domingo, 11 de abril de 2010

No existe ninguna conspiración anti-católica

¿Conspiración anticatólica?
Es falso que estemos frente a una persecución anticatólica


Gustavo Román
Abogado

En reacción a recientes denuncias judiciales, y su reporte periodístico, relativas a abusos sexuales por parte de sacerdotes católicos (encubiertos, por años, por autoridades eclesiásticas superiores), algunos clérigos y laicos han asumido la peor de las posiciones: refugiarse en una falsa victimización.

Así, han ligado las acusaciones de pederastia con el surgimiento de movimientos sociales como el que, en Costa Rica, apoya la laicidad del Estado, llamando a estas personas “los enemigos de la Iglesia”, para concluir, moqueando, que sufren una campaña mediática en su contra. ¡Bonito negocio ese de jalarse la torta, pero quedar como mártir cuando se es descubierto!

Desde luego que muchos católicos, a lo largo de la historia, han sido hostigados por su fiel testimonio cristiano. Tan cierto es que la Iglesia Católica, en posiciones de poder, reprimió con violencia a quienes juzgó de paganos, herejes y pecadores, como que sus hijos han sido objeto de cruentas persecuciones a raíz de su fe.

Los primeros creyentes (del cristianismo primitivo y del protocatolicismo), fueron brutalmente asesinados por el Imperio Romano. Los católicos también sufrieron vejaciones y martirio a manos de protestantes como Oliver Cromwell. Además, bajo el comunismo, el fascismo y los regímenes de seguridad nacional, fueron martirizados. Aún hoy, existen lugares en el mundo en el que heroicos curas, monjas y misioneros católicos, encaran agresiones a causa de fanatismos étnicos y religiosos (entre los que cabe enlistar el laicismo anti-religioso) o como resultado de su valiente enfrentamiento a los carteles de la droga. Distingamos. Eso sí es persecución. Lo que hoy hacen las personas víctimas de abusos y violadas cuando eran niños, lo que hoy hacen medios como el New York Times o colectivos como el Movimiento por un Estado laico, no.

Por eso, no está bien que autoridades eclesiásticas pretendan desvirtuar los justos reclamos de sanción, indemnización y enmienda, exigidos por aquellos a los que lastimaron. No está bien que califiquen el necesario ejercicio de la libertad de prensa o las legítimas reivindicaciones de sectores sociales, como una conspiración en su contra.

Es falso que estemos frente a una persecución anti-católica:

• No se impugna que esa Iglesia exija el celibato a su clero o proscriba a sus fieles el uso de ciertos métodos anticonceptivos. Se rechaza que pretenda imponer su particular noción de la sexualidad en las guías de educación sexual del MEP.

• No se repudia que catequistas instruyan a los niños de familias católicas en los fundamentos de su doctrina. Se rechaza que sea la Conferencia Episcopal la que determine quién puede y quién no puede impartir clases de religión en el sistema de educación pública.

• No se critica que la Iglesia Católica mande a su grey abstenerse de ingerir bebidas alcohólicas el Jueves y Viernes Santo. Se rechaza la prohibición, a todo el comercio nacional, de vender licores en esas fechas.

• No se reclama que el magisterio de la Iglesia valore las uniones homosexuales como contrarias a la voluntad de Dios. Se rechaza que obstaculice la aprobación de leyes tendientes a que el Estado tutele aspectos civiles y patrimoniales de esas relaciones.

• No se ataca el dogma de la infalibilidad papal. Se rechaza la invocación de inmunidad judicial (acudiendo a un falaz argumento de derecho internacional), que pretende eximir al ciudadano Ratzinger de sus responsabilidades ante autoridades civiles.

En síntesis, no hay persecución, pues lo que se discute no es el derecho de la Iglesia Católica a desempeñar, con total libertad, su misión de evangelización y servicio.

Lo que está siendo cuestionado y cada vez con más fuerza, es su hegemonía política, esencialmente incompatible con las democracias plurales del siglo XXI.

Ese es el meollo del asunto. Todo esto ocurre en un ámbito de profundización de la democracia, toma de conciencia de los derechos humanos, sujeción de toda autoridad social al escrutinio público, y masiva difusión de las comunicaciones y de los medios de prensa. Enhorabuena.

LA NACIÓN, 7 de abril de 2010
http://www.nacion.com/2010-04-07/Opinion/Foro/Opinion2325413.aspx

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