martes, 3 de marzo de 2009

Tarea urgente e inaplazable: que el Estado sea laico y reconozca y proteja, sin ningún distingo, los derechos de todas las personas

Estado e Iglesia: separados
Agustín Ureña

4m-ureville@ice.co.cr
Profesor Universitario

Desde tiempos inmemoriales ha habido una alianza política entre el jefe de la tribu y el brujo: la encontramos en Egipto, Grecia y Roma. Ese vínculo se mantiene hasta hoy. En tanto que el Jefe gobierna y se sostiene en la parte terrenal, el brujo se nutre de los demonios internos del ser humano: a más temor a lo desconocido, mayor es su poder.

El jefe y el brujo se desenvuelven en dimensiones distintas, pero con un mismo objetivo: “guiar” a gobernados y creyentes, por una módica suma llamada impuestos y diezmos. Como contradicción a sus sermones sobre pobreza y austeridad, la religión genera una gran riqueza, lujo y comodidad a los altos dirigentes eclesiásticos, de cualquier religión que sean . El que haya estado en Roma, en Nunciatura, en la Mezquita del Domo de la Roca en Jerusalén o en el Templo BaHai en Haifa, lo sabe. Esa opulencia terrenal desmiente y descalifica el discurso celestial del púlpito: las iglesias son organizaciones de pobres, dirigidas por ricos.

Temor a lo desconocido

Todas las religiones necesitan de un satanás. Sin él, los templos estarían vacíos. Muerto satanás, el clérigo muere de hambre, porque el sacerdote vive de los peores temores y especulaciones del ser humano: la condenación eterna después de la muerte. Al sacerdote no le exigen ni puede probar nada de lo que dice: el dogma –y las cuentas bancarias de las iglesias– se nutren aquí, con los temores al más allá.

Estos temores a lo desconocido han sido y siguen siendo usados con fines perversos. La Inquisición torturó y mató por siglos –en el nombre de Dios, amén– cosa que algunos parecen olvidar cuando protestan por los desmanes de la revolución islámica en Irán y Afganistán, “protestas” que más parecen envidia y celos profesionales. Olvidan el genocidio indígena, hecho con una espada en la mano y una cruz en la otra: “el jefe y el brujo” trabajando juntos, a sangre y fuego, en perfecta pareja política y conquistadora, yunta que un ingenuo constitucionalista llamó “identidad”.

Habría sido interesante en su momento preguntarles a Montezuma, a Cuauhtémoc y a Atahualpa, qué pensaban sobre esa “identidad”. Por otra parte, la vivencia judeo-cristiana no surge de la Constitución, como el abogado Fernando Zamora ( Foro, 24/2/09) afirma. Ese abogado piensa, cándidamente, que el pequeño mundo jurídico lo contiene todo, porque se imagina de la manera más inocente y ficticia que lo que no está en la Constitución no existe.

Además, el Estado y sus abusos –largamente sufridos y documentados– ya son suficiente preocupación, como para ponerle a la par un sacerdote –de cualquier religión– que se valga de nuestros temores internos y nos atormente con el más allá, sin siquiera tener resuelto el más acá.

Cuando han tenido poder, el Estado y la Iglesia han abusado de él, persiguiendo, torturando y matando a los disidentes e infieles. Cuando han estado muy juntos, han producido instituciones macabras como la Inquisición, iglesias multimillonarias en Costa Rica –que no pagan impuestos– o linajes perversos como los talibanes en Afganistán. Cuando el brujo y el jefe han unido sus poderes oficialmente, hemos padecido abusos y persecuciones políticas y religiosas, como ya vimos en Torquemada, Enrique VIII, Franco y los Talibanes. ¿Es que nada hemos aprendido?

Por eso, por puro pragmatismo político, siguiendo las sabias lecciones de Locke y Montesquieu, hay que dividir el poder: el Estado y la Iglesia son dos poderosos que deben estar separados: “al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”.

LA NACIÓN, Costa Rica, 28 de Febrero de 2009

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