jueves, 1 de octubre de 2009

De templo judío a templo gay

Bailando en el templo gay

La noche de Año Nuevo judío encuentra al cronista en la ciudad de Rosario, preparado para recibir el 5770 y celebrarlo en la discoteca Gotika, donde alguna vez funcionó una sinagoga.

Es la última hora del 5769. Estamos en casa del rabino Shlomo, de la corriente ortodoxa Jabad Lubavitch de Rosario. Esta sí que es una buena mesa judía: hay mucho y variado. Mojamos la jalá (el pan trenzado) en miel, y después comemos un trozo de manzana que también remojamos en miel. Ante mi impericia para sacar la fruta de la compotera, el rabino apura: "Vamos que se cae la miel". Agradezco al rabino por recibirme en su mesa pese a mi condición de judío no genuino (con desatención al cumplimiento de al menos 250 entre los 613 preceptos positivos y negativos de la Torá, "legislación justa y virtudes ejemplares", según los ortodoxos) junto a su mujer, Sara, y siete de sus ocho hijos.

Bendito eres tú Señor Dios nuestro, Rey del universo, creador del fruto del árbol. Sea tu voluntad renovar para nosotros un año bueno y dulce.

Les elogio las panzas a los varones de la familia ya que delatan –creo entender– la buena mano de Sara para la cocina, pero el rabino objeta el comentario. (No practicar la adivinación). Las granadas significan que tendremos muchos méritos "como granos de la granada". Las zanahorias dulces pero no empalagosas nos indican que deberíamos reproducirnos.

Shlomo: –Un buen judío sigue los preceptos de la Torá. No se admite desviación. Si un judío se casa con una mujer no judía, y tiene hijos que no son judíos, ahí se cortó la cadena..., terminó. El que se aleja corre el riesgo de que todo se termine en algún momento.

Primeras horas de 5770

Gotika es antípoda de la observancia rigurosa en casa del rabino. Debí salir a tientas de lo de Shlomo porque al empezar el sábado se corta automática y voluntariamente la luz, incitando a la introspección y el descanso.

Gotika, durante buena parte del siglo XX, funcionó como templo judío ortodoxo, en el que las mujeres eran separadas arriba, lejos de los principales observantes, todos hombres. En los '60, la mutual Jesed, su propietaria, que se ocupaba de dar préstamos dentro de la comunidad rosarina, no pudo seguir manteniéndolo: el templo se cerró, se endeudó, se abandonó.

La pila de gatos vivos y muertos que encontraron en el patio, veinte años después, cuando la renacida mutual decidió hacer algo con el problema, obligó a llamar a cuidadores de cementerio, acostumbrados –supusieron los delegados de Jesed– al miedo y al asco.

Ni siquiera volvió el sepulturero. Un trastornado –me cuenta un antiguo miembro de la Jesed– defecaba a la vista de los balcones del edificio de atrás, y las fotos que tomó una vecina, también concejala, fueron un factor clave para determinar la intervención del municipio.

Acosada por las deudas y las denuncias, la Jesed –plena epidemia de cólera ('97)– decidió la venta. Cuando, indignados, los ortodoxos se quejaron ante Rubén Kelman, de aquella comisión que la resolvió, la respuesta fue tajante: "Ustedes dicen que ahí hay un templo y yo digo que ahí no hay nada".

De las discotecas que, desde esa fecha, funcionaron en el lugar, "El Templo" no fue la que más irritó a los Jabad. La que molesta es Gotika, versión actual, considerada por algunos miembros de la JAG (Judíos Argentinos Gays) como representación de un judaísmo vivido en los márgenes, que obligaría a revisar algunos preceptos de cumplimiento obligatorio para ser considerado judío por los ortodoxos. "No rasurar la barba", reclama la Torá a las locas angel face que pasean, los viernes muy tarde, por los palcos de la antigua sección Mujeres. "No vestir ropa de mujer", reclama La Escritura a la travesti apellidada Goldberg, que reina sobre el parlante, y agradece que, en su antro, haya funcionado un templo durante buena parte del siglo XX argumentando "revancha" por su pasado como mariquita.

"No destruirás casas de servicio a Dios", dice La Letra que rige la vida virtuosa. Hasta podría –si quisiera– reivindicarse la condición de ceremonia de esta escena en presencia de ese Dj que se hamaca sobre las bandejas en movimiento oscilante, rítmico, constante, parecido al que los sombreros negros aplican al acto de rezar. Varias lámparas (que representan manos sosteniendo mundos) mantienen sus luces rojas encendidas durante toda la noche de Gotika, quizá como recreación del Tamiz que iluminaba a los antiguos visitantes, o como su inversión paródica, dada la terminación de los dedos en garra y el fulgurante rojo que tiñe al mundo desde sus entrañas.

Año bueno y dulce

Antes de que empiecen a llegar los habitués de Gotika, transcurre en el lugar la noche del Golden, club de strippers. Las solteras lucen casacas negras lisas o a rayas, según sean hormigas o abejas. Estas últimas son las más encaradoras; las hormigas se quedan aburridas en sus mesas esperando el rescate de los novios, que llegarán para el brindis final. El enjambre, en cambio, es insufrible, pura impostación de ebullición (como la chica de San Andrés de Giles que se extiende boca arriba en el sector que alguna vez correspondió a la bimá, mesa de lectura del rabino). Las chillonas se lanzan sobre los forzudos –hinchados, no musculosos– atraídas por el evidente efecto sildenafil (línea recta hacia arriba). La abejita de Giles es torpe, poco estratégica y en vez de permanecer pasiva lleva su mano a la cola del stripper-bombero que tiene encima. Se queda tirada, babeando y muda, y tengo el impulso de pedirle que al menos se retire del espacio de la bimá, pero la intención performática sería interpretada como excentricidad psicótica.

