La pertinencia del Estado Laico
Mónica Zúñiga Rivera (*)
En días pasados hemos asistido a la polémica en torno a la laicización de nuestro Estado y las implicaciones que de ello se derivarían. Sin embargo, la discusión ha generado una suerte de efecto secundario, pues ha sacado a la luz creencias, puntos de vista, ignorancia y desde luego prejuicios. En ese sentido, se habla sobre ateísmo, pérdida de valores, olvido de la palabra de Dios, vuelta a la increencia y demás argumentos que opacan el verdadero sentido de la cuestión.
En primer lugar, el Estado es una institución como cualquier otra, valga decir, una institución cuyos líderes son de carne y hueso, con derechos y responsabilidades claramente definidas. En segundo lugar, si bien durante los orígenes de la conformación de los estados hubo una creencia determinada (cristianismo, confucianismo, etc.), eso no le da el carácter de inmutabilidad que se le pretende conferir ahora a la constitución costarricense.
Además, quienes propugnan y argumentan a favor de la tradición son-casualmente- los mismos que están de acuerdo con el status quo del país, pues se han beneficiado de un estado clientelista y han desarrollado mecanismos para burlar esas instituciones, que a veces defienden y casi siempre desmantelan. Quienes están en contra del estado laico temen perder sus privilegios y utilizan el falso discurso del ateísmo y el caos, en momentos cuando el único dios es el dinero y no el amor por el prójimo o el ambiente.
El nombre de Dios en vano
Nuestros gobernantes, tanto políticos como religiosos, juran por Dios y utilizan el nombre de Dios en vano, pues ni respetan la dignidad humana (como en el caso de los indígenas y las minorías sexuales), ni buscan la justicia social (recuérdese el caso de las consultorías millonarias, el robo cometido contra la comunidad de Rincón Grande de Pavas, etc.), ni están gobernando a favor de los más débiles. Por el contrario, quienes gobiernan este país mediante curules, altares y escritorios, juran por Dios y al mismo tiempo atropellan los derechos humanos, discriminan y castigan la diversidad, expropian a gente sencilla para colocar en sus terrenos a grandes empresas hoteleras, tergiversan la constitución para permitir la reelección que antaño era prohibida, y declaran la minería a cielo abierto-actividad censurada en casi todo el mundo por los perjuicios que conlleva- como algo de interés público.
El estado laico es necesario simplemente porque el confesional ya evidenció su deuda y su carencia. El estado confesional no ha tomado el papel beligerante que le corresponde como representante de valores cristianos. Ser “seguidor de Cristo” no es acomodarse a la ideología neoliberal, ideología de exclusión por excelencia; tampoco es aliarse con sectores poderosos en perjuicio de los más necesitados. Ser cristiano es valorar la vida humana en todo su espectro, o sea, ver el agua, el ambiente, los recursos naturales y los otros como aspectos que dicen algo sobre Dios y sobre su creación. El Estado confesional ha demostrado que su radio de acción es limitado y lo peor de todo es que hay satisfacción a pesar de esa limitante, pues no se ha hecho nada al respecto.
Silencio acomodaticio. En Costa Rica, la voz profética de la Iglesia y los cristianos desapareció hace mucho tiempo, por lo que un estado confesional basado en ese silencio acomodaticio ya no sirve: es hoy un objeto de museo.
En cambio, el estado laico acabaría con los dobles discursos y la hipocresía de quienes dicen creer en Dios pero en realidad buscan su propio beneficio. El estado laico implicaría nuevos planteamientos y nuevos retos: la responsabilidad humana, por ejemplo, ya no tendría que apelar a un dios pero sí a un prójimo- comunidad que se ve afectado positiva o negativamente por una decisión. A la vez, el estado laico sería menos excluyente, porque no tendría argumentos venidos de la voz de Dios -dictada, inspirada e interpretada por los seres humanos-, sino una voz real y concreta que sabe de hambres, desalojos, abusos y miseria. Se acabarían los argumentos irrefutables y las posiciones fundamentalistas pasarían a un segundo plano.
En definitiva, quizá con el estado laico los costarricenses no seremos ni más ni menos cristianos, ni caeremos en la condenación (ya la estamos viviendo gracias a politiqueros y decisiones egoístas, entre otros flagelos), ni llamaremos al caos, porque, contrariamente a lo que hoy dice la institución eclesiástica y el oficialismo, Jesús afirmó que el “reino de los cielos está en nosotros”, o sea, dentro de cada ser humano, independientemente de su etnia, sexo o color…
*Académica UNA-TEC.
DIARIO EXTRA, 13 de Octubre de 2009
http://www.diarioextra.com/2009/octubre/13/opinion10.php
jueves, 15 de octubre de 2009
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