jueves, 11 de septiembre de 2008

Un artículo que interpela a la inteligencia y, al mismo tiempo, toca el sentimiento, duele y conmueve

Nuestro enemigo de ahora es el de siempre
Hugo Mora Poltronieri

El proyecto de ley #16390, cuyo propósito principal es el de permitir la unión civil entre personas del mismo sexo, ha alcanzado hasta ahora dos objetivos impensables tiempos atrás: por un lado, el de sacar a la luz pública una situación de sobra conocida, pero disimulada, como es la existencia de otra minoría discriminada en este país que se vanagloria por su respeto a los derechos humanos; por el otro, la toma de conciencia por parte de un sector social que hasta ahora había estado desunido, atemorizado, humillado y vapuleado y que ve en esta confrontación una lucha esencialmente política y una oportunidad –tal vez la única en mucho tiempo- para obtener algunos derechos sin el goce de los cuales se perpetuaría su condición actual de ciudadanos de segunda clase.

Sin embargo hay más. Y es el tema principal de estas reflexiones. Esta puesta en escena ha servido, asimismo, para poner en evidencia quiénes son los principales amigos y enemigos con que cuenta este proyecto. Como era de esperar, entre los primeros se encuentran los diputados y diputadas que, en la Asamblea Legislativa, se encargaron de respaldar el proyecto, presentarlo públicamente y defenderlo en cuanta instancia ha sido necesario, a pesar de las presiones a que han debido enfrentarse por los grupos de presión interesados en mantener el statu quo; en segundo lugar, se han singularizado individuos de uno u otro sexo, heterosexuales, solteros o casados, que por propia solidaridad como seres humanos, se han manifestado sobre todo por medio de la prensa nacional para expresar su apoyo al proyecto y para indicar, con patente claridad, que no ven en él ninguno de los peligros para el matrimonio y la familia que proclaman los sectores que se le oponen. Tales manifestaciones públicas, por lo espontáneas, son tanto más valoradas cuando se considera cuán arraigado está en Costa Rica el prejuicio contra los homosexuales y cuánto se cuidan los heterosexuales de no incurrir en gestos o expresiones que induzcan a otros a confundirlos con minoría tan despreciada. Ya se sabe: a la menor sospecha de ser “del otro equipo” (expresión tan popular, pero tan denigrante), la represión social contra la víctima comienza a actuar dentro de la familia, entre las amistades, o en el lugar de estudio o de trabajo. El resultado es una desvalorización del individuo como ser humano, a quien se juzgará en adelante de la manera más injusta e hipócrita por un único rasgo de su personalidad, real o imaginario.

Es de esperar que, conforme avance el trámite del proyecto, haya más voces salidas de la mayoría heterosexual que tengan el valor de hacerse oír a favor del proyecto. (La expresión “mayoría heterosexual” se usa aquí sin entrar en mayor examen acerca de la validez del concepto, pues todos sabemos cuán conveniente es esta etiqueta en un país donde el fenómeno de la homosexualidad está tan extendido). Es deseable, sobre todo, el apoyo de los sectores intelectuales, ya sea como individuos o como parte de organizaciones sociales: artistas, escritores, profesores universitarios, políticos, defensores de los derechos humanos, etc. Hay que idear maneras de atraerlos como aliados. Evidentemente, también se hace necesario que conocidas personalidades de esos ambientes que, quiéranlo o no, también son miembros de la minoría discriminada, tengan el valor de dar un paso adelante y combatir junto a los abanderados en esta lucha por algo en que está en juego su propia autoestima como seres humanos…completos.

En lo que se refiere a los que se han identificado públicamente como nuestros enemigos declarados, pasemos por alto a todos aquellos que, ya sea en la Asamblea Legislativa, ya sea en los medios de comunicación colectiva, así lo han hecho utilizando casi los mismos sofismas, hechos pasar como argumentos de peso ante los incautos. Enfrentemos, de una vez por todas y sin circunloquios y disimulos, a quien está y ha estado siempre detrás de esta campaña envenenada contra los homosexuales. De hecho, todos esos personajes que hemos oído o leído singularizándose en esta lucha como campeones de la Moral y el Derecho, no son más que simples cajas de resonancia de la institución que en la cuna, en la familia, en la escuela y en todas las otras organizaciones sociales existentes ha hecho calar ese mismo mensaje deshumanizante. Aquí y en todo el mundo, tal institución tiene nombre y apellidos: Iglesia Católica, Apostólica y Romana (ICAR).

Ninguna institución creada por el hombre ha dado muestras de tanta permanencia, de tanto poder y de tanta influencia como la nombrada. Se puede argüir en contra de esta afirmación y mencionar otras instituciones sociales como tanto o más permanentes, poderosas e influyentes (la familia, la escuela, la organización política, etc.). Pero todas ellas, a lo largo de la Historia del mundo occidental, en mayor o menor grado y dependiendo del tiempo y del lugar, han sido siempre penetradas, manipuladas y controladas por el brazo largo de esta transnacional de la fe y del pecado.