En la barra de la pista "alternativa", dos rubias disertan sobre el arte de la propina: la mejor hora para acumular, lo dicen las dos barwomen, es cuando los novios lleguen a buscar a las solteras (en los papeles), "viernes tipo una", y las encuentren "calentitas" y crean vengarse mediante el fingido (en lo que respecta a ellas) flirteo, mera sonrisa de ocasión. El número en el billete se decide según el nivel de los celos.

En lo que alguna vez fue un templo, dos personas que llamaremos Mariano y Javier reinterpretan la letra de la escritura sagrada creyendo leer en el precepto 52 ("Prohibición de matrimonios mixtos") un impulso a su propia búsqueda desesperada "de macho", dicen.

"Si empezás intelectualmente después se va a dar la pasión y el intelecto la va a orientar", me había recomendado el rabino Shlomo durante la cena de Rosh Hashaná. Javier podría estar de acuerdo con tal afirmación pero la pesquisa, hasta el momento, lo decepciona: "Me voy sola", pronostica.

Mariano baila en medio de la espuma; se mancha el jean Kosiuko, y qué le importa. La agresión que llega es fácil, burda: "Negra", le grita un urso de dos metros cuando Mariano le salpica cerveza por culpa de su vaso rítmico y, sin marcar contraste entre la agresión y el deseo, lo agarra de la nuca, le acerca la cara a su boca y lo besa.

¿Qué grado de libertad podemos tomar en nuestras vidas y hasta qué punto están determinadas por dictados supremos?

Se lo pregunté durante la cena al rabino Shlomo. Me gusta el gesto con el que representa el pensamiento. Se queda suspendido, en silencio, con la mirada detenida en la biblioteca que –según él– contiene un 0,0001% de la teoría y la crítica judaicas. Hubo un instante, una ráfaga, durante la cual creí que se había olvidado de mí, pero el pensamiento es una labor trabajosa, que se ejecuta como secuencia más allá de los tiempos de la conversación convencional. Se accede al pensamiento en soliloquio, y siempre es versión definitiva.

–Nuestros padres –retoma el rabino– nos enseñaron algo que también pienso, que Dios es bondadoso. Y no puede poner a alguien en la jungla sin indicarle cómo salir. Sin instruirnos cómo vivir. Es cómo si compraras un electrodoméstico y nadie te dijera cómo usarlo. Elegir bien o elegir mal es lo que depende de nosotros. Dicen nuestros sabios: en Rosh Hashaná se determina cuánto dinero vas a ganar, cuánta salud vas a tener en el año. La bendición está determinada. Si es sábado y trabajás estás perdiendo, porque estás eligiendo mal.

Y después: "El fuego puede iluminar y calentar o puede convertirse en un incendio y quema todo.... La comida, la música, el baile es la cáscara de algo más profundo. Ahora, hagamos la bendición final de la comida y nos vamos a dormir que mañana tenemos un día intenso".

Los recuerdos y el embotamiento por el alcohol tienden a superponerse, y me descubro hipnotizado, mirando al cielo abovedado de Gotika, en el que brillan mil estrellas rojas. La decepción, a esta hora, está hecha de palabras explícitas: "Hoy no me caso", dice Mariano, al que apodan loca buena por contraste con las yeguas que reciben en la puerta con una de dos frases: "¿Estás más gorda?" o "¿Solita?". Más edad, más canas, más abdomen. Mariano, por contraste, es adrenalina y vértigo, sin tiempo ni energía para desearle a nadie un rebote; consume vasitos de plástico con vodka y ternura, y se tambalea. Más deseos de ennoviarse cuanto más alcohol fermenta en su sangre sucia de nicotina. También cuando espera para entrar más tarde al dark room late el deseo de formar una familia de dos ("No me veo madre", dice).

No quiero volver al hotel sin despedirme de Mariano, pero lo perdí de vista hace rato y, como lo intuyo dentro del cuarto oscuro, hago guardia a la salida. Luego me cuenta su clímax de Rosh Hashaná, su momento para el álbum. Primero, en medio de la oscuridad y los gemidos y los susurros, fue el tercero observador ante una pareja, pero ellos se dieron prueba del amor recíproco interrumpiendo el beso, dejándolo. Después vino lo peor, se ilusionó con un forzudo, al que confundió con el stripper-bombero de la fiesta anterior (Golden); se acercó y, envalentonado por los permisos de "la mesa de saldos" (como se conoce al cuarto oscuro, pasadas las 6), intentó besarlo.

El ojo amoratado da cuenta de la contradicción del "hétero curioso", pero no lo percibo resentido. "Yo fui el que se confundió", me dice. A la salida, sobre calle Mitre, decido interpretar la mañana fresca y soleada como un augurio. "Shaná Tová", grito a Mariano, que me sonríe desde el colectivo.

Agradecimientos: familia Dolber, familia Tawil, Rubén Kelman, organización YOK, organización JAG, Sujer, Angélica, Sergio, Nabú, Tomás, Nicolás y Horacio Gorodischer, equipo de RRPP's de Gotika.

CLARÍN, Argetina, 26 de Septiembre de 2009
http://www.clarin.com/notas/2009/09/26/_-02005463.htm

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