martes, 1 de junio de 2010

La República Católica de Costa Rica

Primera República Católica del mundo
Javier Solís (*)

Después de que el agua bendita no le sirviera de nada a la Presidenta de la República ni a la Jefe de Fracción del Partido Liberación Nacional, en la crisis del aumentazo de los diputados, he decidido promover la convocatoria de un referéndum ciudadano para declarar a este pequeño país tropical como Primera República Católica del mundo. Quizá con ese pequeño cambio la Virgen de los Ángeles, mujer al fin y al cabo, aunque la descalifiquen de “negrita”, se apiade de ellas y las saque de los atolladeros futuros.

Este país ya es una democracia ejemplar de América, Suiza Centroamericana y patria de un premio Nobel de la paz. El hecho de estar presidido por una “hija predilecta” de la Virgen de los Ángeles y jefeada por una diputada devota de los saumerios mágicos es un paso en la dirección correcta.

Se trata de un movimiento progresivo que vaya adecuando todos los preceptos constitucionales y todas la leyes, reglamentos y costumbres nacionales a lo que piensa y establece la jerarquía de la Iglesia Católica. Verán que contenta y eficaz se va a poner la Señora celestial.

Ya tenemos, además, el principio constitucional fundante: el artículo 75 de la Constitución establece que “la Religión Católica, Apostólica y Romana es la del estado”. Poco trabajo les costará a las jueces constitucionales declarar inconstitucional todo lo que se oponga al dogma, a la doctrina y a la moral católicas. No hay medio de que los preceptos y declaraciones doctrinales de esa iglesia no tengan efectos jurídicos sobre la conformación del estado y de la sociedad, más allá de “contribuir a su mantenimiento”.

Espero que todos los católicos bautizados, catequizados y sacramentados, y los miembros del clero, que son la voz de Cristo, respalden la iniciativa con entusiasmo y en un solo domingo se recojan en las misas las firmas necesarias para que el Tribunal Supremo de Elecciones proceda conforme a la ley.

Es obvio que este movimiento podrá neutralizar en el futuro cualquier inexperiencia, mala fe, mentira, metedura de pata o tentación de creer que todos los ciudadanos son tontos, que puedan asechar a la Jefa de Estado o a los partidos políticos que gobiernan con ella.

Tendremos que empezar por lo más obvio: la indisolubilidad del matrimonio. Serán inconstitucionales los artículos del Código Civil que legalizan y regulan el divorcio de las parejas que se casaron por la Iglesia. Aún más, no habrá más matrimonio legal que el contemplado en el Código de Derecho Canónico. El sustento doctrinal en este caso es muy sencillo. El sacramento del matrimonio, según dogma declarado por el Concilio de Trento el 15 de julio de 1563, crea un vínculo indisoluble y eterno entre los contrayentes. No es una simple doctrina común ni opinión teológica. Es un dogma de fe. No hay autoridad competente civil ni eclesiástica que pueda disolver ese vínculo. Sólo los que tienen dinero o fama han podido acogerse al recurso extraordinario de un tribunal eclesiástico que declare nulo el acto. Los demás, -y sobre todo, las demás- que aguanten. Tendrán su recompensa en el cielo.

O sea, vamos a ir purificando toda ley, toda norma e incluso toda costumbre que contraríe o viole lo que establece la Iglesia. Es obvio que ese movimiento tendrá consecuencias desagradables, mortificadores y hasta de convivencia internacional.

No será cuestión de atenernos a los principios de la ciencia moderna, ni a la evolución de social ni a lo que hagan los países más avanzados en bienestar, producción económica, legislación social, derechos humanos, etc. No. El único criterio será armonizar nuestro sistema político y social con la doctrina católica. Por eso no es cuestión de coleccionar rosarios o realizar saumerios de brujo con agua bendita o ir a visitar a la Virgen de los Ángeles y después decir que ser casado civil es un asunto privado que no tiene nada que ver con la religión. No. El casado -hombre y mujer- por la Iglesia, divorciado por un juez que no tiene competencia divina y vuelto a casar, pasará a la categoría de pecador público, y , por lo tanto, culpable del delito de concubinato público.

