Los fósforos de monseñor
Tatiana Lobo
Escritora costarricense
¿El Estado libre de Dios? Horror en la Curia. Solo falta que la lista de anatemas sea exhibida en el atrio de la catedral para confirmar que la iglesia católica no ha cambiado desde el concilio de Nicea (s. IV), cuando el emperador Constantino hizo que el cristianismo se aliara con el poder político para controlar su potencial rebelde. Como consecuencia apareció la persecución de herejes. Hasta hoy.
Para saber si el Estado laico es herético, primero tenemos que averiguar si Dios como estadista tiene alguna preferencia. Una vez resuelto este enigma podremos determinar si las y los partidarios del Estado laico cometen herejía, idea que parece resultar grata a la cajita de fósforos de monseñor Ulloa. ¿Un auto de fe en el quiosco donado por Somoza, en el Parque Central, quizá?
El problema es que no sabemos de cuál Dios estamos hablando. Se dice que es Uno pero en la práctica parece que hay más: no es igual el de la Teología de la Liberación (de los pobres), que el del Opus Dei (de los ricos). Semejante contradicción quedaría resuelta si aceptáramos dos, pero la economía neoliberal no lo permite (el monopolio capitalista se inspira en el monoteísmo).
Los defensores del politeísmo alegan que un panteón variado -muchas deidades compitiendo entre ellas- es más democrático toda vez que el creyente puede elegir el dios especializado que más conviene a su necesidad. Pero siempre queda el costo de la oveja o el gallo o lo que sea que hay que ofrecer a cambio. A lo mejor esta es la religión del Movimiento Libertario.
En fin, para no alargarme demasiado en especulaciones teológicas, me centraré en Costa Rica donde Dios tiene un perfil decididamente comercial; no hay tienda que no lo invoque en la ventanilla del cajero. Y luego están el padre Minor, el grupo SAMA etc, etc. Aquí hay una herejía o un sincretismo solapado, puesto que el dios del comercio es Mercurio.
Las cosas se complican cuando en tiempos electorales aparece el síndrome Juana de Arco. Ningún candidato ni candidata habla de su programa de gobierno, pero se hace lenguas en las plazas públicas con el cuento de que escuchó la voz de Dios dándole su adhesión. Como cada candidato y candidata de cada partido afirma lo mismo, el pueblo comienza a dudar de la coherencia divina, pierde la fe, se vacían los templos y aumenta el abstencionismo. Y luego la poca fe que va quedando tiende a desparecer completamente cuando las y los candidatos elegidos, una vez en el gobierno, usan el nombre de Dios para encubrir asuntos turbios. El poder Legislativo lo enreda en corrupciones de todo tipo: escándalos financieros, malversaciones, sobornos, tráfico de influencias, memorándums, acosos sexuales…En el poder Judicial no tienen escrúpulos para jurar todos los días sobre su santo nombre en vano, y el Ejecutivo lo involucra descaradamente en fraudes electorales y referendums.
Así las cosas, me parece que monseñor Ulloa tiene una seria confusión con respecto a la ortodoxia de la fe. La herejía a ser extirpada reside precisamente en el Estado confesional que por su misma Constitución favorece la blasfemia. ¿Hay mayor ofensa a Dios que jurar en su santo nombre servir a la patria con una mano en la Biblia y la otra en los fondos públicos?
Entonces, para cumplir con el evangelio que manda darle al César lo que es del César, evitarle a la clase política la ocasión de pecar y sustraer a Dios de los sórdidos negocios humanos, no queda más remedio que declarar a Dios libre del Estado.
Los fósforos para otra ocasión.
San José, Costa Rica, 16 de Septiembre de 2009
lunes, 21 de septiembre de 2009
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