La homosexualidad ha sido un fenómeno permanente en la historia de la Humanidad. Numerosos textos y otros tipos de testimonios demuestran, además, que la homosexualidad es un rasgo inherente, pero no exclusivo, de la especie de la que somos parte. En lo que a Occidente se refiere, las pruebas más incontrastables arrancan desde la Antigüedad Clásica, en la forma de escritos, inscripciones, esculturas, pinturas, monumentos, etc., todos los cuales de manera muy explícita celebran el gozo pleno de la vida sexual en cualquiera de las dos formas posibles: con seres del mismo sexo o del otro. Entre los griegos, particularmente, no había problemas a la hora de entregarse al goce sexual: para ellos, lo fundamental era la expresión del impulso sexual como algo bueno y bello. Entre ellos nunca se vio la homosexualidad (palabra que ni conocían, a pesar de sus raíces griegas) como un problema, con lo cual se evitaron todo lo que siguió con la llegada del cristianismo.

La llegada del cristianismo, con su gazmoña tradición moral heredada del judaísmo, introduce en Occidente y el mundo, en general, una visión negativa hacia todo lo relacionado con la vida sexual. Su creencia absoluta en el dualismo cuerpo-alma, concebido el primero como cárcel de la segunda; y su consecuencia, el desprecio absoluto hacia el cuerpo y su sobrevaloración de algo intangible e indemostrable como es el alma, capaz de sobrevivir a la muerte del cuerpo en otro mundo ilusorio marcado por premios o castigos por una eternidad, señalan el comienzo de una larga época en que todo lo que tiene que ver con el sexo es visto como pecaminoso, sucio, indecente y solo tolerable en virtud de que es el único medio conocido para reproducir la especie y, con ello, aumentar las huestes de los creyentes. El sexo heterosexual es, desde entonces, lo “normal”, si bien limitado estrictamente a los deberes reproductivos y, aun así, con un menú muy reducido que excluye toda posibilidad de hacerlo variado y placentero. La única alternativa aceptada es, como pregonaba el apóstol Pablo –un individuo acomplejado y misógino- el celibato, una auténtica monstruosidad, culpable de tanta miseria espiritual entre quienes la predican y practican (de creerles), así como entre los que se dejan guiar por tan inhumana directriz, verdaderos atentado “contra Natura” (para usar una expresión con que nos han demonizado por los siglos de los siglos).

En los 2500 años de historia documentada del fenómeno de la homosexualidad, poco más o menos 2000 corresponden a esta supresión de ese sentimiento por parte de la todopoderosa ICAR. Jamás se podrá recuperar todo el talento que dejó de expresarse, todas las obras que ni se escribieron, ni se esculpieron, ni se pintaron, ni se dejaron oír simplemente porque eran expresión íntima de ese “amor que no se atreve a decir su nombre” y que, aun así, nunca pudo ser suprimido totalmente por ser parte ineluctable de la naturaleza humana. Si se pone uno a pensar en cuánta presión ha ejercido y sigue ejerciendo la sociedad heterosexual para imponer su preferencia sexual a la minoría homosexual (desde la cuna, desde la escuela, desde la familia, desde los templos, desde los medios de comunicación colectiva, desde los distintos grupos sociales, etc.) y no lo logra, no queda entonces otra conclusión posible que la de aceptar a la homosexualidad como algo igualmente natural, algo que no puede ni debe cambiarse sin incurrir en la mayor indignidad contra alguien dotado de ese rasgo distintivo.

La única razón de peso aún válida contra la homosexualidad es que no produce nueva vida. Pero este es un argumento que puede volverse fácilmente contra quienes lo mantienen: a diferencia de otros tiempos, cuando las catástrofes naturales, las enfermedades y las guerras amenazaban con la extinción de la especie, hoy día ese peligro ha dejado de existir. Hoy hasta el planeta mismo, y todo lo que en él existe, lo que está pidiendo es que se controle el crecimiento humano. De alguna manera, hasta las parejas heterosexuales han entendido el mensaje y la procreación ha pasado a un plano bastante secundario, si es que existe. Visto desde este punto de vista, hasta puede argumentarse que es de conveniencia general el estimular la formación de parejas, no importa cuál sea su preferencia sexual, en donde el vínculo existente se establezca con otros fines que el reproductivo, como son el afecto mutuo, la compañía, el apoyo y la solidaridad que pueden lograrse con la vida en pareja al amparo amplio de la ley,

Quienes hoy desde la jerarquía eclesiástica atizan el odio contra los homosexuales y su proyecto, lo hacen a sabiendas del inmenso poder que aún detentan sobre las masas: algo deteriorado, es cierto, gracias a los recientes escándalos de todo tipo que ha protagonizado la ICAR aquí y en todo el mundo. Pero sigue siendo formidable ese poder, capaz de promover todo tipo de campañas públicas contra lo que se le oponga, así como de mover sus fichas, por lo bajo, para ejercer presión sobre los políticos que tienen en sus manos las decisiones finales. Por lo mismo, la posibilidad de ganar en un referendo la causa que nos interesa es verdaderamente remota; más si se considera cuán difícil es lograr aglutinar a una minoría que ni se conoce entre sí, ni tiene los instrumentos ni el poder necesarios para enfrentarse al monstruoso aparato al que habría que hacer frente. Por lo demás, habría que contar con el apoyo real de una buena parte de la población heterosexual, lo que se dificultaría por lo precario de los medios disponibles; pero también por la indiferencia que podría darse en la población heterosexual hacia el problema; o por el conocido temor que sienten muchos de ellos a ser tomados por homosexuales por el solo hecho de apoyar una causa así.