La Iglesia, que está asistida por el Espíritu Santo y es infalible y el Papa que es el Vicario de Cristo en la tierra, no nos podrán guiar por caminos equivocados. No importa que según los científicos modernos, ateos, agnósticos y secularizados, digan que estamos retrocediendo a la época oscura de la Edad Media. No. Los que están equivocados son los científicos y los estados modernos. Esos son el imperio del mal.

Hay que mantener la doctrina católica. Hay que mantener a la mujer en su lugar subalterno. Nunca debe llegar a ser la voz de Dios ni vicaria de Cristo. ¡Qué perversión! ¿Acaso la divinidad, valga decir, la autoridad, es asexuada y menos aún femenina? Es y debe ser siempre masculina y sin vida sexual (que no sea clandestina). ¿Y la vida humana? ¡Sólo la Iglesia Católica de hoy -porque en otros tiempos no predicaba lo mismo- está inspirada para definir en qué momento del proceso de la vida humana se llega a constituir una persona con derechos, aún por encima de los derechos de la madre gestante! ¿Cómo la biogenética pretende conocer más de lo que ya ha dicho la Iglesia?

Y, por favor, hay que mantener a los homosexuales en su condición de excluidos, vitandos, peligrosos, degenerados, enfermos y pecadores. Por lo tanto, delincuentes. Tampoco hay que hacerle caso a los científicos que, con Sigmund Freud a la cabeza, -ese judío detestable y pervertidor-, hablan simplemente de otra visión del mundo.

Esto tendrá consecuencias purificadoras muy importantes. Los pecadores públicos, los fornicarios, que sostienen a miles de mujeres en los prostíbulos o suben a su auto a los travestis; los agresores y acosadores; los lascivos, por ejemplo, no podrán ejercer funciones estatales. Junto con la declaración de bienes, cada funcionario o titular de un supremo poder tendrá que depositar un juramento de fidelidad a la doctrina y moral de la Iglesia Católica.

Y creo que la gestión del estado ya no va a tener problemas. Porque poco a poco iremos pasando de una democracia a una teocracia, de monarquía absoluta, por supuesto. No serán necesarias diputadas ni diputados. Lo que hay que hacer lo dice la Iglesia Católica. No serán necesarias elecciones. Nos economizaremos al menguado Tribunal Supremo de Elecciones. El Espíritu Santo se encargará de escoger a los obispos, que son los que van a gobernar. Nos liberaremos de cometer garrafales errores cada cuatro años escogiendo parlamentarios. Tampoco serán necesarios los funcionarios públicos. Para eso están los sacerdotes que administrarán desde las parroquias la cosa pública.

Y así progresivamente hasta sustituir nuestra Constitución y nuestras leyes, no por el Evangelio de Jesucristo, que sería comunista y no responde al mercado, sino por Código de Derecho Canónico.

No vamos a caer nosotros en las perversas leyes de los países anticatólicos alimentados por la Reforma protestante, como el Reino Unido, Australia, Canadá, Alemania, los escandinavos o Estados Unidos. Tampoco seguiremos el ejemplo de los renegados católicos como Bélgica, Francia, España y otros. Habrá, quizá en este país, otra Virgen de Fátima que los llame a la conversión.

Verán que en un solo domingo recogeremos centenares de miles de firmas, como se está haciendo ahora en contra de la ley de derechos de los homosexuales. Verán qué entusiasmo y qué eficacia. ¡Viva la Primera República Católica del mundo! Amén.

*http://provocaciones.cr/archives/1146


NUESTRO PAÍS, Costa Rica, 31-5-2010
http://www.elpais.cr/articulos.php?id=25307

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