Seis tesis en defensa del Estado laico
Fanatismos religiosos y laicistas conducen al precipicio
Fernando Araya
consulfe@hotmail.com
Hace pocos años, se presentó en Roma una tesis doctoral denominada “ Las relaciones Iglesia-Estado en Costa Rica: un análisis histórico-jurídico” . Su autor, el costarricense monseñor Dagoberto Campos, es conocido por la solidez de sus planteamientos y los méritos de su gestión diplomática.
Una reforma integral
El texto referido, de haberse estudiado en la Asamblea Legislativa, hubiese evitado el diluvio de lugares comunes e infantilismos conceptuales de que fuimos testigos con ocasión de la propuesta de reforma a los artículos 75 y 194 de la Constitución Política. Dagoberto Campos sostiene que la regulación normativa de las relaciones Iglesia-Estado no responde a las condiciones del siglo XXI, y propone, por lo tanto, avanzar hacia su reforma integral. Sugiero, con todo respeto y consideración, a los diputados y las diputadas, leer la obra en mención, así como otros documentos civiles y eclesiásticos referidos al tema. A falta de lo anterior, estamos condenados a observar una polémica que adolece de los requisitos de conocimiento e información necesarios para tomar una resolución adecuada. En tal contexto, amenazas van y amenazas vienen, dobles discursos e hipócritas disimulos corroen el ambiente.
La palabra “dios”, en esta lógica maquiavélica y manipuladora, equivale a electores, dinero y poder. No está aquí el Dios “fundamento” de los filósofos, al que los místicos nombran como “...providente...”, “..el que es...”, “habita en una luz inaccesible” y “...concilia los opuestos...”. No, este Dios brilla por su ausencia, mientras los contendores en la disputa cultivan sus feudos.
Seis tesis
Dejando de lado el grotesco espectáculo de que fuimos testigos, comparto las siguientes seis tesis en defensa del Estado laico.
Primera. Conviene distinguir dos tipos de laicismo: uno, el extremista, cuyo propósito es eliminar la religión, cualquier religión, o convertirla en un asunto privado sin consecuencias ni expresiones colectivas; y otro, llamémosle laicismo constructivo y/o positivo, según el cual al Estado le corresponde proteger la libertad religiosa y de conciencia, sin privilegiar ninguna religión y sin imponer ningún tipo de creencia.
El laicismo constructivo subraya el carácter neutro del Estado en materia religiosa y obtiene la consecuencia lógica de esa neutralidad, a saber: La necesidad de construir un Estado laico, que respete las autonomías de las esferas civil y eclesiástica y, en ese contexto, propicie la mayor cooperación posible con todas las denominaciones religiosas.
Segunda. El Estado laico no implica autonomía en el orden moral. En este ámbito reconoce la existencia de una ética universal de raíces religiosas, humanistas y seculares. El laicismo extremista, a este respecto, comete un grave error cuando sostiene que el Estado debe sustraerse a toda consideración moral o, en su defecto, construir la moralidad al estilo nazi, fascista, estalinista y relativista, desde la perspectiva de quienes tienen el poder o al vaivén de la opinión de cada quien, como si la ética fuese asunto de perspectiva solo individual y no involucrase realidades colectivas, responsabilidades, deberes y derechos en la convivencia social.
Tercera. La coexistencia democrática permite que una persona, grupo, movimiento o institución proclame y divulgue su particular sistema de creencias, diciendo, incluso, que es de validez universal, pero declara ilegítima cualquier pretensión de convertir ese sistema en obligatorio para todos los miembros de la sociedad. Rige, en este punto, un principio clásico: las religiones deben someterse a la legalidad, pero no la legalidad a las religiones.
Cuarta. No es lo mismo propiciar la libertad de conciencia y religión que convertir a una confesión religiosa en la conciencia del Estado. A la inversa, no es lo mismo no profesar religión alguna que propiciar el no a la religión. En ambos casos, la primera alternativa es equilibrada, prudente, mientras la segunda es irracional, absurda. Resulta imprescindible evitar, al unísono, tanto el extremismo laicista irreligioso como el fanatismo religioso.
La sociedad costarricense debe ser capaz de evolucionar sin estos atavismos primitivos y anacrónicos. Es imperativo elevar la calidad y profundidad del debate –ciertamente no solo en este tema–. ¿Por qué no se lo proponen así nuestras élites? ¿Por qué se entregan a disputas estériles y vacías en función de la hipocresía y el oportunismo?
Quinta. El cristianismo católico costarricense tiene la oportunidad, con el Estado laico y el desarrollo de la sociedad secular, de liberar energías de renovación y transformación que dormitan en su interior. Juan Pablo II y Benedicto XVI sostienen que la Iglesia “(...) no pide volver a formas de Estado confesional(...)” (Juan Pablo II), que “(...) no solo reconoce y respeta la distinción y autonomía del Estado respecto de ella (...)”, sino que se alegra de ese hecho “(...) como de un gran progreso de la humanidad (...)” (Benedicto XVI).
La célebre distinción “dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Lucas 20:25), en la que se funda la separación –y cooperación– Iglesia/Estado “(...) pertenece a la estructura fundamental del cristianismo (...)” (Benedicto XVI). Es por lo anterior que el actual Papa apoya un “(...) Estado democrático laico (...)” y que el arzobispo Christophe Pierre espera “(...) un renacer de iniciativas a favor de un Estado auténticamente laico (...)”.
Sexta. Los cristianos y, dentro de ellos, los católicos, deben desempeñar un papel fundamental en la construcción de un Estado laico. ¿Por qué dejan que otros asuman como propio un objetivo – el Estado laico– cuya fundamentación racional encuentra en el cristianismo una de sus fuentes primeras y cardinales? ¿Por qué algunos obispos introducen lenguajes contrarios al amor que predican, estimulando fanatismos, divisiones, odios y sectarismos en la población? ¿No es mejor diferenciar entre laicidad del Estado e ideología laicista extrema, Estado laico democrático y Estado confesional laicista?
Decir, a este respecto, que la tesis de un Estado democrático laico es de origen europeo y, por lo tanto, inaplicable en América Latina, es olvidar que la inmensa mayoría de los Estados latinoamericanos son laicos, y que las buenas ideas y decisiones, vengan de donde vengan, pertenecen al patrimonio común de la humanidad.
El Estado y la sociedad no son propiedad de nadie, por eso los fanatismos religiosos y laicistas, no constituyen vías de avance, sino caminos al precipicio.
LA NACIÓN, Costa Rica, 19 de Noviembre de 2009
http://www.nacion.com/ln_ee/2009/noviembre/19/opinion2164916.html
sábado, 21 de noviembre de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario