domingo, 28 de marzo de 2010

Religión y tolerancia a lo diverso sí son compatibles

Tolerancia
Los protestantes debemos intervenir en el debate público y promover la tolerancia

Gustavo Román Jacobo 
Abogado 
tavoroman@hotmail.com

Un lunes de 1531, dos líderes de la Reforma Protestante, Lutero y Zuinglio, se encontraron por última vez, pues este último falleció inesperadamente al poco tiempo. En 1529 se habían enfrentado agriamente en la Disputa de Marburgo sobre la eucaristía, pero aquel lunes, con lágrimas en los ojos, Zuinglio le extendió al alemán la mano de la amistad, no la del acuerdo teológico. Lutero le dejó la mano en el aire y dijo: “No perteneces a la comunión de la iglesia cristiana, no podemos reconocerte como hermano”.

Este año celebraremos el aniversario 493 de la Reforma. La presencia protestante en Latinoamérica ha aumentado y el peso electoral de algunos sectores, como el de los evangelicals en Estados Unidos, es cada vez más relevante. Por ello, apremia repensar los criterios desde los cuales los hijos de la Reforma participamos en el debate público, a efecto de no caer en contradicciones como la de aquel que, valeroso, invocó la libertad de conciencia ante la Dieta de Worms, pero se la negó a un correligionario cuando discrepó de sus tesis. Principios de tolerancia. Quien reclama libertad para su conciencia no puede exigir cadenas para la conciencia ajena. Al fin de cuentas, se trata de un reconocimiento de la dignidad humana de los semejantes y de que nadie posee el monopolio de la verdad ni de la virtud. Dos principios, los anteriores, de hondo raigambre cristiano, consustanciales a la democracia deliberativa que requieren las sociedades plurales del siglo XXI. Dos principios poco sopesados en el fundamentalismo protestante, hoy en auge.

Según Rudolf von Thadden, tres temores condicionan esta forma de protestantismo en la actualidad: temor a quedarse sin orientación en las complejas estructuras del mundo globalizado, temor a perder la identidad religiosa en el foro pluricultural y temor a extraviarse éticamente en el relativismo de valores del secularismo liberal. Miedos a los que se suma el anhelo de certezas infalibles, faros en el proceloso mar de la existencia.
No obstante la indudable validez de estos sentires y pesares, reconocer a Dios como orfebre de una creación heterogénea y a las personas como obras singularísimas de sus manos, invita a la celebración de la diversidad y advierte contra la torpeza de ver y juzgar a los demás como calcos, mas o menos defectuosos, del arquetipo asumido (usualmente una proyección del superyó).

La fe en Dios, que toca a la puerta del corazón humano sin forzarlo jamás y que ha impregnado su creatividad multiforme en el lienzo de nuestra piel, debe fluir como ríos de agua viva que apague el encendido furor intransigente, reaccionario y prejuicioso, siempre dispuesto a reprimir y aniquilar a quienes osen presentarse como radicalmente otros.

Ojalá los protestantes tomemos la palabra en el debate público, pero para promover valores asociados a la tolerancia, el respeto de las diferencias y la libertad individual. Para que en materia de políticas públicas se garantice la protección de las distintas manifestaciones de diversidad minoritaria, socialmente vulnerable y se resista la tentación de legislar aspectos de moral individual u omitir legislar con base en ponderaciones de esa índole.

A nivel cultural, deberíamos fortalecer habilidades sociales como la escucha activa, la empatía y la valoración de perspectivas distintas a la propia. Contribuir para que la educación pública potencie la desacralización de la historia oficial, la deconstrucción de las narrativas mistificadas de la patria y el desmantelamiento del blindaje al pensamiento único.

Imponerles a los demás la propia forma de pensar y creer es una inclinación pecaminosa desde tiempos inmemoriales. Nuestra participación política, en vez de reeditar el celo de Calvino por una Ginebra piadosa, debe estar animada por el sueño de Luther King por un Alabama en el que se reconozca la dignidad de todas las personas.
No solo la sangre de Abel clama a Dios desde la tierra, también las cenizas de Servet.

LA NACIÓN, Costa Rica, 27 de marzo de 2010
http://www.nacion.com/2010-03-27/Opinion/Foro/Opinion2316330.aspx

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