jueves, 8 de julio de 2010

Costa Rica: discursos del odio contra juventudes y personas GLBTI

“YA NO SE LES PUEDE LLAMAR LA ATENCIÓN”
Luis Paulino Vargas Solís

Un joven colegial se rebela contra una disposición de la directora de su colegio y decide resolver el asunto a la brava: intenta asesinar a la profesora de un balazo. Es un hecho deplorable, que produce grandísima tristeza y alarma. Pero es igualmente lamentable que, una vez más, esto dé lugar –en especial en los medios comerciales, proclives a la carroña- a un nuevo episodio de histeria, que es, también, un pretexto para alimentar discursos fascitoides que llaman al atropello de las libertades civiles y de los derechos humanos.

Se redunda en un giro que se ha vuelto usual en nuestra sociedad: la construcción del monstruo como mecanismo de control social y perpetuación de un orden injusto. Es lo que los grupos conservadores de Costa Rica, explotando el prejuicio y la ignorancia, vienen haciendo en relación con las personas sexualmente diversas, culpabilizadas de la destrucción de la familia, la corrupción de la sociedad y la perversión de los valores. Así, tener una orientación sexual o una identidad de género distinta a la mayoritaria, convierte a una persona en un monstruo peligroso y detestable. Es un discurso de odio que convoca a la violencia y la agresión. Vemos manifestarse las mismas tendencias en relación con las juventudes.

Primero, la insistencia enfermiza (en verdad, es una prensa carroñera) en que se revisen los bultos o mochilas que los chicos y chicas llevan a su colegio, como también la lamentación y el enojo que produce el que existan normas que impiden hacerlo (me pregunto, ¿es que ser joven habría de autorizar violentar arbitrariamente la intimidad personal?). Enseguida, la búsqueda de “justificaciones jurídicas” que promuevan el endurecimiento de las leyes que penalizan los delitos cometidos por personas menores de edad, con lo que tan solo se reitera una confusión usual, según la cual los problemas de violencia e inseguridad se resuelven mediante la represión, es decir, mediante más violencia (que no deja de serlo, al margen de que esté legitimada por la ley). En uno y otro caso, se refuerza la imagen de una juventud-monstruo –peligrosa, amenazante, imprevisible, descontrolada- a la que se le debe vigilar y reprimir con máximo rigor.

Similar a como ocurre con el intento por aplastar los derechos de las personas sexualmente diversas, esto reafirma el estado de profunda perplejidad en que se desenvuelve la sociedad costarricense –y en particular sus estructuras de poder, sobre todo la familia tradicional, la religión, la escuela, el sistema político- frente a los procesos de profunda transformación socio-cultural que venimos atravesando.

Se encuentra una clara ilustración de ello en una frase repetida hasta el hastío: “es que ya no se les puede llamar la atención”. Y, enseguida, la nostálgica referencia a los tiempos cuando si se podía corregir chilillo en mano. Hay en todo esto un ruido de fondo: la imagen de la familia tradicional: papá y mamá casados una sola vez y para siempre, con sus retoños alrededor. Y, en relación con esto, la añoranza por la autoridad y las rígidas jerarquías: papá-jefe-de-familia; mamá en un segundo escalón: muy discreta, casi invisible. Y abajo los niños y niñas: sin voz, sin voto, sin opinión, sin derechos.

Esta idea de familia es –como diría Urlich Beck- uno de esos conceptos-zombi que pululan en nuestra sociedad. Domina en los sermones de curas y predicadores; en los discursos demagógicos de los políticos; en las vacuas peroratas que los medios promueven. También en las políticas públicas sobre educación, salud o familia. Se construye así una imagen mental que no corresponde con la realidad que vivimos, con lo que tan solo se agrava la confusión.

Esa familia tradicional aún existe, pero ella misma está experimentando cambios importantes y, en todo caso, cada vez más va siendo solo un tipo particular de familia dentro de un paisaje cultural multicolor, donde emergen y se multiplican nuevas formas de familia.

Las juventudes crecen en un contexto emergente, extraordinariamente dinámico. Inútil negar el tremendo impacto de las tecnologías informacionales. Pero, además, ellos y ellas viven realidades familiares igualmente dinámicas. Es simplemente absurdo –la estrategia perfecta para el fracaso- imaginar que se les pueda educar dentro de los cánones rígidos y autoritarios de la familia tradicional. Quien tal intente con ello simplemente agudizará los conflictos y la violencia. Por otra parte, la solución policial y represiva tan solo traslada al ámbito público esa misma nostalgia autoritaria de la familia tradicional. La represión nos hará perder a una porción importante de nuestra juventud, condenada a la cárcel o a la clandestinidad y el crimen, pero no resolverá absolutamente nada.

Cuando oigo la nostálgica y fracasada cantinela de “es que ya no se puede llamarles la atención”, yo me pregunto ¿y por qué no intentan dialogar, negociar y, sobre todo, ganarse el respeto de la gente joven? En la familia tradicional el respeto se imponía mediante el miedo. Ahora hay que ganárselo; no hay de otra. Me sospecho que esa es la única vía que tiene posibilidad de éxito. Con estas juventudes, inmersas en procesos de cambio socio-cultural de tan profundo alcance, definitivamente no funcionan los mecanismos autoritarios del pasado.

Intentaré ilustrarlo con otro ejemplo que creo nos es conocido: el del niño o la niña que creció viendo como mamá y papá se divorciaban y luego se casaban de nuevo. Entonces resultó tener dos mamás y dos papás; hermanas aquí y hermanos allá; cuatro abuelas y cuatro abuelos; una familia principal y una secundaria. Y mientras maniobraba en un complejo familiar tan diversificado, navegaba y chateaba por Internet, abría su sitio en Facebook y Twiter y se comunicaba con sus compas del cole mediante mensajes de texto en sus celulares ¿tiene algún sentido pensar que estos muchachos y muchachas puedan ser educados como se hacía treinta o cuarenta años atrás?

Imaginar que se puedan echar atrás las ruedas de esta profunda evolución socio-cultural es una completa pérdida de tiempo. La familia tradicional sobrevive a duras penas y, de cualquier forma, está inmersa en un contexto social profundamente transformado y extraordinariamente dinámico. Por ello mismo, los discursos nostálgicos están condenados al fracaso. En su incansable afán por construir monstruos –por ejemplo, las personas sexualmente diversas y las juventudes- convocan al odio y la violencia. En su terquedad por mantener vivos los fantasmas del pasado intentan forzar a la restricción de la democracia y el atropello de los derechos humanos. Tan solo son siniestros portadores de mensajes de daño y dolor. He ahí el único éxito del que podrían presumir.

El cambio seguirá. Construye una ética nueva y una moral distinta. Puede ser la promesa de una sociedad donde los individuos sean más libres y, al mismo tiempo, más solidarios. El mayor obstáculo para lograrlo está precisamente en la persistencia de esa imagen falsa en nuestras mentes: el terrible error de mirar el mañana con los ojos del ayer.

Barrio San José de Alajuela, 5-7-2010

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