viernes, 1 de agosto de 2008

Abajo el dogma por el dogma, arriba la plenitud de la igualdad.- Mario Alberto Marín González

¿Sólo las personas heterosexuales tienen derecho a legalizar su amor? ¿Y eso por qué?

La mayoría de respuestas que se esgrimen a este respecto se sustentan en el dogma judeo-cristiano, que pregona que todo aquello que no aparezca en las páginas de La Biblia no puede ni debe ser aceptado.

Es lamentable que un libro tan maravilloso como La Biblia, en el que subyace tanta sabiduría inspiradora de milenios, sea utilizado como un viejo recetario donde, en vez de darle plenitud al ser humano, se le coaccione, encasille y se imponga el anatema al que Dios permitió, o decidió ser homosexual por elección propìa. El dogma impone así su "verdad" de "esto es así porque sí" y "salados ustedes si no se acomodan".

¿Adónde queda el valor de la tolerancia y el respeto por las diferencias? ¿Cómo es posible que se juegue así con esa idea de un Dios, Padre comprensivo para con todos sus hijos y sus diferencias? ¿Acaso en una familia común y silvestre no resaltan las diferencias entre los hijos? ¿Y el que es diferente, el gay, por ejemplo, acaso no tiene derecho a tener una vida y a vivirla en armonía desde su perspectiva y necesidades afectivas y sexuales distintas? Derechos humanos, señores. Derechos humanos.

En una sociedad farisaica de doble moral como la nuestra, un proyecto como la "Ley de Unión Civil de Parejas del mismo sexo" abre un espacio legítimo para replantear una igualdad justa que se le está debiendo al gay como ciudadano y como ser humano, con derecho suficiente a legitimar socialmente su amor de pareja, y por ende, su espacio socioafectivo en el engranaje de una sociedad pluralista y policultural.

Y como afirmamos popularmente en el espacio coloquial colectivo: "Diay, mi'jito: si no hay pa' todos, hay patadas". Ojalà que en este caso concreto, compañeros y compañeras, las patadas salgan sobrando.


Mario Alberto Marín González
1- 577- 490.

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