Antología del disparate
Víctor Flury
Los militares prefieren la oscuridad y la madrugada si se trata de actuar por la libre
El gobierno hondureño de facto parece dirigido por el barón de Münchhausen. Este –según el divertido cuento alemán– pretendía salir de un pozo al que había caído tirándose de los cabellos, situación que Roberto Micheletti y su tropa imitan ahora.
Privado de apoyo internacional y de tumbo en tumba, el golpe del vecino país (y su triste historia) solo cabe dentro de una antología del disparate.
Porque nada hay más patético y absurdo, en efecto, que justificar tamaño atropello, alegando que se hizo en aras de la Constitución.
Un sofisma de origen que, a lo largo de 40 y pico de días, se vio enriquecido por nuevas y desopilantes ocurrencias.
Ejemplo: la manía de negociar y negociar con prójimos escogidos a dedo, o de abrir el diálogo entre policías “fácticos” y manifestantes zelayistas, lo que –viniendo de quienes usaron y abusan de la fuerza– representa una parodia en sí.
Noche y día
Contra la opinión de algunos despistados, el comando incógnito que depositó al presidente legítimo Manuel Zelaya en el Juan Santamaría, no tuvo una actuación original.
No, en absoluto, se guió por los libros canónicos en la materia, uno de cuyos capítulos aconseja la complicidad de las sombras a la hora de cometer fechorías.
Yo mismo recuerdo que fue a las 2 a. m., un 24 de marzo de 1976, cuando el helicóptero de la presidenta argentina Isabel Perón fue desviado hacia la Patagonia (ella salía de la casa de gobierno, rumbo a su domicilio) por expresa orden de las Fuerzas Armadas que, de paso, le anunciaron su derrocamiento y secuestro. Noticia doble.
Un amigo, metafórico él, me decía que la noche es golpista. No estoy en condiciones de refutar ni de afirmar su dicho. Lo único que sé es que los militares prefieren la oscuridad y la madrugada si se trata de actuar por la libre.
Los oficiales nazis, en el París ocupado de la Segunda Guerra, establecieron así un código ejemplar: se portaban intachablemente durante la jornada, de aquí hacia allá con sus maletines burocráticos (incluso cedían a veces su lugar a un citadino en el metro), pero se convertían en verdugos de la población civil a la vista de las primeras estrellas.
Es que en los procedimientos nocturnos, los captores emplean a su favor un adagio que dice que el miedo a lo desconocido potencia el miedo mismo, aparte de que la tiniebla cobija la impunidad.
¿Salvadores de la patria?
Lo ocurrido en la república hondureña el 28 de junio pasado, es nefasto y terminante: se trata nada menos que de un atraco a la sociedad y a las instituciones surgidas de la filosofía constitucional.
De golpe (¡es la palabra!), los “salvadores de la patria”, de funesto recuerdo en América Latina durante los setenta, se asoman al exterior, otean su vuelta, retoman las líneas de un discurso de esencia militar y matiz cívico.
La democracia no necesita hombres ni entes mesiánicos: dentro de su dilatado y compresivo espacio, existen mecanismos políticos para resolver las encrucijadas, las divergencias, los hechos inéditos o las ideas camaleónicas de los diversos actores que la animan; y cualquier recurso a la violencia entra ya en la categoría de motín, asonada o lo que el diccionario aguante.
Por eso, si la comunidad regional se demora en lo anecdótico o plantea vagas amnistías previas o discute sobre lo divino y humano y no sobre el inmediato restablecimiento de la constitución pisoteada, cualquier negociación será inútil.
Hay que poner las cosas al derecho; cerrar los portillos a toda clase de golpistas que quieran medrar hoy, o asaltar el Gobierno mañana, dejando claro que el poder democrático está por encima de los grupos de presión y los ejércitos del área; y artículo primero, ser conscientes de que aquí abajo nadie salva a nadie.
LA NACIÓN, Costa Rica, 12 de agosto de 2009
http://www.nacion.com/ln_ee/2009/agosto/12/opinion2055670.html
jueves, 13 de agosto de 2009
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