martes, 9 de diciembre de 2008

La violencia cotidiana en la casa: esa es la realidad de la "familia" que el oscurantismo religioso defiende con fiereza

Microviolencia doméstica
Gloria Valerín Rodríguez (*)

Cada vez que una mujer es víctima de agresión, maltrato o violencia, estamos presenciando un desequilibrio de poder, que se manifiesta a través de la coacción física o psíquica ejercida sobre ella para viciar su voluntad y obligarla a ejecutar un acto determinado.

Esa condición violenta no nace de la noche a la mañana. Es el resultado de una conducta que se sustenta en el ejercicio progresivo de un poder desigual y se legitima socialmente en la aceptación por sí mismo. Conducta que generalmente es ejercida por el varón, quien tiene una posición de poder privilegiada desde la perspectiva machista.

Relaciones de poder. La “microviolencia en la esfera doméstica”, que algunos especialistas han llamado también “pequeñas tiranías”, “violencia blanda”, “terrorismo íntimo” y más recientemente, “micromachismo” y “microabuso”, necesariamente nos refiere a aquellos comportamientos que en forma invisible y de manera cotidiana se llevan a cabo dentro de las relaciones de pareja, especialmente la heterosexual, que con frecuencia son ejercidas por los hombres. Comportamientos que en la mayoría de las veces se disfrazan de sutileza, se confunden con sentimientos positivos y se convierten en microrelaciones de poder.

Cada día es más avalado y silenciado que en nuestra cultura patriarcal se legitime que el varón pueda controlar y dominar la vida y la voluntad de la mujer, por la simple razón del rol social que le ha sido asignado culturalmente respecto a su capacidad de proveer los recursos patrimoniales y materiales en su familia. De esta manera, se autoafirma y la somete a su voluntad, obligándola a interacciones no recíprocas y a subordinaciones en diferentes campos como la sexualidad, pensamiento, capacidad decisoria y dependencia económica y emocional.

Lo novedoso de esta conducta –y aquí radica su perversión-, culturalmente aceptada y legitimada, es la forma y los medios sutiles, cotidianos y casi transparentes con que el varón domina y la mujer obedece. La regularidad y cotidianeidad con que se ejerce esta conducta inconveniente de “protección a cambio de obediencia” conlleva a que la mujer y su núcleo familiar se encuentren atrapados sin percatarse de serlo, se atente contra su autonomía personal y se les anule como sujetos.

Esa agresión sádica, repetida y prolongada se produce sobre todo en situaciones de cautiverio, principalmente cuando la o las víctimas son incapaces de escapar de la tiranía de su verdugo, y son subyugadas por la fuerza física o por imposiciones legales, económicas, sociales o psicológicas. En estos casos, las cadenas y los muros del hogar no se ven con claridad, son casi siempre invisibles, aunque no menos reales e insuperables.

La microviolencia cotidiana como agresión continuada debe ser abordada desde varias perspectivas, teniendo presente que su visibilización no es una tarea fácil, especialmente por la forma sutil y confusa en que ésta se produce en la mayoría de las veces. Pero tampoco es una violencia fortuita. La naturalidad, cotidianeidad y gradualidad con las que el hombre ejercita su comportamiento machista y violento lo tornan, en muchas ocasiones, imperceptibles a primera vista, derivándose incluso en una “costumbre o rutina”.

Protección para la víctima. Debemos ser más asertivos y asertivas en la detección de estos comportamientos disfuncionales en la relación hombre/mujer. Debemos proteger y ayudar a las mujeres que hoy sufren este tipo de microviolencia en el ámbito doméstico, para que puedan abandonar su situación y puedan reiniciar una nueva vida.

A la mujer se le deben proporcionar los mecanismos necesarios para detectar, denunciar y rechazar los comportamientos que afectan su autonomía y trabajan sobre su psique, a través de instituciones y programas que brinden asesoría profesional en este tema.

Educar en igualdad a las generaciones venideras es el camino más seguro para evitar esos comportamientos machistas y el arraigo de las ideas sexistas, con las que se perpetúa la falsa creencia de la superioridad masculina. Es ése el principal desafío que las mujeres tenemos por delante.

*Ex diputada, ex ministra de la Condición de la Mujer, Jefa de la Oficina de Servicios Técnicos, Asamblea Legislativa

DIARIO EXTRA, Página Abierta, 9 de diciembre de 2008

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