miércoles, 7 de enero de 2009

Para profundizar la reflexión sobre el significado del concepto de tolerancia

Sobre la tolerancia, otra vez
Paúl E. Benavides Vilchez


Sobre la tolerancia es preciso volver una y otra vez, porque nunca es suficiente. El filósofo de la libertad, Voltaire, trataba a la tolerancia como virtud del alma: “Es la panacea de la humanidad. Todos los hombres estamos llenos de debilidad y de errores y debemos perdonarnos recíprocamente, que esta es la primera Ley de la naturaleza” (Voltaire, Diccionario Filosófico, Tomo II, Ediciones Temas de Hoy Madrid, 2000). Como Voltaire, creo que es una actitud que está más del lado del espíritu o del corazón, que de la razón o de la ley: ¿se puede decretar la tolerancia, como se decreta una ley de tránsito o una ley de prevención del fumado? No lo creo. Digo que es una ficción, más una ficción necesaria en el pacto entre los ciudadanos y el poder, que se debilita todos los días a juzgar por las evidencias cotidianas. Resulta entonces un ejercicio saludable el preguntarse o preguntarnos como sociedad, cuán tolerantes somos en la vida real; cuán vulnerables somos al prejuicio ideológico heredado o asumido concientemente en lo pequeño y en los grande; cuál es el andamiaje ético o moral para aceptar a los que no son iguales o parecidos a nosotros; cuán comprensivos, civilizados, humanizados y sensibilizados somos frente a los que son distintos por opción de vida, color de piel, acento, costumbres o características físicas o mentales. Pero es un tema de investigación que no apasiona, porque antes están los estudios sobre percepción política o preferencias electorales que sí venden, obsesionados en saber quién va de primero (a) en las encuestas y en los sondeos de intención de voto.


Esta no es una preocupación minúscula hoy en día. El tener un proyecto de nación hacia futuro, radica en la capacidad individual y colectiva de tolerar las ideas, las motivaciones y los planteamientos distintos a los que uno cree, y aceptarlos cuando así decide la mayoría de la gente. Algunos preguntarán con ironía justificada: ¿esto incluye la aceptación de los actos emanados de la utilización asimétrica del poder? Nunca. La tolerancia no debe confundirse ni con la estupidez o el despiste. En el campo de las libertades políticas la tolerancia tiene un límite y pienso que es el no aceptar aquellos actos que violentan las normas del sistema, que se denomina asimismo como democrático. La utilización descarada o velada de los medios e instituciones estatales para usufructuar del poder; la corrupción política que se encubre a través de medidas legislativas o actos de gobierno; el conculcar los derechos a la libertad de expresión y de información a los ciudadanos, entre muchos otros, son peligrosos hechos que ponen a prueba a la tolerancia.


El Estado liberal costarricense acuñó un precioso legado de libertades públicas - de opinión, de expresión, de conciencia, de organización - que deberían corresponderse, en teoría, con una sociedad liberal, definida así por ser una sociedad pluralista y no por su funcionamiento como sociedad de mercado. Es decir, una sociedad que podría organizarse, sentir, pensar, darse el modo de vida que desee, en arreglo a sus propios valores y no sólo respecto a los valores establecidos en el consenso liberal. Esto posibilitaría a los ciudadanos definir sus modos de vida, sus maneras de convivir, de practicar su cultura, de hablar su lengua, su fe religiosa, su sexualidad con arreglo a sus propios fines y deseos, que no necesariamente coincidirían con la moralidad universalmente reconocida y legitimada. Esta es creo yo, una de las de las disyuntivas que se le plantean al pensamiento liberal en sociedades multiétnicas por ejemplo, o en sociedades en donde surgen de manera novedosa, peticiones de nuevos derechos por parte de seres humanos excluidos de reconocimiento político, como sucede con las justas reivindicaciones de las mujeres, los indígenas, las personas con discapacidad y las personas homosexuales en nuestro país. No es una tema leve, sino un tema esencial que pone a prueba a una sociedad cada vez mas compleja, variable y en plena mutación como la sociedad contemporánea, incluida desde luego Costa Rica.


