando perdemos el derecho a ser diferentes, perdemos el privilegio de ser libres" - Autor desconocido

Es difícil de comprender por qué a las personas les cuesta tanto aceptar que los derechos humanos y civiles recaen por igual en todas las personas sin distingo de raza, género, status socio-económico, orientación sexual, etc.
El ser gay/lesbiana no es una opción, representa un aspecto inherente de los seres humanos que lo son, al igual que lo representa ser heterosexual, con la diferencia de que, la heterosexualidad es impuesta como norma social, es lo que socialmente se "debe ser". Sin embargo, la homosexualidad deviene un aspecto más del ser, es un gusto, una orientación que está ahí, que crece y se desarrolla en el individuo sin que este lo pida, simplemente se es, de la misma forma que me es inexplicable el por qué me gusta más el chocolate respecto de la vainilla, no fue mi elección, simplemente mi paladar fue predeterminado para que mi gusto por el chocolate fuera mayor, superior o definitivo respecto de la vainilla, ¿podría explicar esto? No lo creo, al igual que no se puede explicar el por qué del deseo o la atracción que se tiene por el mismo sexo respecto del opuesto o viceversa para el heterosexual, o se podría decir más bien hetero(determinado)sexuado, porque qué pasaría si la crianza de los niños y las niñas no fuera condicionada a la hetero-determinación de su orientación sexual; desde que se es niño se le condiciona al azul o al rosado dependiendo de lo que un médico vio en el neonato a la hora de salir del vientre de su madre.
Y es que desde ese momento se le dice al niño que debe jugar con bolas y carritos y a la niña con trastes y muñecas, entran al kinder y se les dice casi como una exigencia, si ya tiene o conoció a una chiquita si se es niño o a un chiquito si se es niña, cuando para el infante en ese momento lo único importante es si se hizo tal juego, si se coloreó o si se jugó con plasticina.
Este condicionamiento del ser es el que creo que hoy nos hace enfrentarnos a personas que sólo saben ver en blanco o negro, porque los grises les atemorizan, no tanto porque sean malos o peligrosos sino porque se nos mostró que solo existen colores puros y cualquier cosa que se salga de esa norma asusta o es prohibido.
Quizás esta introducción haya sido algo larga, pero si el colectivo social, los legisladores y demás grupos en contra no comprenden que la homosexualidad ha existido desde tiempos inmemorables, existe actualmente y existirá hasta el fin de los tiempos, que no es una opción sino algo inherente del ser y que más bien legislar los derechos de este grupo minoritario y en específico las uniones entre personas del mismo sexo, no es más que asegurar que los derechos inherentes, en principio inviolables, inalienables e iguales para todos, sean respetados sin distingo y en igualdad de condiciones, respecto de los derechos que gozan las personas heterosexuales. Aquí se podría hacer un ejercicio de inducción para las personas heterosexuales que gozan de sus derechos a plenitud, ese goce es algo que no aprecian, algo que no valoran porque los tienen per sé, porque no deben ni siquiera esforzarse por pensar en ellos ya que ahí están, son parte de su ser, les pertenecen por el simple hecho de ser y de vivir en un país de derecho que se los respeta. No obstante, ¿qué sentirían si pensaran sólo por un minuto, en vivir en este “país de derecho”, “democrático”, “pacífico” y de pronto se vieran enfrentados a que estos derechos de los cuales gozan fueran arrebatados?, ¿ se sentirían igual?, ¿se sentirían respetados?, ¿se sentirían cómodos?, ¿sentirían que es justo verse despojados de los derechos que les pertenecen solo por el hecho de vivir en este país, “amante de la justicia social”, que se vanagloria de “respetar los derechos humanos”, de ser un país de “gente amigable”, “pacífica”, “hospitalaria”, “ciudadanos de un país democrático”… Sin embargo, este alarde sumado al aspecto de ser un país de personas supuestamente religiosas, católicas o cristianas, fieles representantes de los valores y principios de amor, austeridad, solidaridad, de ayuda y conmiseración al prójimo vienen a quedar resumidos en publicaciones, espacios en radio y marchas que pregonan los valores, la familia y los principios cristianos de amor, auxilio y solidaridad, pero que vienen a su vez teñidos, disfrazados y enmascarados en el odio, el repudio y la discriminación que “supuestamente merecen los homosexuales” y por supuesto hacer campaña para que otros seres humanos creados a su imagen y semejanza, conciudadanos, también hijos de Dios, sean desprovistos de derechos que les son otorgados en igualdad de condiciones como se les otorgaron a ellos.
Pero no, la ética intachable, incólume de cristianos y católicos ve bien que un grupo de personas caminen y hagan ‘circo, maroma y teatro’ para que a estas personas no se les protejan ni se les respeten derechos adquiridos por el simple hecho de ser seres humanos que viven en Costa Rica, país de derecho, país respetuoso de los derechos humanos y oficialmente católico. Pero dentro de su moral fanático-cristiana esto debe ser bien visto, les otorga participación, protagonismo, ya que de vez en cuando es bueno meterse la Biblia debajo del brazo, principalmente cuando conviene y les permite expiar culpas, complejos y tapar otros pecados cometidos en todas las esferas desde su jerarquía hasta en la feligresía.
Cada persona tiene derecho a vivir su religión, sus creencias, apoyarlas y sentirlas en mayor o menor intensidad, eso sí, siempre y cuando este no atente contra el bienestar, la integridad o los derechos de otro ser, porque ahí sí que hay un problema grave, porque si predico amor al prójimo y no doy testimonio de ello en mi actuar, como puedo pretender ser juez y parte y decir a quiénes sí y a quiénes no se les debe aplicar tales y cuales derechos, actuar así sería una actitud vanidosa, pretenciosa y arrogante por parte de estos grupos activistas cristianos, porque sería casi como adjudicarse el poder de la Sala Constitucional o de representantes de las Naciones Unidas para decir qué derechos son aplicables y cuáles no, a determinadas personas.
No pueden politizar la religión, eso sería contradecirse a si mismos y a sus principios, eso sería satanizar las enseñanzas de amor al prójimo que profesan. Quizás lo que más ha causado mella a las iglesias y a la sociedad ha sido el mal uso que los medios han hecho de la palabra “matrimonio” al referirse a la legalización de estas uniones. En realidad la lucha es por el reconocimiento de los derechos que el tiempo otorga a parejas que han vivido juntas por períodos considerables de tiempo, han forjado un patrimonio y han alcanzado el rango de estabilidad necesaria para considerárseles un núcleo familiar, tal y como se hizo con la legalización de las uniones de hecho entre las personas heterosexuales. Lo que se quiere es el respeto a derechos que solo la convivencia, el mutuo auxilio, la compañía, el compañerismo y más importante, el amor, han alcanzado y logrado adquirir aquellas parejas que han convivido en relaciones muchas veces más estables que las mismas parejas heterosexuales…
“Derechos iguales, no derechos especiales… Algún día la Constitución será para todos…” – Autor desconocido

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