Por todo lo indicado anteriormente, es claro que aquí hay un enemigo declarado, implacable y todopoderoso: la ICAR. Lo mismo puede decirse de otros grupos religiosos igualmente fundamentalistas que se han manifestado contra el proyecto, aunque sin todo el poder de convicción que sigue teniendo la ICAR. Ahora bien, se gane o se pierda con este proyecto, para cualquier homosexual digno solo debería haber un camino: abandono inmediato de este colectivo religioso o de cualquier otro que se haya ensañado contra los legítimos derechos a que aspiramos. En especial, el hipócrita tratamiento de la homosexualidad en el catecismo católico deja muy clara la irreducible oposición en el binomio homosexual-católico: ¿Cómo puede conciliarse el que se asegure que hay que respetar al homosexual, pero al mismo tiempo se le condene a la no manifestación ni puesta en práctica de su orientación sexual? ¿Cómo puede inducirlo hacia la castidad una organización en que tal condición nunca ha funcionado y ha sido causa de los peores abusos hacia gente inocente y confiada por parte de numerosos clérigos? Y eso, que estamos hablando del presente, pasando por alto cuántas barbaridades semejantes han quedado ocultas desde los tiempos más remotos, cuando la sociedad civil no contaba ni con los medios ni con el poder necesario para revelar tales escándalos.

Y, sin embargo, este monstruo espiritual que tanto daño nos hace, subsiste gracias a nuestra tolerante indiferencia. Gracias a su estatus actual de religión oficial de Costa Rica, se alimenta de los dineros que el Estado nos quita, vía impuestos, para mantener en todo su lujo y esplendor este culto. No solo eso; sino que su condición de religión oficial hace que el Estado la exonere del pago de numerosos impuestos, dinero que por no entrar en el erario es imposible de utilizar para fines sociales, como pueden ser la erradicación de los tugurios, la dotación de empleo a quienes no lo tienen, el mejoramiento de la educación pública, la construcción de clínicas y hospitales, etc.

Nosotros, los gais, debemos asumir todas las consecuencias de esta lucha, que es política. Abandonar la ICAR puede hacerse de dos formas: simplemente, dejando de participar en todo lo que concierna a este culto; o, todavía mejor, solicitando en la iglesia en que fuimos bautizados la fe de bautismo que nos permitiría iniciar el proceso de la apostasía, por el cual la ICAR dejaría de contar con nosotros como sus fieles registrados, con lo que debilitaríamos aún más su pretensión de ser la religión mayoritaria en este país, excusa suficiente para seguir succionando las ubres del Estado, que somos todos. Otra, igualmente importante, es la de apoyar un movimiento civilista, actualmente en formación en este país, que tiene por objetivo lograr que Costa Rica se convierta en un Estado laico (=secular), es decir, un Estado en el cual éste no tiene religión oficial y da el mismo trato a todas las religiones, sin financiarlas, pues deja que el sustento económico provenga de los fieles que logre mantener cada culto. Tal meta requiere, para ser alcanzada, la eliminación o modificación sustancial del artículo 75, vigente, de la Constitución Política, en el cual se declara el culto católico como el oficial, con lo que se convierte también a quienes no sean católicos en ciudadanos de segunda categoría.

Ahora ella nos ataca por medios relativamente civilizados. Pero no hay que olvidar que cuando tuvo todo el poder posible sobre los gobiernos en Europa, en América y en el mundo entero humilló, acosó, estigmatizó, persiguió, redujo a prisión y mandó a la hoguera a millones como nosotros solo por ser homosexuales. También por ellos, que ya no tienen voz ni son nada en la gran Historia que escriben los poderosos, hay que sacar adelante este proyecto, hay que sacar de su posición privilegiada a esta internacional de la fe y del pecado que tanto mal nos ha causado a lo largo de su existencia.

Hugo Mora Poltronieri
11 de septiembre de 2008

1 comentario:

Anónimo dijo...

Un artículo que resume la situación actual en Costa Rica; un país pervertido por la Iglesia Católica. Pero estoy seguro de que si sigue existiendo un grupo de personas como nosotros, todos los que hemos escrito en este blog y el administrador del mismo, no vamos a descansar hasta ver a la sociedad costarricense más tolerante e inclusiva. Aunque paren el proyecto y lo archiven, no van a poder parar nuestra voz ni el poder de la verdad y de la ética.

Carlos Hernández