El filósofo Jonh Gray en su libro, Las dos caras del liberalismo: Una nueva interpretación de la tolerancia liberal (Paidos, Estado y Sociedad, 2001) somete a debate el tema y plantea que el pensamiento liberal ha vivido en una tensión permanente, debatiéndose entre dos polos: el consenso racional universal, que define el mejor modo de vida posible para todos los ciudadanos, y por otra parte, la búsqueda de condiciones para la coexistencia pacífica entre diferentes modos de vida, dentro de una misma sociedad.


Dice J. Gray que el liberalismo tiene futuro si abandona la búsqueda de este consenso racional sobre el mejor modo de vida posible, debido a las migraciones masivas, a las nuevas tecnologías de la comunicación y a la continuada experimentación cultural, factores que combinados dan forma a sociedades en donde coexisten varios modos de vida y simultáneamente muchas personas pertenecen a más de uno. Lleva razón el filósofo. Este es una observación que me parece clave para superar la aparente contradicción a que esta sometida la sociedad liberal, en virtud del énfasis que Gray pone en el pluralismo como valor central de la convivencia. En este caso el consenso racional no sería el eje, sino que sería relativizado digámoslo así, por el pluralismo cultural.


Desde una perspectiva crítica se acusa a esta idea de cierta pasividad o neutralidad frente a modelos de vida propugnados por culturas dogmáticas, cerradas e intransigentes, que ponen en riesgo a la sociedad liberal, más abierta al dialogo y al respeto por las opiniones ajenas. Se trata de la crítica válida creo yo - pero que hay que ver con sumo cuidado - sobre cuanta tolerancia es preciso tener y a quienes sí y quienes no, se les debe garantizar el derecho participar en una sociedad democrática.


Más adelante John Gray plantea algo que no me parece tan acertado, cuando afirma que no se necesitan valores comunes para vivir juntos en paz, sino de instituciones comunes en las que muchas formas de vida puedan coexistir. El filósofo británico olvida que para que haya instituciones (culturales y sociales) comunes se requieren de la existencia de valores, creencias y sensibilidades comunes que animen y den vida a las primeras. Sin el valor de la tolerancia y el respeto por la opinión de los demás, el régimen de opinión publica es una caricatura que nadie respeta. Sin la suficiente tolerancia, las condiciones para la convivencia racional y razonable entre las personas se debilita, entendida como margen de respeto y comprensión entre unos y otros, que aunque no piensen igual, pueden ser capaces de coexistir pacíficamente.


En Costa Rica las demanda de mayor libertad para vivir modos de vida distintos al modo tradicionalmente conocido, se entrelaza necesariamente con la igualdad como reivindicación ética y como derecho constitucional. Para citar un ejemplo, las comunidades indígenas del país no son depositarias de los derechos liberales prácticamente desde sus orígenes, porque han vivido en los márgenes de la nacionalidad costarricense y de la acción estatal. La pregunta que sigue confirma lo anterior, por citar un detalle: ¿desde cuándo los indígenas costarricenses tienen cédula de identidad? Desde hace muy poco y no todos. Son excluidos de manera doble: de un modo de vida teóricamente universal que debió incluirlos hace mucho tiempo y del reconocimiento de sus derechos particulares como pueblos indígenas. Doble exclusión desde la libertad y de la igualdad.


Y digo igualdad y no equidad. Y aquí hago un paréntesis. La equidad es un concepto que no puede compararse con la igualdad. La igualdad nadie me la da o asigna, me la gano sólo por el hecho de nacer y luego tiempo después por mi condición de ciudadano. Es un concepto duro, arraigado en la naturaleza humana. La equidad es un concepto venido de la economía, asignado, impuesto y melifluo respecto a la igualdad. Los indígenas, las mujeres, los niños blancos pobres, las personas de orientación homosexual, los afrocostarricenses, ancianos o jóvenes, los discapacitados, los adultos de este país demandamos tolerancia porque nos creemos iguales en derechos y en libertades y no equitativos: ¿y respecto a qué y a quienes?

TRIBUNA DEMOCRÁTICA, 6 de Enero de 2009
http://www.tribunademocratica.com/2009/01/sobre_la_tolerancia_otra_vez.html

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